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12 febrero 2010

Panama, Placeres y lujo entre dos océanos

A primera vista, la Ciudad de Panamá no parece un país de Latinoamérica. Cuando se camina por la zona comercial, entre las calles en diagonales y las palmeras que se asoman con el océano de fondo, aparecen autos de lujo, personas que hablan con sus BlackBerry o salen de sus trabajos en busca de un café y una dona para llevar. Los shoppings -que ocupan hasta tres manzanas- trabajan sin parar con cientos de personas que entran y salen cargando bolsas de las tiendas más famosas.

En la costa, el ambiente se hace más playero pero no menos glamoroso: las chicas pasean en rollers y en los estéreos de los descapotables se escucha a todo volumen el reggaeton. Hay que levantar la vista para llegar a ver la hilera de los modernos rascacielos que bordean el agua. Por todo eso, los guías turísticos la llaman "la pequeña Miami". El paisaje natural es lo único que no habla de marcas ni culturas: el mar azul que se confunde con el cielo es como los que aparecen en los catálogos de turismo, que se miran con deseo a través de la vidriera de una agencia de viajes.

"Aquí te puedes vestir de pies a cabeza por 15 dólares, pero también hay un mercado de lujo porque te encuentras con las cuatro marcas más sofisticadas del mundo", dice Adriana Kudo, gerente del Grupo Roble (la empresa que desarrolló varios de los más importantes centros comerciales de la ciudad), mientras señala el más moderno de los seis shoppings que hay en Panamá: el Mall Multiplaza Pacific. Con un piso brilloso y enormes columnas plateadas, este centro comercial tiene 260 tiendas exclusivas. Es el paraíso de los fanáticos de las compras.

A esta altura del viaje, parece que Panamá busca diferenciarse: al desarrollo comercial -una pequeña réplica del estilo de vida en las principales ciudades de Estados Unidos- se suma un paisaje típico de Centroamérica. Hay playas a los costados (de un lado, el Pacífico; del otro, el Caribe), palmeras y árboles con diferentes tonalidades de hojas verdes. El calor y la humedad obligan a detenerse, mirar alrededor y confirmar que, si existe lo sublime, está en la naturaleza.

Olvidarse de todo

No pensar dónde ir a cenar, cuándo ir a bailar, en qué momento almorzar, si tomar un trago en la pileta o quedarse en la playa. Nada, o todo al mismo tiempo. Las ofertas hoteleras de Panamá apuntan a que el turista se olvide de llevar su billetera, porque paga una vez y lo demás es sólo para disfrutar. La última novedad en hotelería es el Breezes Resort & Spa Panamá, que opera bajo el sistema Super-Inclusive. ¿Qué quiere decir esto? Comida gourmet, habitaciones equipadas, bebidas internacionales, deportes terrestres y acuáticos, salones de juego, cinco piscinas, cuatro restaurantes, cuatro bares y playa, todo incluido e ilimitado. Este hotel está ubicado a menos de dos horas del Aeropuerto Internacional de Tocumen, en el exclusivo condominio Bijao, de la región de Santa Clara, y sobre una de las playas más bellas del Pacífico panameño. Rodeadas de vegetación tropical, estas playas solitarias son ideales para caminar y contemplar los movimientos del océano, que cambia drásticamente su marea entre la mañana y la tarde.

Un buen comienzo para entender por qué Panamá ni siquiera tembló con la crisis económica mundial es visitar el Canal. Esta conexión entre los océanos Atlántico y Pacífico, principal motor de la economía local, funciona con tres esclusas. El principal centro de visitantes está en Miraflores, que además de un museo y un centro de interpretación, ofrece la posibilidad de almorzar en un restaurante con vista al Canal. En este lugar es común ver gente que se levanta de un minuto a otro de su mesa, deja el plato de comida (no les importa que se enfríe el arroz con frijoles) y corre hasta las barandas de la terraza para ver pasar los enormes barcos que cruzan el Canal. De un lado y de otro, aparecen las cámaras de fotos: los turistas saludan a cinco marineros filipinos que se asoman en la cubierta de un barco que transporta petróleo. Después de esta experiencia, se puede visitar el Cerro Ancón, que ofrece una vista panorámica de la Ciudad de Panamá. En el camino suelen encontrarse osos perezosos, trepados en lo más alto de los árboles, y a los costados cientos de orquídeas, la flor nacional de Panamá.

A dos horas de la ciudad, se encuentra el Valle de Antón, en la provincia de Cocle. Es la caldera de un volcán que se eleva 600 metros sobre el nivel del mar; su paisaje selvático es para muchos un santuario de la meditación. El camino (hay perfectas calles para recorrerlo) está cubierto de plantas, con casitas que aparecen entre los árboles. A medida que se gana altura, las nubes comienzan a cubrir el cerro y las montañas. A uno de los cerros se le llama India Dormida porque según los pobladores adquirió esa forma de mujer en reposo. El Valle de Antón cuenta con un zoológico y tiene aguas termales, donde se ofrecen masajes y máscaras de barro a la sombra de los árboles. Por donde se busque hay excursiones por los bosques. Encontrarse con una víbora venenosa es uno de los riesgos que se corren al pasear por un volcán. El otro, más improbable en esta época, es que, de repente y sin aviso, deje de estar inactivo.

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