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02 junio 2010

Turismo: Bolivia, entre la tierra y el cielo

De los sobrenaturales paisajes del Salar de Uyuni a la Feria de as Alasitas en honor al Ekeko, en La Paz. El espíritu y los rituales de una identidad inconfundible.

Bolivia se quedó sin mar pero a veces parece una ola que te atrapa y te da tantas vueltas que cuando se emerge cuesta saber dónde estás parado. Algo así sucede en el salar de Uyuni, un inmenso desierto de salitre blanco. En una combi conducida por guías anduvimos por el salar hacia el horizonte, poco después nos detuvimos y bajamos en medio de la blancura. Había llovido y una capa de 15 centímetros de agua tibia cubría la superficie formando un cristal que reflejaba el sol y las nubes en un cielo multiplicado. Es como un efecto mágico ese no saber si uno pisa la tierra o el infinito. Todo es espejo; no se parece a nada en el mundo y es de una belleza inverosímil. Al rato reanudamos la marcha, se nubló y volvió a llover. Se borraron las huellas de los senderos conocidos y los cerros que señalan coordenadas naturales no se veían.

El guía, muy sereno, nos anunció que estábamos perdidos y yo apreté con fuerza la botellita de agua mineral que tenía en la mano. No fue desesperación sino estupor la sensación de andar sin rumbo y sin ver a nadie hasta donde alcanzaban los ojos. Apareció una camioneta a lo lejos y le hicimos señas como locos hasta que nos divisó; recién entonces descubrí la inquietud y el alivio.

En el camino de regreso pasamos por el Palacio de Sal, un hotel sorprendente donde todo lo que hay, desde las paredes hasta las camas, son bloques de sal. El paisaje de Uyuni es maravilloso y me queda el sentimiento de haber visitado la dimensión desconocida.

La Paz era una fiesta, pero no al estilo de París. Llegamos para la asunción del primer presidente originario y una enorme multitud de almas felices vestidas con trajes típicos, banderas y ponchos multicolores lucían su orgullo en la Plaza de San Francisco. Escuchamos, casi un himno ya, la canción de Piero “para el pueblo lo que es del pueblo” y la respuesta de la plaza: “Piero, hermano, ya eres boliviano”. Sentí una emoción enorme como la alegría que colmaba el ambiente fraternal. Para esta fecha La Paz hace todos los años la Feria de las Alasitas en honor al Equeko. Puestos callejeros repletos de artesanías en miniatura que representan lo que cada uno quiere conseguir. Hay casas, autos, camiones, bolsas de comida, bebés y todo en tamaño diminuto. Escuché una voz pregonando con insistencia: “un millón de dólares a tres bolivianos” y mucha gente compraba una valijita con billetitos de papel.

En otro puesto, un señor mayor buscaba con insistencia hasta que por fin encontró el autito rojo de sus sueños. Después, en una ceremonia en la explanada de la iglesia varios sacerdotes de sotana blanca que portaban baldes de plástico de colores colmados de “agua bendita” y con unas escobillas salpicaban a los miles de feligreses que llevaban en la mano extendida el objeto de su deseo. Después, sacerdotes de origen aimara hacen lo mismo, pero con alcohol y hojas de coca. Y se comprende: ¡hay que asegurar las ilusiones...!

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