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13 febrero 2009

Un crucero de Buenos Aires al Cabo de Hornos

Partir desde Buenos Aires y visitar por algunas horas los puertos de Montevideo, Puerto Madryn, Punta Arenas y Ushuaia; sortear luego el Cabo de Hornos y regresar hasta Punta del Este y Porto Belo, con llegada a Santos, Brasil, como punto final. Finalmente, desde San Pablo, emprender el retorno por vía aérea. Esa fue la propuesta de la empresa Royal Caribbean Internacional en su viaje inaugural al extremo sur de América: a lo largo de catorce días y trece noches, el Radiance of the Seas, crucero de 90 mil toneladas y 300 metros de largo, albergó a huéspedes de 45 nacionalidades llevándolos hasta lo más austral del continente americano, en un viaje realmente inolvidable.

Luego de realizar el check in en la terminal de cruceros Quinquela Martín del puerto de Buenos Aires (conviene hacerlo previamente por Internet) embarcamos con la suficiente antelación a efectos de ubicar el camarote, reencontrarnos con el equipaje y comenzar a conocer la que sería nuestra casa flotante por varios días. Para prevenir cualquier contingencia, junto con la papelería del viaje, la empresa entrega anticipadamente una cartilla explicativa personalizada en la cual figuran lugar, fecha y hora de embarque, número de camarote y cubierta, horario de comedor y la lista de preparación para el crucero, donde se detalla la documentación requerida y el equipaje, además de amplia información sobre el barco, el itinerario y la vestimenta adecuada para las distintas ocasiones durante la travesía.

Las naves de la clase del Radiance se caracterizan por sus amplias áreas exteriores vidriadas, un gran espacio abierto y más balcones que otro tipo de cruceros. Antes de partir, una primera recorrida por alguna de sus trece cubiertas -nueve de altura, con su atrio en la parte central del barco-, que ofrecen variadas opciones de alojamiento, actividades y entretenimientos. para subir y bajar amplias escaleras y ascensores de cristal con vista al mar, que conforman la red de accesos a las amplias cubiertas. Y para familiarizarnos con sus camarotes -internos, externos con vista al mar y externos con balcón privado- amplios y confortables, con todo lo necesario para una estadía más que placentera durante las dos semanas de navegación.

Mar abierto

Zarpamos de Buenos Aires por la noche, mientras conocíamos durante la cena a los integrantes de la mesa que compartiríamos día tras día. Por casualidad -o probablemente no-, la mayoría de los grupos integrados la primera noche, tanto en mesas para cuatro personas como en una como la que nos tocó compartir -para doce-, fue excelente. En el Radiance, las opciones gastronómicas son varias, en cinco restaurantes diferentes: Portofino, Chops Grille, Cascades, buffet Café Windjammer y Seaview Café. Después de la cena bien se puede optar por el Casino Royale, el Colony Club o el Safari Club -con mesas de billar autoniveladas-, o por bares como Champagne Bar o Schooner Bar. Para bailar, con diversos ritmos, las cubiertas 11 y 13.

Después de partir de Montevideo -primer puerto que tocamos- disfrutamos de todo un día a mar abierto, con proa a Puerto Madryn. Ideal para actividades en cubierta, piscina, solarium, spa y centro de acondicionamiento físico, simulador de golf y minigolf, pared de escalar y adventure beach, con actividades para niños y jóvenes (de 6 meses a 17 años).

Como parte del servicio, diariamente se informa al pasajero sobre el estado del tiempo, las comidas y bebidas disponibles, los entretenimientos y horario de actividades y deportes y las posibilidades para realizar compras, practicar juegos de azar, acceder a producciones teatrales, disfrutar de programas de actividades para niños y jóvenes y de distintas excursiones en tierra, además de todo lo necesario para disfrutar a pleno de un buen viaje de vacaciones.

Madryn nos recibió con un día espectacular, que aprovechamos a pleno para recorrer la playa, hacer excursiones a la pingüinera y visitar colonias de lobos marinos, antes de regresar nuevamente al barco. Quizás, un poco ansiosos por alcanzar el objetivo principal: Ushuaia y el Cabo de Hornos, pasando antes por el pintoresco puerto de Punta Arenas.

Desafío de corsarios

El hecho de pensar en recorrer legendarias rutas marítimas, como el Estrecho de Magallanes o el Canal de Beagle, y luego navegar frente al Cabo de Hornos, considerado todavía como uno de los mayores retos náuticos, despertó en todos nosotros el espíritu de aventura que, sospecho, habrá animado a Charles Darwin y el capitán Fitz Roy a desafiar esa zona en la que chocan las dos grandes masas de agua del Pacífico y el Atlántico.

Esperábamos encontrar un mar revuelto y agresivo; sin embargo, para nuestra sorpresa, nos adentramos en aguas calmas y silenciosas. Muchos recordábamos que, sólo entre los años 1850 y 1900, más de un centenar de navíos naufragaron en las inmediaciones de este Cabo. Quizás por eso, a bordo sólo se escuchaban suaves murmullos y comentarios a media voz, como si temiéramos romper ese raro sortilegio del momento. Cientos de navegantes que poblábamos las cubiertas del Radiance nos sentimos hermanados por un instante con marinos y piratas que osaron alguna vez desafiar esas aguas.

Con la impresión de haber vivido una experiencia imborrable, el barco puso rumbo hacia el Norte. Y si bien el recorrido habitual sigue por el Pacífico hasta el bellísimo puerto chileno de Valparaíso, en este viaje inaugural regresamos por el Atlántico. Nos esperaban las arenas cálidas de Punta del Este y Porto Belo.

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