Una vida florida se recorre, profunda y graciosa, desde San Miguel de Tucumán. A lo largo de 100 km -en su mayor parte por caminos de cornisa-, el Circuito Chico enlaza Yerba Buena, el cerro San Javier, Villa Nogués, Raco, El Siambón y El Cadillal.
En Yerba Buena
Aquí ingresamos al bosque de yungas por una zona residencial de calles arboladas, por las que se encuentran restaurantes, shoppings y paseos y formidables chalés que ostentan los más pretenciosos jardines del país. Allí surge el cerro San Javier. Cuando llegue el verano, las flores serán una fiesta de colores y perfumes. Desde hace una década, la Reserva Experimental de Horco Molle investiga flora, fauna, geología y arqueología de las yungas. Abre al público todos los días, igual que los parques Sierra de San Javier, Aconquija y Percy Hill.
En todos se siente la fuerza de los arrayanes, guacanes, molles, lapachos, horcos y nogales. Los laureles, que apenas dejan ver el cielo, son un mundo de pajaritos. En una caminata, un "changuito" los va nombrando: celestino, naranjero, carrasquita, chingolo, garganchillo, picaflor, chalchalero. Caminar por el bosque sobre los cerros permite descansar, meditar y llenarse de oxígeno. En Yerba Buena también se puede cabalgar, practicar mountain bike o largarse en aladelta, parapente o trike (aladelta con motor). Los que se animan a volar en el cerro San Javier despegan de Loma Bola, a 1.330 m sobre el nivel del mar, con un desnivel de 800 m. Las condiciones son suaves, el acceso al despegue es cómodo y el aterrizaje, amplio. Dicen que es el mejor lugar del país para volar en parapente. Muchos llegan sólo para volar. Mientras se recorren los senderos, suelen verse esas aves coloridas planeando lentamente sobre el cerro.
Las cabalgatas transcurren por distintas sendas. Algunas salen de las yungas y descubren campos de limoneros (aquí está la mayor producción mundial) y caña de azúcar. Se realizan cabalgatas nocturnas, para ver cómo la luna tucumana derrama la luz de su preñez sobre ríos, árboles y ranchos dormidos.
A pie por el Parque Sierra de San Javier, el silencio, la frescura y el aire hipnotizan. El camino depara tesoros inesperados, viejos rieles y durmientes de quebracho de un antiguo funicular, un puente colgante, el hocico de una mulita que asoma de su cueva, un arroyito de piedras azules, un misterioso rincón de arcilla roja -al que mariposas de alas negras y violetas beben en secreto-, una vieja escuela, las huellas frescas de un chancho, la piel que abandonó una yarará y devoran las hormigas. Son joyas en el Jardín de la República. Desde el hospedaje en Yerba Buena, los paseos a la Puerta del Cielo, los restos del funicular y la Usina de la Quebrada son inolvidables. Al pie de la sierra de San Javier se extienden hacia el este Tafí Viejo, Yerba Buena, San Pablo, Manantial, Lules y San Miguel de Tucumán, ciudad de 900 mil personas.
Hacia el sur, a 35 km de la capital y a 1.300 m de altura, Villa Nougués luce formidables casonas de estilo normando, con muros de piedra del lugar, rodeadas de hermosos jardines. La sobriedad es casi mágica cuando en invierno la villa despierta cubierta de nieve. La aristocracia local erigió este lugar para escapar de la torridez del verano en San Miguel y, a la vez, tener una visión magnífica de la ciudad y la llanura tucumana. La villa veraniega de Raco se levanta en un apacible valle de suaves lomadas, ríos cristalinos, el aroma dulce y silvestre de las hierbas serranas y campesinos que suben por un sendero con catrecitos de tientos. El pueblo tiene un gran recuerdo de Atahualpa Yupanqui, que aquí se nutrió de los cerros tucumanos para hacer las mejores tonadas del folclore nativo.
El monasterio
Cerca de Raco, El Siambón ganó fama por el monasterio benedictino Cristo Rey. Si un lugar de la Argentina país se parece al cielo, es este valle. Los monjes, llegados hace medio siglo como retoños de la Comunidad de la Abadía del Niño Dios, de Victoria, Entre Ríos, trajeron la electricidad a la zona e instalaron una fábrica de dulces, un colmenar y una cortadera de piedras. Al pie del monasterio se pueden comprar productos que elaboran los religiosos, como dulces, miel, cosméticos y artesanías. El monasterio está hecho con piedras grises y rojas de los alrededores. Una roca del río Grande es el altar de la iglesia y a su pie fue colocado un recipiente, en el que los calchaquíes molían el maíz. El convento es lóbrego en el intenso verde de la yunga, cuando brilla bajo un aguacero.
Llegamos al final del Circuito Chico de Tucumán. Rodeado por el cerro Medici y las sierras de Medina, está El Cadillal, gran embalse de 11 km de largo. Han crecido en sus orillas cámpings y clubes náuticos. De lejos se ha llegado para comer un asado aquí, para meterse por última vez en los senderos de la vegetación maciza de estas yungas, Jardín de la República. Se va uno con tristeza de dejar atrás esa vida florida recóndita, listo para sentir añoranza de haberla perdido.
