Ecuador es como un bonsái: pequeñito, pero lo tiene todo. A lo largo y ancho de 256.370 kilómetros cuadrados de superficie, que lo convierten en el país más chico de todos los andinos, se conjugan múltiples y diversas etnias, climas, culturas, comidas y paisajes.
En sólo dos días es posible bañarse en el Pacífico, a 28 grados de temperatura todo el año, y también caminar con abrigo por las calles de Quito, entre museos y curiosidades históricas, como la ciudad Mitad del Mundo, justo por donde pasa la famosa línea del Ecuador. Pero, como se verá, el país no sólo está dividido en dos polos, sino a su vez en cuatro regiones: la zona de la costa, la de los Andes, la Amazonía y Galápagos. Se dice que la mayor diversidad ecológica por metro cuadrado del mundo reina por estas tierras. Además, en este país se hace realidad una arraigada creencia popular: al estar en la mitad del mundo, Ecuador nos acerca a todos.
Al oír hablar de este destino, antes de partir, la palabra "exótico" surgía en una y otra conversación, como si las sorpresas al pisar este suelo fueran tantas e inexplicables, aunque por sobre todo inolvidables. Las escasas guías turísticas disponibles en las librerías, incluso las especializadas, no logran retratar la imponencia de los paisajes ni la entrañable calidez de su gente. Y se olvidan de indicar, por ejemplo, qué tipo de ropa llevar; si es posible, hay que cargar con un poco de todo, incluso para usar a lo largo del mismo día.
Este fue un viaje a lo largo de dos zonas muy diferenciadas y a las que se accede por tierra desde Guayaquil, la segunda ciudad del país después de Quito y a la que se llama capital comercial. Lugares donde se puede disfrutar de la costa, la selva, los volcanes, el frío, el calor y las montañas. Todo esto y algo más en sólo una semana. Ruta del Spondylus Partimos por ruta desde Guayaquil hacia el norte, buscando el mar que aparecerá al par de horas y que caracteriza a la Ruta del Sol, nombre que desde hace unos años comparte con Ruta del Spondylus en honor a la concha de mar que los aborígenes usaban para predecir el clima y como moneda. Esta ruta es particular porque combina pueblos con un mar turquesa y arenas blancas, grandes hoteles y cabañas tropicales, con una seguidilla de museos antropológicos y talleres de artesanos que trabajan el spondylus y otros materiales autóctonos, como el mimbre, la corteza de coco y la tagua, que es el marfil vegetal, altamente recomendado por su exotismo.
Una gargantilla multicolor puede costar siete dólares y es posible arreglar el precio para llevar más a menor costo. Este tipo de objetos se consiguen en pequeños puestitos a lo largo de toda la costa. Después de transitar por trayectos que de un lado son montaña y del otro, playa, llegamos a la Punta de Santa Elena, a 150 kilómetros de Guayaquil, y donde comienza desde el sur la Ruta del Spondylus. En este pueblo visitamos el Museo de los Amantes de Sumpa, levantado en el sitio más antiguo de Ecuador.
Lleva este nombre en honor a dos esqueletos, el de un hombre y una mujer abrazados, de unos 8.000 años aC. El guía nos conduce además frente a representaciones con estatuas sobre cómo se vivía en aquella época, y nos hace comprobar entonces que Ecuador, además de playas cautivantes, es tierra de mitos y leyendas. Pasamos después por Salinas, la playa más exclusiva de Ecuador, camino a Ballenita: un entrañable poblado de pescadores ubicado a sólo dos kilómetros de allí y almorzamos un ceviche mixto extraordinario en la Galería Náutica Farallón Dillon. Una porción poderosa más una cerveza helada –para disfrutar en un enorme balcón sobrevolado por gaviotas– cuesta unos trece dólares. La recomendación: complementarlo con patacones (masitas de plátano frito). Hospedarse allí, con vista a la costa, cuesta alrededor de 48 dólares por persona.
La próxima parada será de las más esperadas por todos: la Comuna de Barcelona. Allí, unas veinte familias de escasos recursos cosechan y trabajan de forma artesanal la paja toquilla, con la que se hacen los míticos sombreros Panamá, manufacturados luego en Montecristi, a unos 120 kilómetros de Guayaquil. "Un sombrero de buena calidad debe hacerse un ovillo y luego abrirse como una flor sin que le quede ningún pliegue", explica el artesano Félix Tomala en relación a los Panamá, que, según una de las tantas leyendas, recibieron este nombre porque durante la construcción del canal de Panamá, en 1906, se importaron de Ecuador enormes cargamentos para los obreros. Su precio oscila entre los diez y los mil dólares, pero por veinticinco encontrará uno que le durará varios años. "Otro detalle importante: debes poder coger agua en el sombrero sin que se escape por el tejido y beber de él", advierte Félix.
Montecristi es una ciudad pequeña y serena, que sube y que baja. Es confiable comprar en la mayoría de los locales y sus habitantes son expertos en la materia, asesoran con toda la paciencia. El sombrero deben entregarlo enrollado y en una cajita de madera. En Montañita Seguimos viaje hasta llegar a la meca de las olas y la diversión: Montañita. A medida que avanzamos, la vegetación se vuelve más verde y aumenta la humedad, sobreviene un clima tropical más denso y empieza a sonar el reggae. El ambiente es jovial y descontracturado. Las calles son de arena y la gran cantidad de bares y hostels hacen de esta ciudad-pueblo el sitio más elegido por extranjeros y surfers, la mayoría europeos, que tocan la guitarra, bailan y se la pasan en medio de las olas.
