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02 agosto 2008

Argentina: En la Patagonia, a todo vapor


Cuántas historias pueden caber en 75 cm? Para resolver la incógnita, quizás ayude la paradoja que plantea Paul Theroux en su libro "El Viejo Expreso de la Patagonia". Según el viajero, en la Patagonia todo se maneja en términos de inmensidad o miniatura: "No hay punto intermedio. La enormidad del espacio desierto o la vista de una diminuta flor". Por eso, y siguiendo la paradoja, en los estrechos 75 cm que separan las vías del mítico tren a vapor que en la zona de la Cordillera de Chubut llaman "La Trochita" pueden caber tantas historias como en la inmensidad de la estepa.

La Trochita es el único tren a vapor de trocha supereconómica que funciona en el mundo, tan atractivo por el paisaje que recorre como por sus viejas máquinas y coches, que circulan como hace más de medio siglo. Ya no es el tren pintoresco y deteriorado que durante décadas rescató del aislamiento a pueblos esparcidos entre la estepa y la cordillera sino de un remozado convoy turístico frecuentado por viajeros de todo el mundo.

Desde Esquel, el recorrido de 20 km insume poco más de una hora hasta el poblado mapuche Nahuelpan. También parte desde El Maitén, donde se pueden visitar los talleres de La Trochita y llegar a Ñorquinco, a 36 km.

El calor de la salamandra

Falta poco para las 10 y en el andén de la estación Esquel decenas de turistas hormiguean entre curiosos y vendedores. Un fotógrafo intenta una ubicación estratégica antes de que La Trochita haga su entrada triunfal. No saldrá decepcionado: el tren se acerca a la estación largando humo al ritmo de su bocinazo, más parecido a un corno que a la clásica y aguda silbatina de los trenes, con su séquito de coches claqueando detrás.

Ya habrá tiempo de sacarse una foto junto a la locomotora, una reliquia de 1922 que con mucho esfuerzo los trabajadores ferroviarios mantienen en su estado original. Por el momento, trepamos a uno de los estrechos coches y nos acomodamos en los asientos repartidos en hileras de uno y de dos, separadas por un angosto corredor.Por fortuna, nos corresponden los asientos de acolchado verde; los de madera quedaron reservados para otros pasajeros. De todos modos, la dureza del asiento no es lo único que uno debe contemplar a la hora de elegir ubicación: también está el paisaje, que siempre será más vistoso del lado de los asientos individuales, y si uno viaja en invierno la cercanía de la salamandra, instalada en el centro de cada coche para mitigar los rigores del clima patagónico.

La estufa a leña -uno de los agregados de este tren- era muy disputada por los pasajeros en tiempos en los que La Trochita recorría los 402 km que separan Esquel de Ingeniero Jacobacci (Río Negro), en un viaje que llevaba más de 20 horas. No sólo se utilizaba para calentar los vagones sino también para cebar mate y hasta para cocinar bifes.
Claro que por entonces, según nos cuenta la guía, también era habitual que los pasajeros bajaran un rato a estirar las piernas y retomaran la formación, que avanzaba a paso de hombre, unos metros más adelante.

La Trochita era el sostén de todos los pueblos que fueron creciendo a su alrededor. Más de mil hombres llegados de distintas partes del mundo trabajaron en el tendido de las vías, que llevó largos años de idas y venidas. El primer tren salió desde Esquel el 25 de mayo de 1945 y durante décadas se dedicó al transporte de cargas y pasajeros entre Esquel y Jacobacci.
A fines de los 70, cuando Paul Theroux hizo su famoso viaje de Boston a Esquel, La Trochita no era el brioso tren turístico que nos pasea ahora sino un "samovar demente sobre ruedas" con vagones crujientes que transportaban gente, lana y maderas. Veinte años después, en plena fiebre liberal de los 90, El Viejo Expreso Patagónico estuvo a punto de cerrar por su baja rentabilidad.

El gobierno de Chubut decidió rescatarlo, aunque sólo en el tramo Esquel-El Maitén, en el límite con Río Negro. La Trochita resucitó como tren turístico. No es el tren bala, y precisamente en eso está su encanto. Sigue viajando a un promedio de 20 km por hora, largando silbidos de vapor en cada curva.

