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02 septiembre 2009

Playa y pescado en Súa, Ecuador

Encontrándonos en Quito y echando un poco de menos la costa del continente, Thomas, Myriam y yo decidimos poner rumbo a Súa en busca de playas y tranquilidad.

Súa es un pequeño pueblo de pescadores que forma parte de la provincia de Esmeraldas en el noroeste de Ecuador. Esta región es una de las más famosas entre los turistas nacionales por su buen pescado y marisco, sus gentes afrolatinas de naturaleza caribeña -su ritmo de vida es exactamente igual al del anuncio (creo que de Malibú) de Me estás estresaaaaannndoooo- y su caliente vida nocturna.

Estando fuera de temporada estival y siendo entre semana, nos comentaron que el tema marcha iba a ser más bien complicado así que nos decantamos por Súa sobre Atacames -lugar de marcha por excelencia de la región- en busca de tranquilidad, solecito y buena comida. De lo primero tuvimos casi en exceso, de lo segundo a ratos y lo tercero es verdad que no faltó.

A pesar de la gran cantidad de turistas que llegan en temporada vacacional, Súa no deja de ser un pueblecito pequeñísimo al que no es tan fácil llegar. Para hacerlo desde Quito tomamos un bus nocturno que partió a las 10.30 de la noche y llegó a un cruce de carreteras, llamado el León, a las 4.15 de la mañana. Aquí esperamos unos 10 minutos en la noche cerrada acompañados de nuestras mochilas y algunos viajeros somnolientos. Otro bus vino y nos llevó a Súa en unos 45 minutos. El coste total fue de unos 8 dólares.

Era madrugada de Sábado a Domingo y cuando llegamos no había ni un alma por las 4 calles -literalmente hablando- que tiene el lugar. Ni siquiera las pensiones u hoteles parecían habitados y sólo los gallos reclamaban para sí el lugar con sus cánticos mañaneros. Al final la familia de Julio -propietario de una pequeña pensión- nos hospedó por las 3 noches que pasamos allí.

El Súa que conocimos -fuera de temporada- es ideal para gente que esté buscando tranquilidad absoluta, relajación, tiempo para sí mismo acompañado de lugareños amables y buena comida. Nosotros fuimos con la madre y hermana de Myriam, así que tuvimos una especie de vacaciones familiares que significaron un cambio en mi ajetreado viaje.

Existe una pequeña playa en el mismo pueblo cuya anchura va decreciendo conforme sube la marea por el día. A decir verdad, no os recomiendo venir a ésta.

El hijo de Julio nos mostró una calita mucho más interesante -nos comentó que es nudista y muy frecuentada por extranjeros en los meses de verano- que está a unos 10 minutos andando del pueblo. Para llegar a ella pasamos por la parte menos turística de la aldea donde las casas y barcas de los pescadores eran un todo y multitud de niños corrían, llenos de barro y sin camisetas, jugando a sus juegos inventados y se bañaban en las turbias aguas de un pequeño estuario que se formaba entre el mar y la tierra firme.

Thomas y yo pasamos casi todo el tiempo en la cala mientras las chicas se quedaban en la playa del pueblo. No había absolutamente nadie. Centenares de cangrejos de colores campaban a sus anchas y se podía aprovechar las primeras horas de la mañana para aventurarse a recorrer las calas rodeadas de pequeños acantilados verdes que se extendían hacia el Sur. Pero tened cuidado porque la marea es traicionera y os cerrará el camino de vuelta si regresáis demasiado tarde.

Las aguas tienen cierta bravura y son de un color grisáceo que, durante estos días, hizo juego con el color del cielo. No tuvimos demasiada suerte con el tiempo y el Sol iba y venía durante todo el día, incluso llegando a llover un par de días.

Aun así disfrutamos de una relajante estancia y comimos genial. El pequeño paseo marítimo del pueblo está salpicado de restaurantes y chiringuitos con bebidas pero, cerraban bastante temprano por la noche, cosa que te obliga a cenar con horario inglés: a las 9 olvídate del tema. Los protagonistas son los mariscos, pescados y zumos de frutas. La mayoría estaban vacíos en esta época pero sus dueños nos aseguraban que no cabía un alfiler en verano.

Un menú te puede salir por unos 6 dólares ya que los precios son bastante turísticos todo el año pero sales cebado y la calidad es bastante buena.

Si tanta relajación no te va -a mí tampoco, pero algunas veces durante un viaje tan largo, viene bien- puedes usar Súa como trampolín para visitar lugares más vivos como su vecina Atacames, foco de farra nocturna y con un turismo playero más desarrollado, pero también -según nos comentaron los sueños- mucho más pendenciero.

La fisionomía de la gente es totalmente diferente a la de la del resto del país ya que son descendientes de los esclavos africanos que trajeron los españoles para cultivar las tierras de la zona, y su carácter es excepcional, siendo muy fácil entablar largas conversaciones con ellos. Eso sí, si tenéis pensado hacer algo después, recordad: ellos no tienen nada de prisa.

Merece la pena venir a relajarse a Súa y si tienes vehículo propio aún mejor porque así podrás recorrerte la preciosa costa de las Esmeraldas.

Via: viajablog

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