La Patagonia es un territorio límite en muchos sentidos, tanto por su lejanía de los principales centros urbanos como por sus paisajes desolados y su clima feroz. Cuanto más al sur, las estepas son más heladas y desiertas, los mares más bravos y la vida más parecida a una aventura que debe afrontarse día a día.
Es por eso que, desde mediados del siglo XIX, el extremo sur de América ha sido destino de exploradores, buscadores de oro, pistoleros y pioneros que tuvieron la dosis de locura necesaria para lanzarse hacia los confines del mundo en busca de fortuna. Como testimonio de la colonización de la Patagonia más austral -una gesta épica, pero también llena de episodios oscuros- queda un buen puñado de estancias que dan cuenta de lo dura y, a la vez, maravillosa que fue la vida en aquellos años.
En un viaje por Tierra del Fuego y el sur de Santa Cruz, es posible visitar muchos de estos establecimientos, que alguna vez supieron exportar lana a las principales metrópolis del planeta, y hoy combinan sus tradicionales actividades ganaderas con la recepción de turistas. En su mayor parte, se trata de hospedajes de tipo boutique, en los que es posible pasar la noche al calor de una salamandra y arrullados por el silbido del viento patagónico, disfrutar de un cordero asado a la cruz o perderse en cabalgatas por parajes de belleza virginal. Es, también, un viaje a un pasado plagado de historias asombrosas y leyendas, a veces alegres y a veces trágicas, como la propia historia de la Patagonia.
El secreto de Tierra del Fuego
En el corazón de Tierra del Fuego, casi a mitad de camino entre Río Grande y Ushuaia, se encuentra la Estancia Rivadavia. Fundada en 1925 por el colono croata José Antunovic, está situada en uno de los parajes más hermosos y secretos de toda la isla, en el que se combinan los últimos vestigios de la estepa que domina toda la franja norte y las montañas boscosas típicas de la zona más cercana a la costa del Beagle.
El viaje desde Río Grande es veloz cuando se transita por la Ruta Nacional 3, pero se complica al ingresar a la complementaria H, que avanza hacia el oeste, de espaldas al océano Atlántico. De todas maneras, la lentitud que impone el camino de ripio es un regalo que permite disfrutar sin prisas de paisajes magníficos, como el paso por la costa del lago Chepelmut, uno de los grandes secretos de Tierra del Fuego, rodeado de bosques de ñires que cobran un profundo color ocre durante el otoño.
A un costado de la ruta H, una tranquera que parece innecesaria entre tanta soledad marca la entrada a la estancia, cuyos dominios se extienden por nada menos que 10.000 hectáreas. Regenteada por Myrna, nieta de don Antunovic, tiene un elegante casco de típica estampa patagónica, estratégicamente situado sobre una suave colina desde la que se goza de una hermosa vista de las montañas y los bosques circundantes.
El casco cuenta con cuatro dormitorios amueblados con buen gusto y clasicismo, en los que se respira un inconfundible aire a autenticidad rural, con aromas a troncos quemados en la chimenea y a dulces caseros cocinados durante horas en ollas de cobre. La estancia es famosa por la gran variedad de actividades al aire libre que propone, muchas de las cuales implican un importante esfuerzo físico. Es por eso que el casco ofrece elementos de confort que se agradecen mucho al regresar de las excursiones, como una sala de estar siempre cálida y con hermosas vistas, o un comedor en el que aguardan cada noche platos típicos de la zona, protagonizados por truchas, cordero y frutos rojos.
Entre las numerosas excursiones que se pueden realizar desde la estancia se destacan los paseos en cuatriciclos que van atravesando bosques de lengas y ñires hasta llegar al Chepelmut o al un poco más lejano lago Yehuin, donde se suele realizar un picnic antes de pegar la vuelta. También se organizan cabalgatas y es posible presenciar el espectáculo conmovedor de la doma de caballos salvajes, que allí se realiza con un método paciente y muy poco agresivo con los animales que vale la pena ser visto.
Al caer la noche, se impone un cordero al asador, que se cocina mientras en torno al fuego circulan los vasos de vino y las anécdotas sobre caballos ariscos, nevadas catastróficas y plagas de castores.
En la costa del Beagle
La Estancia Harberton es un hito ineludible en una visita a Tierra del Fuego por muchas razones. Para empezar, allí es donde comenzó la historia de la colonización de la isla, cuando, en 1886, el pastor anglicano Thomas Bridges decidió instalarse con su familia en la entonces virginal costa del Beagle. A diferencia de muchos otros estancieros de la zona, que persiguieron a los habitantes nativos o contrataron pistoleros para que lo hicieran, los Bridges fueron protectores de los yámanas, el pueblo originario de la franja sur de Tierra del Fuego.