Aprovechemos entonces para sacar fotos de los valles idílicos que pasan detrás de la ventana, para colgarnos del estribo, para hacer equilibrio en el movedizo espacio que une los vagones o para ver pasar la vida en alguno de los dos coches-comedor con gusto a torta casera.

Llegada a Nahuelpán
Ahora sí, el maquinista cede su puesto y nos deja jugar sobre la mítica locomotora. No es fácil su trabajo: aquí arriba las calderas arden, el fuego amenaza y el calor es infernal. Alcanza con subir unos minutos, asomar la cabeza para la foto y volver a tierra firme para curiosear el hospitalario pueblito mapuche, donde un ejército de niños saluda y ofrece tejidos, artesanías y alimentos.

Optamos por las tortas fritas y las guardamos para el viaje de vuelta. Hay poco tiempo y no podemos perdernos el Museo de Culturas Originarias Patagónicas, donde se exhiben antiguos instrumentos musicales, piezas de alfarería y platería de la cultura mapuche.
La locomotora resopla y anuncia que está iniciando las maniobras para el regreso a Esquel. La máquina avanza, retrocede, se contorsiona, gruñe, transpira humo. Es la hora del regreso.
El paseo desde Esquel hasta Nahuelpan no es la única alternativa para quienes quieran vivir su experiencia en La Trochita. El Maitén es una apacible localidad situada en La Comarca Andina del Paralelo 42 -al sudeste de El Bolsón-, un lugar famoso por sus cultivos de frutas finas, sus lagos y valles y por albergar historias como la del famoso bandido estadounidense Butch Cassidy, que vivió en esta región mientras huía de la Justicia.

El recorrido de 36 km de La Trochita entre El Maitén y Ñorquinco pasa por la estancia del empresario italiano Luciano Benetton.

Pero, más allá de las emociones del paseo en el tren, el viaje tiene otro atractivo: en El Maitén pueden ser visitados los talleres de las viejas locomotoras.

Los tesoros del taller

"Este es un pueblo ferroviario. En cada familia hay alguien que alguna vez trabajó en el ferrocarril", asegura Carlos Kmet, jefe de Talleres. "Mi padre y mi abuelo vinieron de Polonia para construir el tren y aquí se quedaron. Mi abuelo viajó en el primer tren que llegó hasta Esquel". A tal punto la vida de El Maitén está ligada a La Trochita que, todos los años, en febrero se celebra la Fiesta Nacional del Tren a Vapor.

Los talleres -llegaron a tener 120 operarios, hoy son sólo 28-, son únicos en el mundo porque allí se fabrican piezas en base a planos originales que ya no se consiguen. "Una vez, de la fábrica Henschel se sorprendieron al encontrar una locomotora de maniobra que ni ellos sabían que existía", cuentan. El capital más importante de los talleres es el personal, que conoce todos los secretos de las máquinas a vapor. Muchos trabajan allí desde hace décadas y transmiten sus conocimientos a los jóvenes. "De chico, mi sueño era ser ferroviario y se me cumplió. Entré a los 17 años, llevo 43 de servicio y espero jubilarme como ferroviario", se ilusiona Kmet.

El encanto artesanal de las viejas máquinas y la mística de las vias de paso angosto hundiéndose en el paisaje adquiere otra dimensión cuando se trata de este paisaje. El de la Patagonia, tierra de sueños y pioneros.

Via: www.clarin.com

28 julio 2008

Argentina: Puerto Deseado el esplendor de la naturaleza


Desde que el hombre comenzó a aventurarse en los mares australes, Puerto Deseado, a 740 kilómetros de Río Gallegos, en el nordeste de la provincia de Santa Cruz, cautiva a los viajeros que desafían distancias. El propio Charles Darwin, en 1833, escribió en su diario de viaje: "Estábamos rodeados por inmensas rocas y elevados cantiles. No creo haber visto en mi vida lugar más aislado del resto del mundo que esta grieta rocosa en medio de tan dilatada llanura". Hoy, casi igual que hace 174 años, y gracias a su inserción en las guías turísticas internacionales, viajeros de distintas partes del mundo sortean latitudes para alcanzar este pequeño poblado a la vera del Océano Atlántico.

