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14 abril 2009

Chile: El desierto, la cordillera y los volcanes

Entre lo inhóspito y lo bello, el pueblito chileno de San Pedro de Atacama cautiva a quienes se le atreven. Sus asombrosos paisajes de volcanes, géiseres, lagunas, dunas y minas de cobre, son la prueba de transformaciones geológicas milenarias y el resultado de un escenario que no conoce la lluvia. Convertido en uno de los suelos más secos del mundo, su asentamiento nace a la vera del río que lleva el mismo nombre, y donde algunas excursiones invitan al fascinante mundo del desierto.

Silencio y aridez

Poco menos de 100 km separan a San Pedro de Calama (ciudad y aeropuerto más cercano) y unos 1.670 km de Santiago. Ubicado a 2.470 metros sobre el nivel del mar, en el altiplano de la II Región de Chile, unas 5.000 personas forman parte de su poblado estable. Además de la pequeñez y lejanía de las grandes metrópolis, su atractivo radica también en la importante cultura atacameña, por la cual la zona es considerada una capital arqueológica del país trasandino. Claro que ante semejante paisaje, el turismo se ha establecido como la mayor fuente de ingresos del lugar, y el pueblo se organiza para prestar servicios a los más visitantes de todo el mundo.

Desde el centro varias agencias suelen recomendar un guía para la aventura, que permite descubrir los secretos de algunos interesantes sitios para quien pueda contar con sus servicios. Para cualquiera de las excursiones se recomienda una camioneta, ya que los circuitos son plenamente off road.

Desde Awasi, un hotel rústico que se erige como un antiguo solar rodeado de un muro histórico, parten excursiones a las entrañas del desierto, donde todo es fascinación, y la amplitud térmica entre el día y la noche otro impredecible del viaje.

Océano blanco

Las salidas comienzan en general por la mañana, y alcanzan unos pocos kilómetros para comenzar a ver siluetas de volcanes, lagunas y géiseres, sobre un blanco radiante de la salina. La rareza del suelo escupiendo vapor llama la atención de los más inconmovibles, y es una de las paradas predilectas de cada excursión.

De allí, se parte al perfecto espejo de agua formado por el emergente del salar. Hay que hacer otros 40 km hasta los volcanes Licancabur y Lascar, como paso previo al poblado de Toconao, famoso por sus construcciones en piedra liparita. Llegar aquí implica una visita de medio día, y la parada obligada en los puestos artesanales permitirán obtener regalos a muy buen precio. Para el regreso queda la Quebrada de Jere, el cañón por el cual corre el único cauce de agua dulce en los alrededores, y las ruinas de antiguos huertos de pobladores originarios, que se encontraban en pleno desierto.

Pero si se pretende explotar al máximo la estadía, no hay como llegar al Valle de la Luna, un bucólico anfiteatro a cielo abierto y frente a la Cordillera de la Sal, apenas a 15 minutos del pueblo. Allí el reto consiste en caminar por el "hilo" que parece su sendero trazado en su duna principal. Mirador de lujo, desde ahí es posible apreciar una extraordinaria superficie "lunar", y las insólitas formaciones geológicas que siguen su remodelación por la permanente acción del viento.

Géiseres y piletas

Para una visita de día completo hay que llegar al Tatio, un campo geotérmico ubicado en plena cordillera andina y a 4.200 metros de altura. La excursión dura unas ocho horas (incluye almuerzo) y acerca a las extrañas e incesantes fumarolas de vapor que brotan de los cráteres. Cerquita, aguarda el piletazo en las termas de Puritana, unos pozos de agua a 30 grados centígrados, ideales para recuperar la energía.

Administrados por el Hotel Explora, los bañados están abiertos a todo público. Y si el baño salado es una debilidad, otro día de aventura tiene como objetivo las lagunas Miscanti y Miñique, espejos de agua ubicados a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar y parte de la Reserva Nacional Los Flamencos.

Para cerrar un día de nado pleno y con el marco de la cordillera de los Andes, el destino será ese conjunto de tres lagunas llamado Laguna Cejar. Allí, además de contemplar esa belleza, es posible realizar una curiosa prueba: la imposibilidad de hundirse, como sucede en el Mar Muerto de Israel.

Antes del adiós, San Pedro propone una caminata por el pueblo, la plaza, la iglesia mayor y el museo, son un resumen de un asentamiento que conjuga a la perfección su pasado con el creciente turismo moderno. Rico en artesanías, el asentamiento ha seguido esta tradición como un rito ancestral.

Esta historia se encuentra resguardada en el museo Arqueológico Gustavo Le Paige, que cuenta con 380.000 piezas que corresponden a los orígenes de la cultura sanpedrina. Esas cerámicas, tejidos, cesterías, tallados en madera, cobre y bronce, llegan desde los pueblos originarios, hoy a la venta en muchos de sus locales. Tejidos de lana de llama, alpaca y oveja, y las creaciones en piedra volcánica de la localidad de Toconao, son el regalo ideal para la vuelta a casa.

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