Prácticas de surf o buceo, alimentación absolutamente omnívora, vida silvestre, paseos históricos, una arquitectura colonial en envidiable estado de conservación, mucho ron, salsa y una población conjurada en obsequiarle al turista un recuerdo imborrable. Puerto Rico es esto y bastante más, pero cualquier síntesis que se pretenda hacer resulta injusta para esa isla ubicada en el corazón del Caribe y llamada, justamente, "la isla de los encantos". ¿Una exageración? Venga: hagamos una recorrida y despejemos dudas.
Para entrar en clima, no está nada mal que iniciemos el itinerario por el Viejo San Juan, que conserva, dentro de murallas y fortalezas construidas por los españoles entre los siglos XVI y XVII, gran parte de la riqueza cultural del pueblo boricua.
El distrito histórico de Puerto Rico es un islote unido a San Juan, su capital, por diversos puentes y constituye uno de los pilares turísticos del lugar. Este verdadero museo testimonial de la conquista española (la actual Puerto Rico fue descubierta por el propio Cristóbal Colón, en su segunda expedición a las Américas), se deja recorrer por una infinidad de callecitas adoquinadas. Durante el paseo se verán coloridas casitas coloniales, iglesias, plazas públicas, muelles y monumentos, entre los que se destacan el Fuerte San Felipe del Morro, el Fuerte San Cristóbal y el Palacio de Santa Catalina, también conocido como La Fortaleza, que hoy es la sede de la gobernación.
Las "lechoneras"
Las fortificaciones del Viejo San Juan, una ciudad amurallada que venció al tiempo, constituyeron la principal defensa a los ataques de las potencias extranjeras, y al asedio de las incursiones piratas. Hoy, bellísimas y seductoras calles arboladas, repletas de tiendas, restaurantes y museos, son toda una tentación para el visitante.
La Puerta de San Juan y la Catedral Metropolitana, que conserva los restos de Juan Ponce de León -su fundador-, son puntos obligados en el recorrido. San Juan, la capital actual de la isla, ofrece el atractivo inigualable de la cultura caribeña. El estilo de sus construcciones, paradójicamente, remite a los 60 y 70, un pasado más cercano y singular.
Por muchas de esas calles y avenidas es posible encontrar restaurantes y boutiques de alta gama, y un poco más allá, en los suburbios, el turista puede acceder a una "lechonera", un típico y folclórico local de comida, una especie de "parripollo" a la caribeña, donde se puede comer una porción de lechón, probar el mojito y hasta bailar salsa, si es que el cuerpo soporta semejante hazaña.
Más allá de estos centros urbanos aguardan, todos muy cerca, varios destinos para la fantasía. La facilidad para alcanzarlos tiene que ver con las dimensiones de la isla (160 kilómetros de Este a Oeste y 56 kilómetros, de Norte a Sur), que en auto se la puede cruzar en diagonal -el trayecto más largo posible- en apenas 3 horas y media en total.
Un vergel llamado El Yunque
A media hora de San Juan, el turista puede arribar a una de las perlas portorriqueñas: la reserva natural El Yunque, un bosque tropical pluvioso que cuenta con la protección de la Unesco. Se trata de un ecosistema inigualable de 133 kilómetros cuadrados de extensión, que recibe 400.000 millones de litros anuales de lluvia, lo que conforma numerosas cascadas y piletas naturales, rodeadas de una vegetación fascinante.
En El Yunque (firme candidato a figurar entre las "Siete maravillas naturales del mundo"), abundan orquídeas, helechos gigantes, palmas y cocoteros. El paseo debe incluir una visita a la torre de observación, accesible entre uno de los numerosos caminos posibles, clasificados según el grado de dificultad. Para los más audaces, la recomendación es llegar al cerro de El Toro, que contempla una caminata de 10 kilómetros.