Es que Puerto Deseado despunta en la planicie patagónica con un singular paisaje rocoso y sus gigantescos acantilados que sobrevuelan, entre otras especies, gaviotas, petreles, cormoranes, skúas y ostreros. Pero las mayores singularidades del lugar están dadas por la ría Deseado —la única de Sudamérica— y los particulares pingüinos de penacho amarillo que viven en una desolada isla en medio del mar.

la ciudad
Luego de una larga recta de casi 100 kilómetros de ruta, llaman la atención las curvas y contracurvas que anuncian la llegada a Puerto Deseado. Como sucede en tantas otras ciudades de la Patagonia costera, el paisaje urbano deseadense combina imágenes de esforzado trabajo y de la naturaleza más pura. Así, conviven en armonía el horizonte infinito, las hileras de barcos con una pila de containers, el más azul de los mares y los tanques petroleros. Pero siempre reina el silencio, sin que la febril actividad del puerto ni los turistas sean capaces de cuestionar su autoridad.

Los lobos marinos que retozan en las rocas del puerto anuncian una de las excursiones más interesantes que ofrece Puerto Deseado. Los trabajadores del puerto los llaman por sus nombres, y ellos toman sol a un costado del embarcadero en el que nos espera una lancha.

Al alejarnos del muelle, vislumbramos una caprichosa lengua de agua azul que se interna en el continente —42 kilómetros, nos informan— a través de una amplia red de cañadones y acantilados.

El guía nos explica que no es un río sino una ría, un cauce que alguna vez tuvo agua dulce pero luego fue invadido por el mar. A sus flancos, murallones de más de 30 metros de altura imponen respeto; observamos ese singular paisaje en silencio.

En el camino, aprendemos que la historia de este sobrecogedor escenario se inició hace nada menos que 160 millones de años, en pleno período jurásico. Cuando los dinosaurios todavía eran los señores de la Tierra, la comarca se estremeció al ritmo de brutales erupciones volcánicas. La lava y las cenizas modelaron los cañadones y acantilados que se abren como grietas en la estepa patagónica, dibujando escarpadas costas e islotes solitarios.

Tras unos pocos minutos por el canal, entre las piedras que parecen nevadas por el blanco del guano, se asoman los cormoranes, que luego se animan al vuelo y pueblan el cielo, para regocijo de turistas y cámaras. Al concierto de aves se suman las gaviotas, los petreles, los ostreros y alguna que otra paloma antártica. A lo lejos, donde apenas llega la mirada, cisnes y flamencos se refrescan en un charco.

Desembarcamos en una isla de playas pedregosas, donde el guía prepara mate —el primero de sus vidas para varios extranjeros— y se entusiasma con los relatos. "¿Alguna vez vieron estos animales tan de cerca?", pregunta, mientras centenares de pingüinos de Magallanes parecen querer participar de la ronda de mate.

Entonces, habla de la fragilidad de estas aves, que solamente son capaces de poner dos huevos por nidada, uno de los cuales indefectiblemente no sobrevivirá. "Son estrategias de la naturaleza; otras aves tienen muchas crías, pero son más débiles. En cambio, los pingüinos prefieren la calidad a la cantidad", dice, atravesado por el espíritu de un Darwin que, probablemente, se haya sentado en estas mismas rocas.

Cuando la lancha reanuda su marcha, el paisaje se torna diferente: el canal recto que formó un puerto natural se transforma en un curso serpenteante en medio de una postal que parece tomada en la luna.

De repente, la embarcación comienza a desplazarse con una simpática custodia: las toninas overas, con sus lomos grises y blancos, se acercan, primero tímidas, luego juguetonas, dejando blancas estelas en el agua.

Las cámaras disparan una y otra vez buscando retratar ese efímero momento en el cual, por proa, surge el lomo de la tonina en un pequeño salto antes de sumergirse con un chapuzón que deja a todos mojados pero sonrientes.

