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19 marzo 2009

Brasil: Praia do Rosa, la bella bahía y el mar azul

Hay cambios, es cierto. La Praia do Rosa de hoy está lejos de parecerse a la de mediados de los setenta, cuando comenzaban a desembarcar los primeros hippies, ante la atenta y cordial mirada de los locales. Pero, por suerte, la esencia no se perdió. Y al parecer, pasará mucho tiempo hasta que este paraíso de arenas blancas, resguardadas por unos salvajes morros verdes, vecinas del transparente mar y cálidos lagos, deje de ser considerada como una de las 10 bahías más hermosas de Brasil.

Naturaleza virgen

La consigna de los lugareños es clara: mantener la naturaleza intacta. A partir de esto se entienden las diferencias con la clásica y cercana Florianópolis (a 70 km).

Aquí el invierno pasa desapercibido: la temperatura oscila entre los 25 y los 35 grados todo el año. Esto resulta ser un imán más para atraer a los turistas. Sí, sólo uno más, porque son innumerables los encantos de este destino con aires de villa de pescadores.

Sin dudas fue más una adaptación que una transformación la que sufrió Praia do Rosa en los últimos años. Al principio, eran más las familias que llegaban en busca de un lugar tranquilo y seguro para descansar con sus hijos en el verano. Para eso, las amplias posadas, como Vida, Sol e Mar y Caminho do Rei, estaban preparadas para recibirlos. Más tarde, cuando fue ganando popularidad, llegaron los jóvenes. Y con ellos, la movida nocturna, con diferentes bares y boliches, como Pico da Tribu, Jamaica o Mar del Rosa, que mantienen su vigencia en plena temporada alta. Ahora, en la baja (de marzo a junio), el panorama muta en Praia. No hay chicos ni adolescentes. En esta época, el silencio sólo se ve interrumpido por el rumor del mar. Muchas parejas llegan en busca de una tranquilidad soñada. Y no sólo de eso. También se transforma en la preferencia de los más gasoleros, que se encuentran con tarifas más económicas.

En la playa, ya desde temprano, cerca de las 9, los cuernos de los bueyes se asoman entre la vegetación. De a dos, tranquilos y fuertes, tiran de una carreta que lleva las tablas hasta la escuela de surf ubicada en el centro de los 2.600 metros que tiene la playa.

A medida que se va acercando el mediodía, los visitantes van acomodando sus lonas y sombrillas. Para unos, la jornada se disfruta con caminatas o trotes. Para otros, con surf, windsurf y kite. Los más aventureros optan por conocer, embarcados, otras costas cercanas, como la de Ferrugem, la de Guarda do Embaú o la de la deslumbrante Ilha do Papagaio, y hasta se atreven a investigar el mundo acuático, buceando o practicando snorkel.

También hay quienes simplemente prefieren contemplar el sol y el mar o las lagunas saladas -formadas por pequeños ríos y aguas de lluvia- y saciarse con algunos choclos y cervezas.

Al atardecer surgen otras actividades que aprovechan quienes todavía tienen algún resto de energía. La cabalgata por las selvas que descansan en los morros es la preferida. Aunque algunos también salen a caminar por las estrechas y empinadas calles hacia el pequeño centro comercial.

Los que buscan relajarse en las posadas, toman masajes, beben alguna caipirinha en las piletas o recuperan algo de sueño enroscados en las hamacas paraguayas.

Cuando se pone el sol, aparece un atractivo que ha evolucionado a pasos agigantados en esta zona: la gastronomía. Uno de los restaurantes lujosos más visitados es Tigre Asiático. Decorados balineses y tailandeses, con imágenes de Buda, rompen con el modelo brasileño. La cocina fusiona comidas típicas de Japón, Tailandia e Indonesia. Para recomendar, la sopa a base de langostinos y como plato principal fideos salteados tailandeses, con una mezcla de camarones frescos y secos. El que pretende algo más tradicional, la opción es la pizzería La Rueda, con una decoración de estilo rústico. Las pizzas son a la piedra y bien crocantes. Como sugerencia, la pizza hecha con muzzarella, peperoni, rúcula y tomates secos.

Praia do Rosa está hecha para disfrutar de todos sus atractivos. Por eso, el encanto de su pueblo, su bella bahía y ese mar tan azul invitan a buscar cualquier excusa para no abandonarla o, al menos, para volver.

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