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21 junio 2009

Argentina: Dinosaurios en el bosque de piedra

Las moles permanecen tumbadas entre los rojizos cerros y amarillos de la estepa de Chubut. Son los troncos del Bosque Petrificado, exhibidos inmóviles, a cielo abierto, sobre el suelo cubierto por millones de astillas.

Es un matiz inesperado de la Patagonia más inhóspita, la franja uniforme que se despliega entre Río Negro y Santa Cruz. Uno de sus tesoros menos explorados, que guarda en el valle de Sarmiento, un oasis del Sur.

El yacimiento es un reservorio natural de troncos de hasta 30 metros de largo, tumbados a la manera de gladiadores vencidos y a medio enterrar. Alrededor, la capa verde del suelo, teñido por una mezcla de arcilla con glaucemita (un mineral de ambientes costeros), es salpicada por astillas, a merced de la acción tan impiadosa como constante del viento y las precipitaciones.

Portentosas coníferas y palmeras congeladas remiten a un rostro de la Patagonia de otro tiempo, imposible de imaginar con precisión: una región subtropical de bosques verdes, lagunas y fauna variada. El estallido natural se produjo hace 70 millones de años, hasta que emergió la cordillera y frenó las corrientes húmedas del Pacífico. Cenizas y lava de volcanes cubrieron los árboles, sometidos a una lenta transformación orgánica.

La proliferación de minerales durante ese proceso irreversible se adivina en la variedad cromática (con preeminencia de los tonos amarillentos y rojizos) que muestra la trama de las cortezas de los troncos y las vetas delgadas de los cerros de arena, un collar brillante que apenas protege de la erosión el Parque Provincial y Monumento Natural.

Más vestigios del pasado lejano se entreveran en profundos cañadones, tapizados de conchillas, fósiles marinos y objetos que pertenecieron a la cultura más antigua detectada en la zona. Once mil años atrás, tehuelches guanekenk y aonikenk se dedicaron a cazar guanacos y avestruces y recolectar plantas arbustivas. A esa altura, hacía ya 120 millones de años que los paleovertebrados habían desaparecido. Sin embargo, todavía es posible toparse con fósiles de dinosaurios mezclados con las señales dejadas por las civilizaciones más lejanas.

Un universo aún más poblado de moles oculta el suelo del Bosque. Lo delatan incontables manchas amarillas de arenisca. Allí abajo, a salvo de la gran amplitud térmica, se suma otro detalle sorprendente. "Cada manchón cubre un enorme tronco. Además, el subsuelo conserva mucha madera sin petrificar", advierte Alejandro Mouzet, el inquieto director de Turismo de Sarmiento.

Por un camino de ripio, ya fuera de ese ámbito extraño, único y abrumador, la Patagonia pelada se mantiene a raya. El valle increíblemente verde del río Senguerr -en el que se alternan tambos, chacras, árboles frutales y vacas gordas- explica las razones que empujaron hasta allí a los pioneros galeses a fines del siglo XIX.

El museo del pueblo

Su epopeya es reconstruida en el Museo Municipal. Aquellos pioneros arribados con escasas referencias del nuevo mundo que les esperaba contaron a favor con la buena relación que entablaron de entrada con los pobladores originarios. Los anfitriones, seducidos por los cantos corales -una tradición galesa que se mantiene viva en los Eisteddfod que anualmente se celebran en Gaiman-, agasajaban a sus nuevos vecinos con carne de guanaco.

A esa convivencia pacífica se sumaría el minero y obrero vial lituano Casimiro Slapeliz, que llegó a volar con Jorge Newbery y por aquí es más famoso por haber introducido el primer automóvil y la primera radio y haber realizado vuelos rasantes, para arrojar caramelos a una escuela rural. Slapeliz había adoptado el espíritu benefactor de Desidero Torres, desinteresado proveedor de víveres, carne, caballos y alojamiento en su casa, cuando casi todo estaba por hacerse en Sarmiento. Las referencias a estos próceres locales se funden en el museo con 23 mil piezas líticas, trozos de madera petrificada, un kultrun -instrumento de percusión religioso de los mapuches- e información acerca de pinturas rupestres y piedras talladas en aleros ocultos en la meseta.

Otros protagonistas de peso que dejaron su marca indeleble en este paisaje difícil de imaginar son recreados en el casco urbano de Sarmiento. Hace 169 millones de años, los dinosaurios se movían a sus anchas en la inverosímil pradera subecuatorial y las cercanías de los lagos Colhué Huapí y Musters. Hasta que se extingueron y dejaron estampadas sus profundas huellas sobre el suelo gastado. El Parque Paleontológico presenta once réplicas en tamaño natural de animales prehistóricos, a partir de restos encontrados en su mayor parte en la estancia Ocho Hermanos, 70 km hacia el norte.

La antigua Colonia Pastoril Sarmiento -imaginada como "Valle Ideal" por los inmigrantes europeos, tras el primer impacto visual- es un respiro necesario en un extraño entramado de valle, cerros y colosos tumbados que causa conmoción. Sacude los sentidos en medio del austero cuadro de la meseta sin fin.

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