Aventura en el mar
El despliegue de la naturaleza de la ría es apenas una especie de introducción. En las aguas del Atlántico, a 11 millas náuticas —casi 20 kilómetros— de la ciudad, la Isla Pingüino brinda otro plato fuerte.

Para llegar a ella hace falta una buena dosis de conocimiento y espíritu de aventura, algo que abunda en los operadores turísticos locales. Lo logramos tras una hora de navegación al amanecer, con un viento frío que ayuda a despertar a los más remolones.

Si los cálculos fueron correctos, la marea estará lo suficientemente alta como para que el desembarco sobre una roca sea una maniobra sencilla, aunque no del todo desprovista de adrenalina.

Luego de saltar de piedra en piedra, descansamos en una pequeña planicie y nos concentramos en el paisaje: sobre una loma, un viejo faro rompe las líneas horizontales del entorno, y dota al sitio de una atmósfera de cuento. Como oficiando de anfitriones y marcando el camino, una hilera de pingüinos sube la colina que conduce a la torre abandonada.

Al seguirlos, una nueva dosis de aventura: lanzados a toda velocidad sobre los cuerpos de los intrusos viajeros, los skúas defienden sus nidos cual pilotos kamikaze.

Tras un par de "cuerpo a tierra" y la frustrante sensación de no poder llegar a la cima, el guía revela el secreto: agitar un palo por encima de las cabezas evita ser atacados por los iracibles skúas. Sólo así podemos seguir la marcha de los pingüinos.

El faro abandonado, con su torre pintada con las clásicas rayas rojas y blancas, sirve de refugio a cientos de estas aves, como si se tratara de un enorme gallinero. En la tranquilidad de una isla desierta, interrumpida apenas por un puñado de visitantes, las hembras empollan entre los recovecos de la construcción.

De pronto, colina abajo, desde el lado opuesto de donde desembarcamos, oímos unos chillidos totalmente diferentes, desconcertantes. El escarpado terreno invita a tener cuidado mientras buscamos la fuente de esos intrigantes sonidos. Cuando ya comenzamos a dudar si podremos descubrir de dónde vienen los chillidos, asomando desde una profunda grieta, miles de cabecitas, agrupadas de dos en dos: estamos ante la única colonia de pingüinos de penacho amarillo de nuestro territorio continental, una especie que anida en casi todas las islas subantárticas y en las Malvinas.


Diferentes a los archiconocidos pingüinos de Magallanes, los de penacho amarillo se caracterizan por un tamaño menor y un andar diferente. Saltando de roca en roca, cultivan un look más informal que el de sus parientes. Sus desprolijas plumas de un intenso amarillo en cada sien les confieren un aire algo punk, y sus ojos de un fuerte color rojo le dan un aspecto intrigante a su mirada. Los más chicos reconocerán de inmediato a "Amoroso", el personaje del pingüino sabio de la película "Happy Feet".

"Es el día más maravilloso de mi vida", exclama Rita, una turista norteamericana
, mientras un pingüino mira fijo y de cerca a la lente de su cámara. Imperturbables ante la presencia de los visitantes, casi hasta el punto de la descortesía, siguen con sus labores cotidianas.

Durante la temporada de reproducción, las parejas se establecen en esta grieta y se turnan, sin distinción alguna de sexos: uno empolla mientras el otro se alimenta. La tierna escena atrae hacia los nidos, pero nos detiene una advertencia del guía: pese a su aspecto simpático y su andar confiado, estos pingüinos se tornan muy agresivos a la hora de defender sus huevos.

Tras una breve pausa, la caminata sigue por un laberinto de rocas que desemboca en una pequeña bahía. Allí, decenas de lo bos marinos —y algún que otro elefante marino— asoman sus cabezas en el agua, a la espera del momento de pisar tierra firme para tenderse al sol.

Unos pasos más allá, una pradera —algo extraño por estas latitudes— deja divisar el punto donde se produjo nuestro desembarco, a los saltos. Esa roca, con la marea baja, se ve mucho más alta, y por el momento la misión de volver a puerto parece un imposible. Por eso, luego de sortear la planicie y un nuevo ataque de los skúas, se impone un almuerzo para socializar tantas experiencias y aguardar a que las aguas encuentren la altura propicia para emprender el regreso a Puerto Deseado.

