Llegué en un vuelos La Paz una mañana fría pero soleada, donde descubrí la belleza de una ciudad enorme, contrastrante y siempre en movimiento. En el momento que partí de mi hotel y salía recorrer la ciudad infinita, rodeada por altas cumbres, muchas veces nevadas en sus picos.
Las bellezas que atesora La Paz son muchas, especialmente en relación a la arquitectura y cultura indígena y colonial. Una recorrida por las iglesias y templos antiguos nos da la pauta de la belleza de antaño, que posee grandes reliquias antiguas.
Los museos están a la orden del día en La Paz, con una oferta muy variada e interesante. Visité varios de ellos entre los que mas me gustaron fueron el Museo de Tiwanaku, sobre el nacimiento de la cultura americana, el Museo de Arte y de Tambo Quirquincho está recién remodelado y cuenta con nuevas piesas en su haber, además del Museo de Etnografía y Folklore, en donde se pueden aprecián muy buenos montajes etnográficos, así como también de disfrutar de una excelente y completa biblioteca.
Otro de los paseos imperdibles por La Paz fue conocer los mercados artesanales que se encuentran en una de las calles laterales de la Iglesia de San Francisco, el templo más importante del centro de la ciudad. Allí pude encontrar objetos decorativos, comidas típicas y artesanías de los pueblos originarios, con una belleza totalmente singular.
También me divertí con la experiencia que visitar la calle de los brujos, en una calle empedrada y escondida, donde tradicionalmente montan sus puestos los Yaritis (brujos en aimará), allí uno de ellos, a través de los elementos de la tierra me habló de mi pasado y mi futuro, de lo que me deparaba la madre naturaleza para mi.
Sin dudas este brujo dejó algo en claro: que volveré a visitar Bolivia. Y en verdad no se equivoca al decir eso, pues mi corazón y mis ansias de viaje se quedaron con ganas de conocer mucho más de La Paz.