Un rey inca sumerge a su hijo en aguas milagrosas, Charles Darwin descubre el primer bosque fósil de América, José de San Martín desafía la Cordillera con su Ejército, un pueblo indígena graba sus huellas en la ladera de un monte. Anacronismos aparte, todos éstos podrían haber sido titulares de diarios de época y habrían tenido algo en común: el espectacular paisaje de la Cordillera de los Andes. Por eso, cuando uno emprende el camino desde la capital de Mendoza hasta la frontera con Chile, debe ir preparado para atravesar varios de los paisajes más espectaculares de la Argentina, y para escuchar infinidad de historias y leyendas.
La ruta 7, que une la ciudad de Mendoza con el Cristo Redentor, a más de 4 mil metros de altura, en la frontera con Chile, recorre casi 200 km de camino asfaltado, ancho y sinuoso. No hay caracoles ni infartantes cornisas, pero sí un camino que exige constante atención para retener la belleza del paisaje que va ganando altura. Si bien se puede ir y volver en el día, es recomendable disponer de más tiempo para disfrutar de cada parada.
El color de los Andes
Hay viajes en los que la ruta se impone sobre el destino. Uno de ellos es el recorrido del Circuito de Alta Montaña. La primera parada es Potrerillos, una localidad turística rodeada por los paisajes de la precordillera, el Cordón del Plata y el río Mendoza. Cerca está el centro de esquí Vallecitos -que frecuentan los mendocinos- y un espectacular dique. Las famosas termas de Cacheuta es otro lugar recomendado para detenerse, con un hotel que ofrece baños termales en piletas rodeadas por el paisaje cordillerano. La ruta sigue junto al río Mendoza, entre montañas de piedra, túneles y cañones, hasta llegar a Uspallata, mucho más que un "lugar de paso", como lo bautizaron los indígenas que habitaban la región. Fue el límite sur del imperio incaico, posta obligada en el camino a Chile desde tiempos de la colonia y el lugar elegido por San Martín para abastecer a sus tropas antes del épico cruce de Los Andes.
Con la sombra de sus alamedas, los cerros de colores de la precordillera a un lado y las cumbres nevadas de los Andes al otro, Uspallata merece una visita sin apuro. Una cabalgata desde el centro puede llevar al Cerro de los Siete Colores, formación natural de la precordillera que bien podría formar parte de la Puna. Aquí, los minerales se alinean en franjas rojizas, púrpuras, amarillentas, verdes, que cambian según la luz. Cerca de allí también se puede visitar Las Bóvedas, un conjunto de construcciones de adobe levantadas por los jesuitas en el siglo XVIII, que se utilizaban para el tratamiento de plata y zinc de las minas de Paramillos. Por su arquitectura, fueron declaradas Monumento Histórico Nacional.
Y si de historia se trata, también se pueden seguir los pasos del naturalista Charles Darwin, quien, fascinado con esta región, encontró el primer bosque fósil de Sudamérica. "Vi el lugar donde un grupo de finos árboles una vez ondularon sus ramas sobre las costas del Atlántico, cuando el océano vino al pie de los Andes", escribió el científico en sus diarios hace 174 años.
Si bien queda poco del famoso "Bosque de araucarias de Dar- win", se puede llegar al monumento erigido en su honor. Mejor suerte tuvieron los petroglifos del cerro Tunduqueral, a 7 km de Uspallata, donde se aprecian pinturas rupestres dejadas por los huarpes hace ocho siglos.
Más allá de sus sitios históricos, Uspallata es un pueblo apacible, donde se puede hacer base para recorrer la región y emprender caminatas, cabalgatas y rafting.Subimos desde el Valle de Uspallata hasta las cumbres más altas de América. La ruta 7 asciende entre cerros de colores y nieves eternas. En algunos tramos sigue el itinerario de San Martín durante el cruce de los Andes.
Darwin en Puente del Inca
A 80 km de Uspallata, Los Penitentes es, junto con Las Leñas, uno de los centros de esquí más importantes de Mendoza, cerrado durante el verano. No muy lejos de allí, a 2.720 metros de altura, Puente del Inca es uno de los lugares más misteriosos del recorrido. "Parece como si la corriente de agua hubiese excavado un canal sobre un lado, dejando una saliente colgante unida a la tierra", escribió Darwin. No es otra cosa que un puente natural de 47 metros de largo por 20 de ancho, que se levanta sobre el río Las Cuevas. Debajo del puente, entre las fantasmagóricas ruinas de un hotel arrasado por una avalancha, en 1965, brota el vapor de las aguas termales, famosas por sus propiedades curativas.
Las estalactitas que caen del puente, el color amarillento del suelo, la bruma de las termas y el olor a azufre hacen de este lugar el escenario de toda clase de leyendas. La más popular afirma que un antiguo jefe inca, que tenía un hijo muy enfermo, se dirigió hacia las termas para encontrar la cura del mal, pero un río torrentoso le impedía llegar. Los guerreros que lo acompañaban se abrazaron unos a otros, hasta formar un puente humano que le permitió al jefe caminar con su hijo en brazos hasta el otro lado del río. Una vez allí, el niño encontró la cura, pero al volver atrás la mirada descubrió que sus guerreros se habían petrificado, lo que dio origen al Puente del Inca.
En el acceso a la laguna Los Horcones, base de las expediciones al Aconcagua, se aprecia una espectacular vista nevada del lado sur del cerro más alto de América, con 6.959 metros.