Luego de una hora de navegación, los techos de las casas de Puerto Deseado comienzan a verse cada vez más cerca, mientras algunos delfines australes acompañan el paso de la lancha. Como para dejar en claro que el juego no es patrimonio de las toninas que habitan en la ría. Quizás sea la forma que la naturaleza tiene de agradecer a quienes no se desaniman por las distancias. O el premio por animarse a ir en busca de lo desconocido.

Qué trámites se requieren para que los menores viajen al exterior


Llegaron las vacaciones y, junto con ellas, las consultas acerca de trámites varios previos a los viajes. Numerosos lectores preguntan cuáles son las disposiciones en Migraciones para que los menores de edad puedan viajar al exterior sin uno de sus padres, en comapañía de un tercero o, simplemente, solos.

Hasta agosto de 2005, se otorgaban permisos para que los menores pudieran viajar solos al exterior una y otra vez, indefinidamente, hasta los 21 años de edad, pero a partir de esa fecha las disposiciones de Migraciones cambiaron. Actualmente, ambos padres deben extender su autorización —firmada ante escribano público— cada vez que el chico cruce la frontera solo, con uno de los miembros del matrimonio o con un tercero mayor de edad. Así, por ejemplo, si un menor viaja todos los veranos con su abuela a Punta del Este, necesitará contar con una autorización nueva cada vez que lo haga (aunque se dirija siempre al mismo destino y con el mismo acompañante).

"Las autorizaciones requieren distintos tipos de datos según la edad del menor", explica el escribano Mauricio Fiori. Según establece la Disposición 31.100/2005, en los formularios de los menores de 14 años que viajen solos al exterior se deben incluir los siguientes datos: país de destino (y, dentro de éste, ciudades que se preveen visitar) y nombre, apellido, número de documento y domicilio del adulto que vaya a recibirlo en el extranjero. Si viaja acompañado por un adulto, deberán consignarse los datos del mismo.

La misma Disposición determina que las autorizaciones de viaje para los menores de entre 14 y 17 años deben contener los datos del destino (país y detalle de ciudades) y datos del acompañante —si no viaja solo—, pero no es necesario indicar datos de un mayor receptor en el país de destino. Por su parte, los menores de 6 años que viajan solos o acompañados por terceros mayores de edad que no sean sus padres, están identificados en un registro especial creado por la Dirección de Control Migratorio de la Dirección Nacional de Migraciones. Por último, "para los jóvenes de entre 18 y 21 años, considerados menores adultos, aún rige la Disposición 2.895 del año 1985, que permite no determinar ni destino de viaje ni nombre del acompañante en la autorización firmada por ambos padres ante escribano público".

Via: www.clarin.com

23 julio 2008

Dos tesoros bajo riesgo


Reclaman acciones para preservar las ruinas incas de Machu Picchu y para proteger a las ballenas.

La administración de la zona arqueológica, la deforestación, el peligro de avalanchas, el crecimiento urbano sin control y el acceso ilegal son las principales amenazas que, según la UNESCO se ciernen sobre las ruinas de Machu Picchu, la famosa ciudadela inca en Perú. Las visitas a este sitio histórico suman 800 mil personas por año y, es lógico suponer, tanta gente puede traer dificultades a la hora de preservar las ruinas incas.

A 500 kilómetros al sudeste de Lima, en el valle de Urubamba (Cusco), Machu Picchu fue designado Santuario Histórico Nacional en 1981 y Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1983. El año pasado, además, la ciudadela inca fue elegida como una de las siete nuevas maravillas del mundo, tras el concurso organizado por la Fundación New 7 Wonders.

Si bien es cierto que la UNESCO no incluyó a Machu Picchu dentro de la lista de monumentos en peligro, en la última reunión anual del Comité del Patrimonio Mundial -que se realizó en Quebec, Canadá a principios de este mes- se solicitó a Perú que implemente "mecanismos de vigilancia reforzada (...) para examinar cuidadosamente los sitios que se encuentran en situación de alto riesgo de deterioro grave".