Al salir de El Yunque se puede enfilar a Luquillo, una playa de arenas blancas cercada por palmeras y aguas transparentes y templadas provenientes del Atlántico, como para ir cumpliendo los sueños de los amantes del Caribe. El lugar, además, dispone de áreas para picnic y numerosos bares que ofrecen jugos, frutas y comidas típicas portorriqueñas. Sabemos que Puerto Rico tiene sol, playa e historia para regalar. Para seguir comprobándolo hay que continuar el viaje hacia el noroeste. Cerca de Luquillo -en realidad, todo queda relativamente cerca-, se llega a Fajardo, un poblado que cuenta con un completo menú de opciones acuáticas. Una de ellas es Seven Seas, otra de las playas emblemáticas del lugar, bañada por aguas tan claras que brinda una oportunidad inmejorable a los amantes del snorkel, para disfrutar de una escena subacuática con arrecifes de corales y coloridas especies de peces tropicales.
Si le gusta la navegación y vivir un par de experiencias memorables, no se apure a salir de Fajardo. Desde Puerto del Rey, la zona de muelles, se puede contratar una excursión marítima a Culebra, una isla que se conserva en estado casi virgen y que hoy es una reserva natural. No es raro encontrar delfines en el trayecto, como digno y merecido recibimiento a los viajeros.
La excursión incluye una parada previa en uno de los muchos islotes a medida de los fans del snorkel o el buceo para que aprecien bien de cerca la diversidad de la fauna marina que merodea por los arrecifes de corales.
Tampoco aquí faltan playas para quienes quieren descansar y broncearse. Dos horas después, el viaje continúa. Muchos de los habitantes de Culebra -existen unos 3.000 residentes permanentes- ofrecen sus casas en alquiler, lo que no es una mala alternativa.
De uno u otro modo, el paso por la playa Flamenco resulta ineludible. Rodeada de palmeras y contorneada por la vegetación, con aguas cristalinas, templadas y en general tranquilas y con arenas suaves y casi blancas, Flamenco se ganó, con estricta justicia, el reconocimiento de ser "una de las mejores playas del mundo".
Como testimonio de la presencia norteamericana, que utilizó a Puerto Rico y Culebra como puestos de observación durante la Segunda Guerra Mundial, quedaron dos tanques Sherman encajados en la arena.
Luces sobre el mar
Siglos atrás, mucho antes de ganarse la consideración del turismo mundial, Culebra se constituyó en el refugio preferido de los más famosos piratas del Caribe, lo que demuestra que esos bandidos tan afines al saqueo de los navíos españoles como al ron, no eran nada tontos para elegir morada. La isla, hoy, sirve de refugio a muchas especies en vías de extinción, como la tortuga marina.
La naturaleza obsequió a Puerto Rico otra rareza maravillosa: las llamadas "bahías bioluminiscentes", un espectáculo nocturno que realmente sorprende y del que difícilmente uno vaya a olvidarse. Este fenómeno es provocado por unos organismos microscópicos, agrupados en colonias, de nombre rarísimo (se los conoce como dinoflagelados), que iluminan cuando se mueven las aguas.
Son como luciérnagas marítimas muy pequeñas y producen un efecto encantador. Nos cuentan que hay sólo cinco lugares en el mundo donde es posible asistir a este prodigio natural. Y acotan: "Tres de esos lugares son portorriqueños".
Los más atractivos están en Bahía Mosquito, en Vieques; y Laguna, en el poblado de Las Croabas, también dentro del municipio de Fajardo. Desde Laguna, para ser testigos de estas bioluminiscencias, hay que embarcarse cualquier noche en kayak. Los inexpertos no tienen nada que temer, son aguas mansas y el camino incluye un largo canal rodeado de manglares.