El trayecto desde Ushuaia puede hacerse en barco o por la ruta complementaria J, que recorre la costa del Beagle, pasando por lugares llenos de encanto como la laguna Victoria y un mirador que da a la isla Gable. En el camino aparecen también varios ejemplares de las famosas "lengas banderas", árboles inclinados por la acción de los vientos furiosos que barren la costa del Beagle.
La estancia se encuentra en una bella bahía protegida de los vientos y cuenta con un antiguo casco que ha sido recientemente remodelado para recibir visitantes, en habitaciones dobles y triples, todas equipadas con baño privado. Declarada Monumento Nacional en 1999, Harberton atrae cada año a centenares de turistas por dos grandes razones. Una es su famosa casa de té, situada justo frente a las aguas del canal, donde es posible disfrutar de una pastelería deliciosa, elaborada con dulces de frutos típicos de la zona, como el ruibarbo. La otra gran atracción de la estancia es la Museo Acatushún, impulsado por la bióloga norteamericana Natalie Goodall, que alberga una impresionante colección de aves y mamíferos marinos y es considerado como uno de los más importantes de su tipo en Latinoamérica. En sus salas hay esqueletos completos de ballenas, delfines y los enigmáticos zífidos (que habitan aguas profundas), hallados por los investigadores del museo en distintos lugares de la costa de la isla.
Otros de sus puntos fuertes son los paseos y las excursiones, entre las que se destacan las cabalgatas por la llamada "Ruta del Atlántico" y las caminatas autoguiadas por las antiguas sendas frecuentadas por los Bridges y sus amigos yámanas, que pasan por bosques, arroyos y castoreras.
Al sudoeste de Santa Cruz
Había que tener una gran necesidad de soledad -o fobia con el resto del mundo- para asentarse en 1917 sobre la costa sur del lago Viedma, al sudoeste de la actual provincia de Santa Cruz. Vaya a saber uno que deseos o fantasmas perseguían al finlandés Alfred Ramström cuando decidió cruzar el mundo e instalar una granja en ese lugar que aún hoy -un siglo más tarde- continúa siendo un canto a la soledad. En honor a su cuidad de origen, Ramström bautizó a su establecimiento como Estancia Helsingfors. Años más tarde, su hijo Knud comezó a levantar el casco actual de la estancia y en torno a ella plantó secuoyas, hayas y cedros, que hoy protegen y adornan uno de los hospedajes rurales más cautivantes de toda la Patagonia.
Llegar a Helsingfors no es sencillo, pero cada kilómetro de ripio recorrido desde El Calafate por la ruta nacional 40, y luego por la provincial 21, vale la pena.
Se encuentra a mitad de camino entre El Calafate y El Chaltén, bien metida hacia la cordillera, en medio de un paisaje dominado por la figura del monte Fitz Roy y las aguas turquesas del lago Viedma. El antiguo casco ha sido reciclado para adaptarse a la exigencia de visitantes que llegan de la Argentina y el extranjero. Cuenta con ocho habitaciones, algunas de ellas equipadas con jacuzzi, y otras con ducha escocesa, un comedor donde todas las noches tienen lugar cenas de estilo gourmet y una sala de estar ideal para disfrutar de sus célebres pisco sour al calor de la chimenea.
Desde la hostería parten nuemerosos senderos de trekking que recorren quebradas, miradores y lagunas, pero sin dudas su punto fuerte reside en las excursiones embarcadas que llegan hasta las mismas paredes del glaciar Viedma. Partiendo desde el embarcadero de la estancia, y tras un paseo de 40 minutos por el lago, la lancha se coloca justo delante del glaciar, cuyas paredes alcanzan más de 60 metros por encima del nivel de las aguas. Se trata de una experiencia única y conmovedora, que se completa con una caminata por la morena lateral del glaciar, donde es casi imposible no sentirse abrumado por la inmensidad helada de este glaciar que no tiene nada que envidiarle en magnificencia a su mucho más famoso vecino Perito Moreno.
Experiencias únicas
A orillas del lago San Martín, lejos de cualquier vestigio de civilización, en una de las zonas más vírgenes de la Patagonia, se encuentra la Estancia El Cóndor, un sitio ideal para los amantes de la aventura y la naturaleza en estado puro. No cuenta con los altos estándares de confort de las estancias anteriores, pero brinda en cambio la posibilidad de vivir experiencias únicas de vida al aire libre y conocer la cara más auténtica de los gauchos patagónicos.
El casco de la estancia tiene un hospedaje con cuatro habitaciones sencillas y entrañables, una biblioteca y un comedor con chimenea en el que se ofrecen comidas elaboradas con productos de su propia huerta y carnes de los novillos que allí se crían. Para recordar toda la vida son las cabalgatas que parten desde el casco y bordean el lago para luego internarse montañas adentro hasta el puesto La Nana, habitual refugio de arrieros. Allí, durante los meses de verano, se hace noche en bolsas de dormir, sin más protección que la de un cielo rebosante de estrellas y tan amplio como las estepas mágicas y desiertas de la Patagonia.