Uno de los principales problemas es el desarrollo descontrolado de infraestructura para atender a la creciente cantidad de turistas en Aguas Calientes, la localidad vecina.



Salven a las ballenas
Por otro lado, la protección de las ballenas parece seguir a la deriva y nada podrá evitar que en la próxima temporada "mil ballenas mueran bajo los arpones de la flota japonesa", señalan en el Instituto de Conservación de Ballenas. Es que tras la reunión de la Comisión Ballenera Internacional en Santiago de Chile (que finalizó hace unas pocas semanas), no se logró el acuerdo para crear el Santuario en el Atlántico Sur. Sí es cierto que habrá un grupo encargado de conciliar posiciones entre los países conservacionistas y quienes buscan por todos los medios reanudar la cacería comercial de ballenas.

"Todos tenemos como meta detener a los países que presionan por la reanudación de la caza comercial y por sobre todo, poner fin a los programas de caza científica que lleva adelante Japón en las aguas del Santuario del Océano Austral", se señala en un comunicado del Instituto de Conservación de Ballenas.

Agregan: "Es una burla a la ciencia y por sobre todo a la moratoria vigente a la cacería comercial de ballenas ya que es bien conocido que la carne de los animales capturados terminan en los mercados de Japón".

Una aldea marcada por dos culturas


Alcántara mantiene inalteradas las fuertes huellas de Portugal en tiempos de la colonia y el aporte africano.

Hacia algún lugar inquietante deben conducir las callejuelas de Alcántara, una mixtura de cultura y tradiciones de Africa y Portugal en Brasil.

Se trasunta en todo forastero que pone pie en el muelle de la bahía San Marcos y sube con ansiedad los pasillos empedrados. Los esporádicos murmullos corren por cuenta de los turistas, amontonados de a veinte en las cajas de camionetas gastadas, mientras -a los saltos- los vehículos rozan a taciturnos vecinos que caminan y moto-taxis. A los costados, una multicolor secuencia de imágenes conserva la atmósfera inalterada de la colonia portuguesa. Los rasgos africanos asoman desde las ventanas, adosados de una sonrisa y una mano dispuesta al saludo.



Tras el último desembarco, en esta orilla opuesta a San Luis (capital del estado de Maranhao), retoman su rutina los pescadores de róbalo, burijaba y pescada amarilla bamboleando sobre botes de madera, los guarás que despegan y aterrizan como flechas rojas en el ovillo de manglar y los clientes de precarias cantinas, animados por tragos de cachaça y reggae a todo volumen.

La historia fuerte del Imperio, la esclavitud y el Brasil que zafó de esas ataduras en el siglo XIX dejó marcas indelebles en Alcántara. Se dejan ver mejor en mayo y agosto, cuando el pueblo entero es pura efervescencia por las fiestas del Divino Espíritu Santo y de San Benedicto. Trece casas con banderas en el frente indican los lugares escogidos para la Fiesta del Divino, 50 días después de Semana Santa. Allí, la generosidad vecinal fue una garantía para la euforia generalizada. Gracias a donaciones de maíz, arroz, mandioca, dulces, licores y frutas, las familias propietarias dedicaron todo el año para preparar su rol de anfitrionas y cumplieron con una tradición sagrada: residentes y visitantes son invitados a comer y beber gratis en las viviendas "fiesteras" a lo largo de 12 días.



En la plaza principal
Pasiones y rituales ancestrales se encienden puertas adentro y en los callejones. La plaza principal no es más que el terreno baldío donde las ruinas de la iglesia San Matías (la fachada de ladrillos y el campanario, del siglo XVII) proveen algo de sombra a los niños que remontan barriletes.

La Plaza de la Matriz, enmarcada por construcciones de dos plantas, buhardilla y tejado, es el atajo para cortar camino hacia la calle De la Bella Vista, que los descendientes de esclavos rebautizaron De la Amargura. En este lugar de paso, la curiosidad se transforma en conmoción ante una columna de piedra blanca, el pelourinho donde los trabajadores del algodón y la caña de azucar eran forzados a aceptar la explotación a puro azote.

