Lo primero que hay que hacer en Punta Arenas, en el extremo sur de Chile, es pararse en la plaza Muñoz Gamero, corazón de la ciudad, para mirar alrededor. De un lado se huele el mar, los muelles del puerto y los barcos. A pocas cuadras, el Cerro de la Cruz tiene la mejor vista hacia el casco histórico: los techos rojos típicos, a orillas del Estrecho de Magallanes y, a lo lejos, la costa de la isla de Tierra del Fuego. Alrededor de la plaza, los palacios y monumentos hablan del esplendor de una ciudad que -allá por 1906- era frecuentada por los barcos de diez líneas interoceánicas -no existía el Canal de Panamá- y se enorgullecía de su red de teléfonos y luz eléctrica, su teatro de ópera, el hipódromo y las filiales bancarias. Aún hoy se pueden ver frente a esta plaza los imponentes palacios afrancesados de los "reyes sin corona" de la Patagonia de comienzos del siglo XX, como José Menéndez, Mauricio Braun, Jean Blanchard y Adolfo Stubenrauch, entre otros.
Así es, tanta magnificencia se explica porque hasta la década de 1920 -cuando se derrumbó la cotización mundial de la lana de oveja y se abrió el Canal de Panamá- esta ciudad fue la capital comercial, política y cultural de la Patagonia. "Es una Montevideo del sur", dijo el escritor argentino Roberto J. Payró en 1899 cuando visitó Punta Arenas para hacer la crónica del encuentro de los presidentes de Chile y Argentina, Errázuriz y Roca. Un testigo de aquellos años domina hoy la plaza Muñoz Gamero, es el monumento al navegante Hernando de Magallanes, que pasó por aquí en 1520 rumbo al Océano Pacífico. El monumento fue pagado por José Menéndez y ahora los turistas, por cábala, le tocan el pie al indio que acompaña a Magallanes en el bronce: así, se dice, seguramente se repetirá la visita.
Leyendas sureñas
Después de Magallanes pasaron muchos otros marinos. En 1671 el inglés John Narborough la bautizó "Sandy Point" -punta arenosa, origen del nombre actual- contento de encontrar en las solitarias aguas del estrecho un puerto natural, agua potable, carbón, buena caza y tehuelches amigos. Darwin y Fitz Roy navegaron en 1832 con el bergantín "Beagle" los canales fueguinos y vivieron para contarlo. De aventuras está hecha la historia de Punta Arenas, que se inició en 1848 cuando el gobierno de Chile estableció allí una colonia penal cerca del viejo Fuerte Bulnes. Desde entonces, chilenos e inmigrantes europeos llegaron a Punta Arenas atraídos por sucesivas "fiebres": la caza de lobos marinos y ballenas en 1860, el descubrimiento de oro en 1880, el auge de la cría de ovejas entre 1884 y 1920, la fiebre del petróleo desde 1945 y luego la pesca, el carbón y el turismo.
Otro testigo de aquel esplendor es el céntrico Museo Regional Braun Menéndez, ubicado en el edificio de estilo francés construido en 1905 para Sara Braun. A pocas cuadras, el Museo Salesiano cuenta la vida de los indios de la región en la implacable Patagonia de finales del siglo XIX, un tema que inspiró relatos del popular escritor chileno Francisco Coloane. Punta Arenas es hoy una moderna ciudad de 120.000 habitantes, pero su mitología vuelve de muchas maneras. Por caso, en estos días culmina el Carnaval de Invierno, un desfile de carrozas, murgas y comparsas con temas del folclore local. La época pionera revive en el Museo del Recuerdo -con carruajes y objetos del siglo XIX- creado por el historiador Mateo Martinic en el Instituto de la Patagonia, de la Universidad de Magallanes.
Por cierto, habrá turistas fascinados con las ofertas de la Zona Franca local: son trece hectáreas de locales comerciales, visitados diariamente por miles de personas que pueden hacer compras sin impuestos, o deleitarse ante un plato de centollas, cordero o salmón. No faltan los turistas europeos fascinados por el cementerio de la ciudad: sus bóvedas barrocas, como la de Sara Braun, recuerdan a la Recoleta. Y están los turistas que se preparan para navegar por canales fueguinos con los cruceros Australis - que van y vienen entre Ushuaia y Punta Arenas- tras las huellas patagónicas de Darwin y Fitz Roy.
El Milodón y las montañas
Hay más para ver, si se aprecian las leyendas. Bruce Chatwin cuenta en su libro "En la Patagonia" que su fascinación con el sur nació al oír la historia de la Cueva del Milodón, un animal prehistórico -algo así como un oso gigantesco- que hace 15.000 años vivió en la zona de Puerto Natales, bien al norte de Punta Arenas. En 1895 el explorador sueco Nordenskjold recorrió la cueva, que hoy es un sitio turístico en un desvío del camino al parque Torres del Paine.
