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05 octubre 2009

Lugares encantados de la Argentina

A los pies del Aconcagua -el más encumbrado centinela que ostenta la geografía de Mendoza-, la naturaleza dispensa un detalle no menos vistoso a los visitantes deslumbrados por el Circuito de Alta Montaña. Hay que prestar atención al costado de la ruta 7. Poco antes de alcanzar la frontera internacional habituada a los embates de los vientos y las nevadas, una enorme grieta tajea la ladera rocosa y deja asomar la silueta del Puente del Inca, impregnada de colores fuertes.

Esa certera estocada a la Cordillera fue asestada hace 15 millones de años, cuando el cerro Banderita Azul se derrumbó y recubrió el paso del río de las Cuevas. La etapa siguiente de la obra corrió por cuenta del agua, cuya erosión delineó el techo natural, acariciado desde abajo por chorros surgentes de agua sulfurosa y salitrosa, que tiñen la piedra de amarillo, ocre y anaranjado.

Esta maravilla de extrañas formas es un imán ineludible para turistas decididos a resistir la amenaza del viento blanco, que también acecha sin piedad, día y noche, la endeble figura de la Capilla del Milagro. Empujados por la curiosidad, hacen un alto en el zigzagueante camino hacia Chile y desenfundan sus cámaras, para captar esos ojos bien abiertos que parecen indagarlos arropados por el puente. Son los marcos huecos de las ventanas que regalaban una panorámica inmejorable a los huéspedes del hotel Termas del Inca, construido en 1925 y arrasado por un alud en 1965.

El agua termal también creó piletones envueltos en vapor, al tiempo que el clima riguroso del invierno se empeña en petrificar sales y diseñar un espeso cortinado de estalactitas.

Los 2.729 m de altura resultan una suerte de suave elevación ante la intimidante presencia del Aconcagua. Será por esa razón indiscutible que los súbditos del Imperio incaico preferían tomar distancia del cerro mayor del continente y disfrutar de las propiedades curativas de las aguas sulfurosas, que empapaban esta inusual formación geológica. Siglos después, Puente del Inca fue el reparo imprescindible que encontraron los correos del virrey, entregados a su suerte en medio del paisaje inhóspito.

Indiferente al destino del hotel, el torrente de agua caliente sigue su tarea. Una larga falda verdosa y amarillenta se despliega sobre el barranco pedregoso, para alimentar las múltiples versiones que concibe la leyenda del lugar. Mucho más arriba, donde la montaña nevada despide ríos de deshielo hacia la planicie, los picos de los Andes, erguidos de cara al sol, libran una lucha titánica para atenuar el poder del viento. Sólo ellos pueden. t

A 196 km al oeste de la ciudad de Mendoza por ruta 7.

Tiene 48 m de largo por 28 m de ancho.

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