Es por eso que, desde mediados del siglo XIX, el extremo sur de América ha sido destino de exploradores, buscadores de oro, pistoleros y pioneros que tuvieron la dosis de locura necesaria para lanzarse hacia los confines del mundo en busca de fortuna. Como testimonio de la colonización de la Patagonia más austral -una gesta épica, pero también llena de episodios oscuros- queda un buen puñado de estancias que dan cuenta de lo dura y, a la vez, maravillosa que fue la vida en aquellos años.
En un viaje por Tierra del Fuego y el sur de Santa Cruz, es posible visitar muchos de estos establecimientos, que alguna vez supieron exportar lana a las principales metrópolis del planeta, y hoy combinan sus tradicionales actividades ganaderas con la recepción de turistas. En su mayor parte, se trata de hospedajes de tipo boutique, en los que es posible pasar la noche al calor de una salamandra y arrullados por el silbido del viento patagónico, disfrutar de un cordero asado a la cruz o perderse en cabalgatas por parajes de belleza virginal. Es, también, un viaje a un pasado plagado de historias asombrosas y leyendas, a veces alegres y a veces trágicas, como la propia historia de la Patagonia.
El secreto de Tierra del Fuego
En el corazón de Tierra del Fuego, casi a mitad de camino entre Río Grande y Ushuaia, se encuentra la Estancia Rivadavia. Fundada en 1925 por el colono croata José Antunovic, está situada en uno de los parajes más hermosos y secretos de toda la isla, en el que se combinan los últimos vestigios de la estepa que domina toda la franja norte y las montañas boscosas típicas de la zona más cercana a la costa del Beagle.
El viaje desde Río Grande es veloz cuando se transita por la Ruta Nacional 3, pero se complica al ingresar a la complementaria H, que avanza hacia el oeste, de espaldas al océano Atlántico. De todas maneras, la lentitud que impone el camino de ripio es un regalo que permite disfrutar sin prisas de paisajes magníficos, como el paso por la costa del lago Chepelmut, uno de los grandes secretos de Tierra del Fuego, rodeado de bosques de ñires que cobran un profundo color ocre durante el otoño.
A un costado de la ruta H, una tranquera que parece innecesaria entre tanta soledad marca la entrada a la estancia, cuyos dominios se extienden por nada menos que 10.000 hectáreas. Regenteada por Myrna, nieta de don Antunovic, tiene un elegante casco de típica estampa patagónica, estratégicamente situado sobre una suave colina desde la que se goza de una hermosa vista de las montañas y los bosques circundantes.
El casco cuenta con cuatro dormitorios amueblados con buen gusto y clasicismo, en los que se respira un inconfundible aire a autenticidad rural, con aromas a troncos quemados en la chimenea y a dulces caseros cocinados durante horas en ollas de cobre. La estancia es famosa por la gran variedad de actividades al aire libre que propone, muchas de las cuales implican un importante esfuerzo físico. Es por eso que el casco ofrece elementos de confort que se agradecen mucho al regresar de las excursiones, como una sala de estar siempre cálida y con hermosas vistas, o un comedor en el que aguardan cada noche platos típicos de la zona, protagonizados por truchas, cordero y frutos rojos.
Entre las numerosas excursiones que se pueden realizar desde la estancia se destacan los paseos en cuatriciclos que van atravesando bosques de lengas y ñires hasta llegar al Chepelmut o al un poco más lejano lago Yehuin, donde se suele realizar un picnic antes de pegar la vuelta. También se organizan cabalgatas y es posible presenciar el espectáculo conmovedor de la doma de caballos salvajes, que allí se realiza con un método paciente y muy poco agresivo con los animales que vale la pena ser visto.
Al caer la noche, se impone un cordero al asador, que se cocina mientras en torno al fuego circulan los vasos de vino y las anécdotas sobre caballos ariscos, nevadas catastróficas y plagas de castores.
En la costa del Beagle
La Estancia Harberton es un hito ineludible en una visita a Tierra del Fuego por muchas razones. Para empezar, allí es donde comenzó la historia de la colonización de la isla, cuando, en 1886, el pastor anglicano Thomas Bridges decidió instalarse con su familia en la entonces virginal costa del Beagle. A diferencia de muchos otros estancieros de la zona, que persiguieron a los habitantes nativos o contrataron pistoleros para que lo hicieran, los Bridges fueron protectores de los yámanas, el pueblo originario de la franja sur de Tierra del Fuego.
El trayecto desde Ushuaia puede hacerse en barco o por la ruta complementaria J, que recorre la costa del Beagle, pasando por lugares llenos de encanto como la laguna Victoria y un mirador que da a la isla Gable. En el camino aparecen también varios ejemplares de las famosas "lengas banderas", árboles inclinados por la acción de los vientos furiosos que barren la costa del Beagle.