El océano Atlántico recubre con un manto turquesa los restos de las mansiones de los terratenientes. Ya no se ven las carabelas que llevaban a estudiar en Europa a sus hijos, acosados por los barcos del pirata Francis Drake. En su mayor parte, los dueños de las tierras productivas -golpeados por la decadencia económica hace más de un siglo- optaron por radicarse en San Luis y ahora son los propios afrobrasileños los que se hacen tiempo para rezar en la Iglesia del Carmo (de 1665) y los Passos de Cuaresma, oratorios de paredes blancas y tejas rojas que conforman el Vía Crucis.



Los guías Danilo y Juan Pitacco apuntan la recorrida hacia el Museo Histórico, una silenciosa extensión de lo que muestran las calles y expresa la gente con amabilidad y un dejo de timidez. Documentos y reliquias delatan que fueron los franceses quienes se adelantaron en 1612 para alterar la vida de los indios tapuias y tupinambá en la primitiva aldea Upa Guazú, hasta que tres años después fueron echados por conquistadores portugueses.

Ya no hay tensiones a la vista, mucho menos en la Casa de las Artes o Posada da Zinha. El almuerzo se huele y el encantador jardín con maceteros desbordados de flores, helechos, palmeras y bananos parece un buen presagio antes de volver a la lancha y despedirme de un tiempo lejano.

17 julio 2008

Llegó la maleta motorizada


El año pasado nos enteramos de la existencia de un prototipo de maleta, Fido Lugagge, capaz de moverse por sí misma y de perseguirnos por donde vayamos.

Aquel fantasioso concepto no está tan lejos de lo que conocemos hoy, Live Luggage, la primera maleta con energía asistida, es decir una maleta dotada de un motor capaz de activar las ruedas cuando el usuario pulsa un botón.

Tiene un asa telescópica que se esconde en el cuerpo de la maleta cuando ésta no es transportada. Además, para asegurarse su maniobrabilidad, dispone de un sistema antigravedad que transfiere un 85% del peso a las ruedas de la maleta, evitando dolores de brazos al arrastrar pesadas cargas.

El motor se alimenta por medio de una batería, pero en caso de emergencia también puede recargarse a través del movimiento de las ruedas que aportan energía al motor.

Pero todavía hay más. Una maleta novedosa no puede dejar de lado la seguridad. Lamentablemente, la pérdida de equipaje es moneda de todos los días, por eso también incorpora un sistema que permite rastrearla durante dos horas después de perderla, el tiempo de autonomía de la batería.

Parece ser toda una revolución, una aproximación a las maletas del futuro, pero como era de esperar su precio es bastante elevado. Puede comprarse por 886 euros.

Via: www.diariodelviajero.com

Bolivia: Coroico



Es el tesoro turístico de los Yungas, a tan solo tres horas de La Paz, el camino sin ninguna duda es peligroso, no en vano se gano el lúgubre apodo de 'Carretera de la Muerte', por donde el turista puede bajar en bicicleta, considerándolo de este modo como Turismo de alto riesgo, teniendo hoy en día muchos adictos a esta ruta.

Desde paseos y caminatas, hasta trekking, bici de montaña, rafting, kayak en el río y canooping en los bosques de El Jiri en la comunidad de Charobamba, el turista tiene una infinidad de actividades que puede elegir.

Entre los circuitos más promocionados actualmente están los de Coroico-Uchumachi, Coroico-Puente Mururata-Tcaña, Coroico-Vagante, Cascadas y la Cumbre-Coroico, también los caminos del Inca, El Choro y Sillutinkara que se hacen de 3 a 4 días, en el trayecto se atraviesa parte del Parque Nacional y Área de Manejo Integrado Cotapata, la Ecovía Chuspipata, Chovacollo. Coroico, se realiza en dos días.



Posibilidad de disfrutar de un ambiente natural único y acogedor en medio de vegetación y clima tropical, es el lugar más visitado turísticamente de los Yungas. Los Yungas de Coroico son valles tropicales y húmedos con montes elevados cubiertos de tupida vegetación y ríos impetuosos que corren entre ellos. La temporada recomendable es de Junio a Septiembre excepto en época lluviosa.

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