En 1898 el científico argentino Ameghino dijo que aún debía haber un Milodón vivo. Desde Londres llegaron los científicos del British Museum y los periodistas. Nadie encontró un Milodón vivo pero muchos se maravillaron con las Torres del Paine, un paisaje de montañas, lagos, ríos, glaciares y bosques que hoy visitan los entusiastas del trekking. Así es, Punta Arenas también se ha construido con leyendas.
Así es, tanta magnificencia se explica porque hasta la década de 1920 -cuando se derrumbó la cotización mundial de la lana de oveja y se abrió el Canal de Panamá- esta ciudad fue la capital comercial, política y cultural de la Patagonia. "Es una Montevideo del sur", dijo el escritor argentino Roberto J. Payró en 1899 cuando visitó Punta Arenas para hacer la crónica del encuentro de los presidentes de Chile y Argentina, Errázuriz y Roca. Un testigo de aquellos años domina hoy la plaza Muñoz Gamero, es el monumento al navegante Hernando de Magallanes, que pasó por aquí en 1520 rumbo al Océano Pacífico. El monumento fue pagado por José Menéndez y ahora los turistas, por cábala, le tocan el pie al indio que acompaña a Magallanes en el bronce: así, se dice, seguramente se repetirá la visita.
Leyendas sureñas
Después de Magallanes pasaron muchos otros marinos. En 1671 el inglés John Narborough la bautizó "Sandy Point" -punta arenosa, origen del nombre actual- contento de encontrar en las solitarias aguas del estrecho un puerto natural, agua potable, carbón, buena caza y tehuelches amigos. Darwin y Fitz Roy navegaron en 1832 con el bergantín "Beagle" los canales fueguinos y vivieron para contarlo. De aventuras está hecha la historia de Punta Arenas, que se inició en 1848 cuando el gobierno de Chile estableció allí una colonia penal cerca del viejo Fuerte Bulnes. Desde entonces, chilenos e inmigrantes europeos llegaron a Punta Arenas atraídos por sucesivas "fiebres": la caza de lobos marinos y ballenas en 1860, el descubrimiento de oro en 1880, el auge de la cría de ovejas entre 1884 y 1920, la fiebre del petróleo desde 1945 y luego la pesca, el carbón y el turismo.
Otro testigo de aquel esplendor es el céntrico Museo Regional Braun Menéndez, ubicado en el edificio de estilo francés construido en 1905 para Sara Braun. A pocas cuadras, el Museo Salesiano cuenta la vida de los indios de la región en la implacable Patagonia de finales del siglo XIX, un tema que inspiró relatos del popular escritor chileno Francisco Coloane. Punta Arenas es hoy una moderna ciudad de 120.000 habitantes, pero su mitología vuelve de muchas maneras. Por caso, en estos días culmina el Carnaval de Invierno, un desfile de carrozas, murgas y comparsas con temas del folclore local. La época pionera revive en el Museo del Recuerdo -con carruajes y objetos del siglo XIX- creado por el historiador Mateo Martinic en el Instituto de la Patagonia, de la Universidad de Magallanes.
Por cierto, habrá turistas fascinados con las ofertas de la Zona Franca local: son trece hectáreas de locales comerciales, visitados diariamente por miles de personas que pueden hacer compras sin impuestos, o deleitarse ante un plato de centollas, cordero o salmón. No faltan los turistas europeos fascinados por el cementerio de la ciudad: sus bóvedas barrocas, como la de Sara Braun, recuerdan a la Recoleta. Y están los turistas que se preparan para navegar por canales fueguinos con los cruceros Australis - que van y vienen entre Ushuaia y Punta Arenas- tras las huellas patagónicas de Darwin y Fitz Roy.
El Milodón y las montañas
Hay más para ver, si se aprecian las leyendas. Bruce Chatwin cuenta en su libro "En la Patagonia" que su fascinación con el sur nació al oír la historia de la Cueva del Milodón, un animal prehistórico -algo así como un oso gigantesco- que hace 15.000 años vivió en la zona de Puerto Natales, bien al norte de Punta Arenas. En 1895 el explorador sueco Nordenskjold recorrió la cueva, que hoy es un sitio turístico en un desvío del camino al parque Torres del Paine.
En 1898 el científico argentino Ameghino dijo que aún debía haber un Milodón vivo. Desde Londres llegaron los científicos del British Museum y los periodistas. Nadie encontró un Milodón vivo pero muchos se maravillaron con las Torres del Paine, un paisaje de montañas, lagos, ríos, glaciares y bosques que hoy visitan los entusiastas del trekking. Así es, Punta Arenas también se ha construido con leyendas.