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10 diciembre 2008

Bracil: Itacaré, sol y fronda, cacao y mar

Al sur de Salvador de Bahía, 455 km, exactamente, en la Costa do Cacao, se esconde Itacaré, uno de los secretos mejor guardados del nordeste brasileño. Tierra de orixás, capoeira, candomblé, Amado y moqueca, con ritmo de forró; tierra del dendé y del cacao. El universo bahiano tiene demasiados olores, demasiadas sonrisas blancas y profundas de su gente, demasiadas provocaciones. Todo eso sin mencionar sus kilómetros de playas vírgenes y paradisíacas.

Perdida al norte de Ilhéus, donde vivió, se enamoró e inspiró Jorge Amado para escribir su Gabriela, clavo y canela, entre la mata, la misma selva ni más ni menos, la playa y el estuario del río de Contas, se esconde y sobrevive Itacaré, uno de los últimos hallazgos en el mapa privilegiado que arma la arena blanquecina y el agua templada de Morro de San Pablo, Itaparica y Porto Seguro, entre otras playas, puertas de entrada a los portugueses.

Historia y sabor del cacao

El cacao -una planta que necesita la sombra de una nutrida foresta a su alrededor- explica gran parte del pasado del paraíso itacarense, pero también su presente y prometedor futuro. Tierra de capitanes e ignorantes herederos, los temibles barones del cacao sostuvieron durante siglos la pobre economía de la región en base del fruto amargo, indispensable para el mejor dulce, convirtiendo este pedacito de Brasil en el primer productor del mundo.

Esa singularidad económica y tangencialmente ecológica salvaguardó la mata atlántica que hoy protege la UNESCO y que ostenta mayor biodiversidad que la mismísima y similar selva amazónica. Pero en 1989 una plaga devastadora, el hongo "escoba de bruja", acabó literalmente con los cultivos de cacao. No fue suficiente para liquidar la suerte de algunos fazendeiros rápidos de reflejos que reconvirtieron sus latifundios en fastuosos resorts ecológicos.

La cercanía de los aeropuertos de la capital estadual San Salvador y de Ilhéus, sumada a la todavía más reciente rodoviaria, hicieron el resto. La Villa Sao José, por citar un caso, es ejemplo de lo anterior. Antigua plantación de cacao, hoy es un complejo de 200 hectáreas con grandes hoteles.

El Itacaré Village y el Itacaré Eco-resort son dos de las opciones posibles para descansar y disfrutar de la naturaleza sin forzarla. Su menú de actividades deportivas y ecológicas es inmenso: desde tirolesa -los viajes entre las copas de los árboles-, pasando por los náuticos kayacs, rafting y las más relajantes sesiones de spa y gimnasia en playa.

Mucho menos esfuerzo cuesta descansar, capirinha en mano, en las hamacas paraguayas idealmente ubicadas en cada balcón de la Villa y la región. Entre tanto relajo e invitación al romance, los más chicos tampoco se quedan afuera ya que disponen de un programa combinado de arte y entretenimiento a prueba de aburrimiento.
Prainha, una entre tres

Lo más espectacular para los residentes en la Villa o los visitantes ocasionales, que también pueden acercarse, es Prainha, catalogada como una de las 3 mejores playas del nordeste brasileño. Más allá de la arbitrariedad de semejante clasificación, Prainha provoca primero una liberación de adrenalina; y segundos después, un impulso pacífico invade el ánimo del turista más urbano y frenético que pueda llegar hasta esta costa surcada por grutas, erizos de mar y olas que convocan a un número acotado pero privilegiado de surfers.

Quince kilómetros más al sur, el cartel de ingreso a otra de las playas selectas de la costa de cacao: Itacarezinho, o "el paraíso", como la llaman sin sentir que exajeran. Lejos del lugar común o del fanatismo, se trata de un Edén con agua templada, 27° de temperatura promedio, bananeros, cocos, y el color de las santas ritas y rosas chinas que brotan en cada rincón.

Lejos del lujo de los eco-resorts, no es menos relajante romper la burbuja natural, adentrarse en el verdadero Itacaré y caminar por la principal y empedrada rua Pituba.

Sobrecargada de negocios con productos autóctonos y, como no podía ser de otra manera, de fábricas de chocolate, no faltan bahianas cocinando en plena calle, que como norma general siempre regalan -y nunca impostan- sonrisas blancas que contrastan con esas caras oscuras.

A la noche la calle Pedro Longo es el centro nocturno y la referencia obligada. Pero basta con caminar apenas otros cuatrocientos metros, tomar la transversal rua da Orla para divisar los edificios más antiguos y auténticos de la ciudad como la Iglesia de Sao Miguel, erigida en 1727. Enfrente se divisa la desembocadura del río de Contas.

En el estuario, donde la corriente fría del río se mezcla con la cálida que entra del mar, se estacionan los saveiros de los pescadores, grandes y pequeñas barcazas que terminan por pintar el cuadro. Escasos reales y un poco menos de vergüenza se necesitan para regatear con un lanchero un paseo por los canales de la zona. Si sobra el tiempo, vale remontar el río hasta la Pancada grande, uno de los saltos más espectaculares de todo el estado. Algo se quiebra, permanece para siempre en Itacaré. De manera definitiva también queda esa porción, instantánea única, irrepetible, de saudade bahiana.

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