En Yerba Buena
Aquí ingresamos al bosque de yungas por una zona residencial de calles arboladas, por las que se encuentran restaurantes, shoppings y paseos y formidables chalés que ostentan los más pretenciosos jardines del país. Allí surge el cerro San Javier. Cuando llegue el verano, las flores serán una fiesta de colores y perfumes. Desde hace una década, la Reserva Experimental de Horco Molle investiga flora, fauna, geología y arqueología de las yungas. Abre al público todos los días, igual que los parques Sierra de San Javier, Aconquija y Percy Hill.
En todos se siente la fuerza de los arrayanes, guacanes, molles, lapachos, horcos y nogales. Los laureles, que apenas dejan ver el cielo, son un mundo de pajaritos. En una caminata, un "changuito" los va nombrando: celestino, naranjero, carrasquita, chingolo, garganchillo, picaflor, chalchalero. Caminar por el bosque sobre los cerros permite descansar, meditar y llenarse de oxígeno. En Yerba Buena también se puede cabalgar, practicar mountain bike o largarse en aladelta, parapente o trike (aladelta con motor). Los que se animan a volar en el cerro San Javier despegan de Loma Bola, a 1.330 m sobre el nivel del mar, con un desnivel de 800 m. Las condiciones son suaves, el acceso al despegue es cómodo y el aterrizaje, amplio. Dicen que es el mejor lugar del país para volar en parapente. Muchos llegan sólo para volar. Mientras se recorren los senderos, suelen verse esas aves coloridas planeando lentamente sobre el cerro.
Las cabalgatas transcurren por distintas sendas. Algunas salen de las yungas y descubren campos de limoneros (aquí está la mayor producción mundial) y caña de azúcar. Se realizan cabalgatas nocturnas, para ver cómo la luna tucumana derrama la luz de su preñez sobre ríos, árboles y ranchos dormidos.
A pie por el Parque Sierra de San Javier, el silencio, la frescura y el aire hipnotizan. El camino depara tesoros inesperados, viejos rieles y durmientes de quebracho de un antiguo funicular, un puente colgante, el hocico de una mulita que asoma de su cueva, un arroyito de piedras azules, un misterioso rincón de arcilla roja -al que mariposas de alas negras y violetas beben en secreto-, una vieja escuela, las huellas frescas de un chancho, la piel que abandonó una yarará y devoran las hormigas. Son joyas en el Jardín de la República. Desde el hospedaje en Yerba Buena, los paseos a la Puerta del Cielo, los restos del funicular y la Usina de la Quebrada son inolvidables. Al pie de la sierra de San Javier se extienden hacia el este Tafí Viejo, Yerba Buena, San Pablo, Manantial, Lules y San Miguel de Tucumán, ciudad de 900 mil personas.
Hacia el sur, a 35 km de la capital y a 1.300 m de altura, Villa Nougués luce formidables casonas de estilo normando, con muros de piedra del lugar, rodeadas de hermosos jardines. La sobriedad es casi mágica cuando en invierno la villa despierta cubierta de nieve. La aristocracia local erigió este lugar para escapar de la torridez del verano en San Miguel y, a la vez, tener una visión magnífica de la ciudad y la llanura tucumana. La villa veraniega de Raco se levanta en un apacible valle de suaves lomadas, ríos cristalinos, el aroma dulce y silvestre de las hierbas serranas y campesinos que suben por un sendero con catrecitos de tientos. El pueblo tiene un gran recuerdo de Atahualpa Yupanqui, que aquí se nutrió de los cerros tucumanos para hacer las mejores tonadas del folclore nativo.
El monasterio
Cerca de Raco, El Siambón ganó fama por el monasterio benedictino Cristo Rey. Si un lugar de la Argentina país se parece al cielo, es este valle. Los monjes, llegados hace medio siglo como retoños de la Comunidad de la Abadía del Niño Dios, de Victoria, Entre Ríos, trajeron la electricidad a la zona e instalaron una fábrica de dulces, un colmenar y una cortadera de piedras. Al pie del monasterio se pueden comprar productos que elaboran los religiosos, como dulces, miel, cosméticos y artesanías. El monasterio está hecho con piedras grises y rojas de los alrededores. Una roca del río Grande es el altar de la iglesia y a su pie fue colocado un recipiente, en el que los calchaquíes molían el maíz. El convento es lóbrego en el intenso verde de la yunga, cuando brilla bajo un aguacero.
Llegamos al final del Circuito Chico de Tucumán. Rodeado por el cerro Medici y las sierras de Medina, está El Cadillal, gran embalse de 11 km de largo. Han crecido en sus orillas cámpings y clubes náuticos. De lejos se ha llegado para comer un asado aquí, para meterse por última vez en los senderos de la vegetación maciza de estas yungas, Jardín de la República. Se va uno con tristeza de dejar atrás esa vida florida recóndita, listo para sentir añoranza de haberla perdido.