La estancia se encuentra en una bella bahía protegida de los vientos y cuenta con un antiguo casco que ha sido recientemente remodelado para recibir visitantes, en habitaciones dobles y triples, todas equipadas con baño privado. Declarada Monumento Nacional en 1999, Harberton atrae cada año a centenares de turistas por dos grandes razones. Una es su famosa casa de té, situada justo frente a las aguas del canal, donde es posible disfrutar de una pastelería deliciosa, elaborada con dulces de frutos típicos de la zona, como el ruibarbo. La otra gran atracción de la estancia es la Museo Acatushún, impulsado por la bióloga norteamericana Natalie Goodall, que alberga una impresionante colección de aves y mamíferos marinos y es considerado como uno de los más importantes de su tipo en Latinoamérica. En sus salas hay esqueletos completos de ballenas, delfines y los enigmáticos zífidos (que habitan aguas profundas), hallados por los investigadores del museo en distintos lugares de la costa de la isla.
Otros de sus puntos fuertes son los paseos y las excursiones, entre las que se destacan las cabalgatas por la llamada "Ruta del Atlántico" y las caminatas autoguiadas por las antiguas sendas frecuentadas por los Bridges y sus amigos yámanas, que pasan por bosques, arroyos y castoreras.
Al sudoeste de Santa Cruz
Había que tener una gran necesidad de soledad -o fobia con el resto del mundo- para asentarse en 1917 sobre la costa sur del lago Viedma, al sudoeste de la actual provincia de Santa Cruz. Vaya a saber uno que deseos o fantasmas perseguían al finlandés Alfred Ramström cuando decidió cruzar el mundo e instalar una granja en ese lugar que aún hoy -un siglo más tarde- continúa siendo un canto a la soledad. En honor a su cuidad de origen, Ramström bautizó a su establecimiento como Estancia Helsingfors. Años más tarde, su hijo Knud comezó a levantar el casco actual de la estancia y en torno a ella plantó secuoyas, hayas y cedros, que hoy protegen y adornan uno de los hospedajes rurales más cautivantes de toda la Patagonia.
Llegar a Helsingfors no es sencillo, pero cada kilómetro de ripio recorrido desde El Calafate por la ruta nacional 40, y luego por la provincial 21, vale la pena.
Se encuentra a mitad de camino entre El Calafate y El Chaltén, bien metida hacia la cordillera, en medio de un paisaje dominado por la figura del monte Fitz Roy y las aguas turquesas del lago Viedma. El antiguo casco ha sido reciclado para adaptarse a la exigencia de visitantes que llegan de la Argentina y el extranjero. Cuenta con ocho habitaciones, algunas de ellas equipadas con jacuzzi, y otras con ducha escocesa, un comedor donde todas las noches tienen lugar cenas de estilo gourmet y una sala de estar ideal para disfrutar de sus célebres pisco sour al calor de la chimenea.
Desde la hostería parten nuemerosos senderos de trekking que recorren quebradas, miradores y lagunas, pero sin dudas su punto fuerte reside en las excursiones embarcadas que llegan hasta las mismas paredes del glaciar Viedma. Partiendo desde el embarcadero de la estancia, y tras un paseo de 40 minutos por el lago, la lancha se coloca justo delante del glaciar, cuyas paredes alcanzan más de 60 metros por encima del nivel de las aguas. Se trata de una experiencia única y conmovedora, que se completa con una caminata por la morena lateral del glaciar, donde es casi imposible no sentirse abrumado por la inmensidad helada de este glaciar que no tiene nada que envidiarle en magnificencia a su mucho más famoso vecino Perito Moreno.
Experiencias únicas
A orillas del lago San Martín, lejos de cualquier vestigio de civilización, en una de las zonas más vírgenes de la Patagonia, se encuentra la Estancia El Cóndor, un sitio ideal para los amantes de la aventura y la naturaleza en estado puro. No cuenta con los altos estándares de confort de las estancias anteriores, pero brinda en cambio la posibilidad de vivir experiencias únicas de vida al aire libre y conocer la cara más auténtica de los gauchos patagónicos.
El casco de la estancia tiene un hospedaje con cuatro habitaciones sencillas y entrañables, una biblioteca y un comedor con chimenea en el que se ofrecen comidas elaboradas con productos de su propia huerta y carnes de los novillos que allí se crían. Para recordar toda la vida son las cabalgatas que parten desde el casco y bordean el lago para luego internarse montañas adentro hasta el puesto La Nana, habitual refugio de arrieros. Allí, durante los meses de verano, se hace noche en bolsas de dormir, sin más protección que la de un cielo rebosante de estrellas y tan amplio como las estepas mágicas y desiertas de la Patagonia.