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27 octubre 2009

Viajes: Castillos de piedra

No hay dudas acerca de que la imagen emblemática de La Rioja es el cañón de Talampaya. En este impactante Parque Nacional, donde el tiempo dejó su huella y la erosión un legado de figuras que parecen talladas a mano, se alberga un tesoro de notable belleza. Las opciones contemplan desde descubrirlo a pie o en mountain bike hasta disfrutarlo bajo un cielo azul profundo o el resplandor de la luna llena. Son nuevas y originales maneras de conocer los vestigios de un remoto mundo perdido.

Declarado en 2000 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, Talampaya forma parte de la Cuenca Triásica de Ischigualasto, una vasta región desértica donde afloran antiguos sedimentos instalados por la erosión en los comienzos de la era mesozoica. Es decir, hace 250 millones de años.

Recorrer esta árida geografía es toda una aventura y lo mejor es quedarse al menos tres días para conocerla en profundidad.

En contacto directo

Por un lado, hay tres circuitos tradicionales que insumen un día completo. Todas las excursiones en Talampaya se realizan con guías y acompañados por guardaparques. Recorrer el parque en bicicleta es una experiencia que permite ver y sentir de otra manera lo que se vive en contacto directo con el paisaje. Es ideal para los amantes del turismo aventura, aunque no es excluyente, ya que la actividad es de bajo impacto físico.

El circuito más corto se inicia al pie del Gran Cañón, una muralla de arena colorada de 130 m, y dura una hora y media. Por el cauce seco del río Talampaya se llega a un cañadón con petroglifos. Es el testimonio de las culturas ciénaga y diaguita, desarrolladas entre los siglos III y X. Guanacos, ñandúes y pumas fueron trazados sobre la piedra. Un tramo más allá, están los morteros de piedra.

El recorrido alcanza el Jardín Botánico, un bosque de algarrobos, chañares y molles que parecen haber sido puestos expresamente para ocultar La Chimenea, una hendidura cilíndrica vertical tallada por la erosión del viento y la lluvia sobre una pared del inmenso murallón.

El segundo circuito, de dos horas y media, se adentra en el cañadón hasta las formaciones Los Reyes Magos, La Catedral y El Monje.

Las caminatas conducen hasta lugares menos transitados. Surcando la orilla opuesta del río, la Quebrada de Don Eduardo es uno de los puntos más atractivos. De dos a tres horas de duración, el paseo comienza en la bifurcación Huayquería, al costado izquierdo del Gran Cañón. Es la puerta de entrada a este mundo fantástico, con miradores esculpidos en las paredes de arcilla. Al caminar por sus subidas y bajadas se descubre un paisaje bien diferente de las clásicas vistas de Talampaya.

La espectacularidad de la reserva también se aprecia de noche. Cuando el aire fresco del desierto reemplaza el calor diurno, comienzan las caminatas nocturnas. Cinco veces al mes la luna se convierte en un redondo disco de plata y derrama su resplandor blanquecino sobre los murallones rojizos.

La excursión dura casi tres horas, desde el parador Wayra Wuasy del acceso principal. El primer tramo, en vehículo, llega hasta el centro del cañón, donde se realiza una caminata de media hora. Después se continúa otro tramo breve en vehículo hasta La Catedral, con agujas de más de 100 m de altura, donde se permanece media hora.

El cañón Arco Iris, bastante diferente de los demás, es otra de las nuevas opciones de esta maravillosa Talampaya.

En este desfiladero se alzan enormes formaciones ocres, rojas, verdes y blancas. Las formaciones geológicas de la sierra de Paganzo señalan perfectamente cómo se fue formando la Tierra. Se ven cuevas, pasadizos y enormes rocas que penden en el aire y parecen a punto de caer.

Por el río seco

La Ciudad Perdida es el circuito más extenso del parque. La recorrida dura 4 horas y comienza en camioneta avanzando por el lecho seco del río Gualo. Luego se realiza una caminata sorteando dunas pobladas por guanacos hasta llegar a un mirador natural.

Allí, una depresión de 3 km con formaciones en su interior parece una ciudad fantasma. Se recorren laberintos diseñados por el agua. Entre los tesoros escondidos en la Ciudad Perdida está Mogote Negro, una pirámide casi perfecta con angostos pasadizos, ventanas de cuadratura geométrica y un gran anfiteatro natural de 80 metros de profundidad excavado por la erosión.

En épocas de lluvia, los poderosos cursos de agua aparecen y desaparecen en cuestión de segundos, tallando el extraño laberinto de la Ciudad Perdida.

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