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08 julio 2009

Argentina: San Luis En el gran desierto rojo

Es fácil pasarse y seguir de largo, porque el cartel que indica que llegamos a Hualtarán es casi imperceptible, medio oculto a la vera de una ruta desolada y en medio de un silencio que parece venir del comienzo de los tiempos.

El guía sólo pregunta si llevamos agua y cámara de fotos, y pronto se sabrá por qué. Esta es la puerta de entrada al Parque Nacional Sierra de las Quijadas, en el noroeste de la provincia de San Luis, un gran desierto rojo de 150 mil hectáreas, con formaciones rocosas extraordinarias talladas por la erosión del viento y el agua durante millones de años. Todo es rojo: la tierra, las quebradas y los riscos, el cielo del atardecer. Parece una imagen de Marte y, a la vez, un paisaje que ha quedado intacto desde los confines del pasado más remoto, porque hay allí restos fósiles de animales prehistóricos y numerosas huellas de dinosaurios y raíces petrificadas.

El sol pega fuerte sobre las pieles y la tierra. No hay electricidad, agua corriente ni señal para el teléfono celular, y hay que administrar muy bien el agua porque la caminata es larga y luego aumentará la sed.

Sin embargo, todo esto que puede entenderse como una suma de dificultades desaparece frente a la belleza extraña e inquietante del paisaje, con cornisas y paredes verticales de cientos de metros en ese tinte bermellón, y las rocas de formas sorprendentes, cortadas y talladas a mano por la naturaleza.

Una imagen como nunca se ha visto antes.

Sierra de las Quijadas está ubicada a 120 kilómetros de la ciudad de San Luis. Por la Ruta Nacional 147 se llega al pequeño caserío de Hualtarán, donde se encuentra la oficina de Parques Nacionales, un área de acampe, un par de casas y una escuela rural, lo que constituye la principal infraestructura de la zona. Allí un guardaparque o un guía de turismo pedirán los datos de procedencia y ofrecerán toda la información necesaria para aventurarse en lo que algunos llaman "una hermana del Gran Cañón del Colorado", el gigante de los Estados Unidos.

Desde ese lugar, siguen seis kilómetros de tierra y ripio que se van internando en el Parque. Al costado del camino, y antes de llegar a los riscos, se puede visitar un conjunto de hornillos para la producción de cerámicas que pertenece a la cultura de los indios huarpes, un sitio arqueológico bien interesante como para ir entrando en clima.

Poco más allá arranca el primero de los recorridos posibles, y acaso el más impactante: "Los Miradores", una caminata de entre 45 minutos y una hora que permite apreciar una panorámica de las sierras y que culmina con una vista increíble del Potrero de la Aguada, un gigantesco valle de 4.000 hectáreas rodeado por una muralla de rojos farallones verticales, como un anfiteatro natural tallado durante milenios y con las capas de tierra superpuestas como un pastel de hojaldre.

Para no perderse: la puesta del sol en los miradores, cuando el sol parece desangrarse en un fuego que cubre el cielo, la tierra y las rocas. La sensación es de completa soledad y, sin embargo, cada tanto se puede vislumbrar una pareja de halcones volando en círculos o el paso a lo lejos de algún zorrito que se les anima un poco a los turistas.

Dinosaurios y rocas milenarias

En las Quijadas viven varias especies en peligro de extinción, como el gato moro y la vizcacha colorada, además de una riquísima fauna que incluye pumas, guanacos, burros salvajes, ñandúes, cisnes de cuello negro, águilas coloradas, cardenales amarillos y tortugas terrestres.

El de "Los Miradores" es el único circuito que se puede hacer sin guía; el resto se realiza en grupos organizados. En general se pueden contratar en el momento, aunque conviene averiguar con anticipación, sobre todo en verano, cuando hay varias franjas horarias en las que no se permite la salida de excursiones ya que la temperatura puede llegar a los 45 grados.

"La Huella" es una travesía de alrededor de unas tres horas que lleva hasta donde quedó grabada una huella casi intacta de un saurópodo de cola larga, el dinosaurio de mayor tamaño que vivió en la zona. Es muy impactante: las tres pezuñas perfectas, a pesar de que fueron impresas hace millones de años. Igual de impactante es el camino para llegar a ellas, un descenso por el acantilado, tomándose de rocas, plantas y raíces, y tratando de controlar el vértigo frente a tanta inmensidad.

El "Sendero de los guanacos" es otra excursión de tres horas que recorre la senda que utilizan actualmente los guanacos y permite conocer la geografía, fauna y flora de la región. Finalmente, el circuito "Los Farallones" demanda aproximadamente cuatro horas. En la mitad del sendero de "La Huella" hay que desviarse para seguir descendiendo hasta el fondo

del Potrero de la Aguada. Sólo apta para los que tienen buen estado físico, es una travesía espectacular, bajando por una quebrada con paredones verticales de más de 200 metros de altura. A cada paso aparecen cuevas y rincones extraños, además de unas rocas increíbles, que por la erosión han adquirido formas reconocibles y que así se ganaron sus nombres: "la cabeza del toro", "el puma", "el botellón".

Otras historias

En algún rincón de la sierra, el viajero también puede tener la suerte de encontrarse con don Pilar, uno de los baqueanos de la zona, que viste de gaucho y sostiene la conversación sin desmontar de su caballo. Esa cara curtida por el sol y los años contará, entre otras historias, que en el siglo XIX y principios del XX, esta zona era refugio de algunos grupos de bandidos que asaltaban las carretas que cubrían el tramo Buenos Aires-San Juan. Luego de los atracos, se ocultaban en el Potrero de la Aguada.

Se dice que festejaban sus andanzas faenando vacunos para sus asados y, por alguna razón, comían primero las quijadas y dejaban los esqueletos tirados en el valle. Las autoridades ofrecieron entonces importantes recompensas por la captura de los "gauchos de las quijadas". Nunca imaginaron que de esa manera estaban bautizando uno de los lugares más maravillosos del planeta.

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