Finalmente, en Las Cuevas afloran casitas de arquitectura nórdica y negocios adornados con campanitas. Un buen lugar para comer o tomar algo caliente antes de emprender el último tramo. Desde aquí se puede seguir hacia Chile o tomar un sinuoso camino de 8 km hasta la estatua Cristo Redentor, erigida en 1904 a 4.200 metros de altura, para afianzar la paz entre la Argentina y Chile. También al regreso es po-sible deleitar la vista con otras postales inolvidables. Para eso, los visitantes cuentan con el camino alternativo de Villavicencio, que caracolea sobre la cornisa.
La ruta 7, que une la ciudad de Mendoza con el Cristo Redentor, a más de 4 mil metros de altura, en la frontera con Chile, recorre casi 200 km de camino asfaltado, ancho y sinuoso. No hay caracoles ni infartantes cornisas, pero sí un camino que exige constante atención para retener la belleza del paisaje que va ganando altura. Si bien se puede ir y volver en el día, es recomendable disponer de más tiempo para disfrutar de cada parada.
El color de los Andes
Hay viajes en los que la ruta se impone sobre el destino. Uno de ellos es el recorrido del Circuito de Alta Montaña. La primera parada es Potrerillos, una localidad turística rodeada por los paisajes de la precordillera, el Cordón del Plata y el río Mendoza. Cerca está el centro de esquí Vallecitos -que frecuentan los mendocinos- y un espectacular dique. Las famosas termas de Cacheuta es otro lugar recomendado para detenerse, con un hotel que ofrece baños termales en piletas rodeadas por el paisaje cordillerano. La ruta sigue junto al río Mendoza, entre montañas de piedra, túneles y cañones, hasta llegar a Uspallata, mucho más que un "lugar de paso", como lo bautizaron los indígenas que habitaban la región. Fue el límite sur del imperio incaico, posta obligada en el camino a Chile desde tiempos de la colonia y el lugar elegido por San Martín para abastecer a sus tropas antes del épico cruce de Los Andes.
Con la sombra de sus alamedas, los cerros de colores de la precordillera a un lado y las cumbres nevadas de los Andes al otro, Uspallata merece una visita sin apuro. Una cabalgata desde el centro puede llevar al Cerro de los Siete Colores, formación natural de la precordillera que bien podría formar parte de la Puna. Aquí, los minerales se alinean en franjas rojizas, púrpuras, amarillentas, verdes, que cambian según la luz. Cerca de allí también se puede visitar Las Bóvedas, un conjunto de construcciones de adobe levantadas por los jesuitas en el siglo XVIII, que se utilizaban para el tratamiento de plata y zinc de las minas de Paramillos. Por su arquitectura, fueron declaradas Monumento Histórico Nacional.
Y si de historia se trata, también se pueden seguir los pasos del naturalista Charles Darwin, quien, fascinado con esta región, encontró el primer bosque fósil de Sudamérica. "Vi el lugar donde un grupo de finos árboles una vez ondularon sus ramas sobre las costas del Atlántico, cuando el océano vino al pie de los Andes", escribió el científico en sus diarios hace 174 años.
Si bien queda poco del famoso "Bosque de araucarias de Dar- win", se puede llegar al monumento erigido en su honor. Mejor suerte tuvieron los petroglifos del cerro Tunduqueral, a 7 km de Uspallata, donde se aprecian pinturas rupestres dejadas por los huarpes hace ocho siglos.
Más allá de sus sitios históricos, Uspallata es un pueblo apacible, donde se puede hacer base para recorrer la región y emprender caminatas, cabalgatas y rafting.Subimos desde el Valle de Uspallata hasta las cumbres más altas de América. La ruta 7 asciende entre cerros de colores y nieves eternas. En algunos tramos sigue el itinerario de San Martín durante el cruce de los Andes.
Darwin en Puente del Inca
A 80 km de Uspallata, Los Penitentes es, junto con Las Leñas, uno de los centros de esquí más importantes de Mendoza, cerrado durante el verano. No muy lejos de allí, a 2.720 metros de altura, Puente del Inca es uno de los lugares más misteriosos del recorrido. "Parece como si la corriente de agua hubiese excavado un canal sobre un lado, dejando una saliente colgante unida a la tierra", escribió Darwin. No es otra cosa que un puente natural de 47 metros de largo por 20 de ancho, que se levanta sobre el río Las Cuevas. Debajo del puente, entre las fantasmagóricas ruinas de un hotel arrasado por una avalancha, en 1965, brota el vapor de las aguas termales, famosas por sus propiedades curativas.
Las estalactitas que caen del puente, el color amarillento del suelo, la bruma de las termas y el olor a azufre hacen de este lugar el escenario de toda clase de leyendas. La más popular afirma que un antiguo jefe inca, que tenía un hijo muy enfermo, se dirigió hacia las termas para encontrar la cura del mal, pero un río torrentoso le impedía llegar. Los guerreros que lo acompañaban se abrazaron unos a otros, hasta formar un puente humano que le permitió al jefe caminar con su hijo en brazos hasta el otro lado del río. Una vez allí, el niño encontró la cura, pero al volver atrás la mirada descubrió que sus guerreros se habían petrificado, lo que dio origen al Puente del Inca.
En el acceso a la laguna Los Horcones, base de las expediciones al Aconcagua, se aprecia una espectacular vista nevada del lado sur del cerro más alto de América, con 6.959 metros.
Finalmente, en Las Cuevas afloran casitas de arquitectura nórdica y negocios adornados con campanitas. Un buen lugar para comer o tomar algo caliente antes de emprender el último tramo. Desde aquí se puede seguir hacia Chile o tomar un sinuoso camino de 8 km hasta la estatua Cristo Redentor, erigida en 1904 a 4.200 metros de altura, para afianzar la paz entre la Argentina y Chile. También al regreso es po-sible deleitar la vista con otras postales inolvidables. Para eso, los visitantes cuentan con el camino alternativo de Villavicencio, que caracolea sobre la cornisa.