El simple movimiento de los remos, allí será acompañado por una especie de oleaje del aire, el desplazamiento de cientos de esas diminutas lucecitas fluorescentes que tienen la virtud de no ser el producto de ningún efecto especial. "Esto es belleza pura", nos dicen. Y entendemos que la obviedad no lo es tanto. Porque es belleza. Y es pura. Tienen mucha razón los portorriqueños cuando dicen que tienen de todo para pasarla bien. Y, en ese sentido, no son nada egoístas con los turistas
Para entrar en clima, no está nada mal que iniciemos el itinerario por el Viejo San Juan, que conserva, dentro de murallas y fortalezas construidas por los españoles entre los siglos XVI y XVII, gran parte de la riqueza cultural del pueblo boricua.
El distrito histórico de Puerto Rico es un islote unido a San Juan, su capital, por diversos puentes y constituye uno de los pilares turísticos del lugar. Este verdadero museo testimonial de la conquista española (la actual Puerto Rico fue descubierta por el propio Cristóbal Colón, en su segunda expedición a las Américas), se deja recorrer por una infinidad de callecitas adoquinadas. Durante el paseo se verán coloridas casitas coloniales, iglesias, plazas públicas, muelles y monumentos, entre los que se destacan el Fuerte San Felipe del Morro, el Fuerte San Cristóbal y el Palacio de Santa Catalina, también conocido como La Fortaleza, que hoy es la sede de la gobernación.
Las "lechoneras"
Las fortificaciones del Viejo San Juan, una ciudad amurallada que venció al tiempo, constituyeron la principal defensa a los ataques de las potencias extranjeras, y al asedio de las incursiones piratas. Hoy, bellísimas y seductoras calles arboladas, repletas de tiendas, restaurantes y museos, son toda una tentación para el visitante.
La Puerta de San Juan y la Catedral Metropolitana, que conserva los restos de Juan Ponce de León -su fundador-, son puntos obligados en el recorrido. San Juan, la capital actual de la isla, ofrece el atractivo inigualable de la cultura caribeña. El estilo de sus construcciones, paradójicamente, remite a los 60 y 70, un pasado más cercano y singular.
Por muchas de esas calles y avenidas es posible encontrar restaurantes y boutiques de alta gama, y un poco más allá, en los suburbios, el turista puede acceder a una "lechonera", un típico y folclórico local de comida, una especie de "parripollo" a la caribeña, donde se puede comer una porción de lechón, probar el mojito y hasta bailar salsa, si es que el cuerpo soporta semejante hazaña.
Más allá de estos centros urbanos aguardan, todos muy cerca, varios destinos para la fantasía. La facilidad para alcanzarlos tiene que ver con las dimensiones de la isla (160 kilómetros de Este a Oeste y 56 kilómetros, de Norte a Sur), que en auto se la puede cruzar en diagonal -el trayecto más largo posible- en apenas 3 horas y media en total.
Un vergel llamado El Yunque
A media hora de San Juan, el turista puede arribar a una de las perlas portorriqueñas: la reserva natural El Yunque, un bosque tropical pluvioso que cuenta con la protección de la Unesco. Se trata de un ecosistema inigualable de 133 kilómetros cuadrados de extensión, que recibe 400.000 millones de litros anuales de lluvia, lo que conforma numerosas cascadas y piletas naturales, rodeadas de una vegetación fascinante.
En El Yunque (firme candidato a figurar entre las "Siete maravillas naturales del mundo"), abundan orquídeas, helechos gigantes, palmas y cocoteros. El paseo debe incluir una visita a la torre de observación, accesible entre uno de los numerosos caminos posibles, clasificados según el grado de dificultad. Para los más audaces, la recomendación es llegar al cerro de El Toro, que contempla una caminata de 10 kilómetros.
Al salir de El Yunque se puede enfilar a Luquillo, una playa de arenas blancas cercada por palmeras y aguas transparentes y templadas provenientes del Atlántico, como para ir cumpliendo los sueños de los amantes del Caribe. El lugar, además, dispone de áreas para picnic y numerosos bares que ofrecen jugos, frutas y comidas típicas portorriqueñas. Sabemos que Puerto Rico tiene sol, playa e historia para regalar. Para seguir comprobándolo hay que continuar el viaje hacia el noroeste. Cerca de Luquillo -en realidad, todo queda relativamente cerca-, se llega a Fajardo, un poblado que cuenta con un completo menú de opciones acuáticas. Una de ellas es Seven Seas, otra de las playas emblemáticas del lugar, bañada por aguas tan claras que brinda una oportunidad inmejorable a los amantes del snorkel, para disfrutar de una escena subacuática con arrecifes de corales y coloridas especies de peces tropicales.
Si le gusta la navegación y vivir un par de experiencias memorables, no se apure a salir de Fajardo. Desde Puerto del Rey, la zona de muelles, se puede contratar una excursión marítima a Culebra, una isla que se conserva en estado casi virgen y que hoy es una reserva natural. No es raro encontrar delfines en el trayecto, como digno y merecido recibimiento a los viajeros.
La excursión incluye una parada previa en uno de los muchos islotes a medida de los fans del snorkel o el buceo para que aprecien bien de cerca la diversidad de la fauna marina que merodea por los arrecifes de corales.
Tampoco aquí faltan playas para quienes quieren descansar y broncearse. Dos horas después, el viaje continúa. Muchos de los habitantes de Culebra -existen unos 3.000 residentes permanentes- ofrecen sus casas en alquiler, lo que no es una mala alternativa.
De uno u otro modo, el paso por la playa Flamenco resulta ineludible. Rodeada de palmeras y contorneada por la vegetación, con aguas cristalinas, templadas y en general tranquilas y con arenas suaves y casi blancas, Flamenco se ganó, con estricta justicia, el reconocimiento de ser "una de las mejores playas del mundo".
Como testimonio de la presencia norteamericana, que utilizó a Puerto Rico y Culebra como puestos de observación durante la Segunda Guerra Mundial, quedaron dos tanques Sherman encajados en la arena.
Luces sobre el mar
Siglos atrás, mucho antes de ganarse la consideración del turismo mundial, Culebra se constituyó en el refugio preferido de los más famosos piratas del Caribe, lo que demuestra que esos bandidos tan afines al saqueo de los navíos españoles como al ron, no eran nada tontos para elegir morada. La isla, hoy, sirve de refugio a muchas especies en vías de extinción, como la tortuga marina.
La naturaleza obsequió a Puerto Rico otra rareza maravillosa: las llamadas "bahías bioluminiscentes", un espectáculo nocturno que realmente sorprende y del que difícilmente uno vaya a olvidarse. Este fenómeno es provocado por unos organismos microscópicos, agrupados en colonias, de nombre rarísimo (se los conoce como dinoflagelados), que iluminan cuando se mueven las aguas.
Son como luciérnagas marítimas muy pequeñas y producen un efecto encantador. Nos cuentan que hay sólo cinco lugares en el mundo donde es posible asistir a este prodigio natural. Y acotan: "Tres de esos lugares son portorriqueños".
Los más atractivos están en Bahía Mosquito, en Vieques; y Laguna, en el poblado de Las Croabas, también dentro del municipio de Fajardo. Desde Laguna, para ser testigos de estas bioluminiscencias, hay que embarcarse cualquier noche en kayak. Los inexpertos no tienen nada que temer, son aguas mansas y el camino incluye un largo canal rodeado de manglares.
El simple movimiento de los remos, allí será acompañado por una especie de oleaje del aire, el desplazamiento de cientos de esas diminutas lucecitas fluorescentes que tienen la virtud de no ser el producto de ningún efecto especial. "Esto es belleza pura", nos dicen. Y entendemos que la obviedad no lo es tanto. Porque es belleza. Y es pura. Tienen mucha razón los portorriqueños cuando dicen que tienen de todo para pasarla bien. Y, en ese sentido, no son nada egoístas con los turistas