Montañita también se caracteriza por la buena cocina, como la del restaurante Hola Ola: camarones, hojaldres, chicharrón de pollo, arroz tailandés y una tarta de manzana sublime. De fondo suena la banda de la casa y hay días de fiesta con baile. Todo por unos US$ 20 por persona. Otra forma de empezar a entonar la noche es ir al bar Soi de Montaña. Ubicado en la calle principal, es una construcción de cañas y tablones con tres pisos, mesas de madera, hamacas y cerveza a dos dólares. Hay que fumar sisha con sabor a manzana, una delicia. Si es lunes, la fiesta sigue después en La Punta, sobre la playa y con fogón. Los fines de semana, a tres dólares la entrada, abre el boliche Caña Grill con bandas de música electrónica. Durante el día, se puede ir de excursión a la Isla de la Plata desde Puerto López. Implica un viaje en lancha de unas dos horas a la ida y otras dos a la vuelta y un rato navegando en mar abierto para ver las ballenas, especialmente entre junio y septiembre.
Un auténtico espectáculo, pero para el que se recomienda tomar antes una pastillita que evite el mareo. Baños, un spa natural Para quienes buscan tranquilidad y días de relajación, además de un clima más fresco, Baños de Agua Santa es un lugar imperdible. A casi 800 kilómetros hacia el este de Guayaquil y a tres horas en ómnibus desde Quito, entre los Andes y la Amazonía, Baños está a 1.820 metros sobre el nivel del mar y la temperatura es de 20 grados todo el año. Una de sus mayores atracciones es la cercanía del volcán Tungurahua que en 1999 entró en erupción hasta la fecha, si bien es posible acercarse hasta el cráter y oír sus rugidos. Hay quienes van en carpa para esperar ver la roja erupción de lava.
Otro volcán vecino es el Cotopaxi, considerado el más activo y alto del mundo, y yendo hacia el sur se encuentra el Nevado Chimborazo, de 6.310 metros que lo convierten en el punto más cercano al sol. Una de las diversiones es cruzar de una montaña a otra sobre los ríos en unos carritos como rappel y también pararse detrás de la gigantesca cascada "El pailón del diablo", para lo que hay que avanzar en cuclillas por un pasadizo ahuecado en la montaña. En Baños hay 175 hoteles. Uno muy especial es el Eco Parque Monteselva, rodeado por pequeñas islas con monos, tortugas acuáticas y tigrecitos. Es posible tirarse en lianas, hacer paseos por puentes colgantes y acampar en la selva por 20 dólares; los guías son indígenas. El relax total llega por la noche.
Al atardecer comienzan a abrir las piletas municipales de aguas termales, minerales y sulfurosas, que provienen directamente del volcán a más de cincuenta grados centígrados. A un dólar por persona, son baños altamente recomendados para liberar tensiones y aflojar las contracturas. El proceso implica alternar inmersiones en la pileta hirviente con duchas de agua helada. Parece una tortura, pero el placer es total y uno sale como flotando sobre algodones, aunque bajo un cielo siempre despejado y las infinitas estrellas de Ecuador.
En sólo dos días es posible bañarse en el Pacífico, a 28 grados de temperatura todo el año, y también caminar con abrigo por las calles de Quito, entre museos y curiosidades históricas, como la ciudad Mitad del Mundo, justo por donde pasa la famosa línea del Ecuador. Pero, como se verá, el país no sólo está dividido en dos polos, sino a su vez en cuatro regiones: la zona de la costa, la de los Andes, la Amazonía y Galápagos. Se dice que la mayor diversidad ecológica por metro cuadrado del mundo reina por estas tierras. Además, en este país se hace realidad una arraigada creencia popular: al estar en la mitad del mundo, Ecuador nos acerca a todos.
Al oír hablar de este destino, antes de partir, la palabra "exótico" surgía en una y otra conversación, como si las sorpresas al pisar este suelo fueran tantas e inexplicables, aunque por sobre todo inolvidables. Las escasas guías turísticas disponibles en las librerías, incluso las especializadas, no logran retratar la imponencia de los paisajes ni la entrañable calidez de su gente. Y se olvidan de indicar, por ejemplo, qué tipo de ropa llevar; si es posible, hay que cargar con un poco de todo, incluso para usar a lo largo del mismo día.
Este fue un viaje a lo largo de dos zonas muy diferenciadas y a las que se accede por tierra desde Guayaquil, la segunda ciudad del país después de Quito y a la que se llama capital comercial. Lugares donde se puede disfrutar de la costa, la selva, los volcanes, el frío, el calor y las montañas. Todo esto y algo más en sólo una semana. Ruta del Spondylus Partimos por ruta desde Guayaquil hacia el norte, buscando el mar que aparecerá al par de horas y que caracteriza a la Ruta del Sol, nombre que desde hace unos años comparte con Ruta del Spondylus en honor a la concha de mar que los aborígenes usaban para predecir el clima y como moneda. Esta ruta es particular porque combina pueblos con un mar turquesa y arenas blancas, grandes hoteles y cabañas tropicales, con una seguidilla de museos antropológicos y talleres de artesanos que trabajan el spondylus y otros materiales autóctonos, como el mimbre, la corteza de coco y la tagua, que es el marfil vegetal, altamente recomendado por su exotismo.
Una gargantilla multicolor puede costar siete dólares y es posible arreglar el precio para llevar más a menor costo. Este tipo de objetos se consiguen en pequeños puestitos a lo largo de toda la costa. Después de transitar por trayectos que de un lado son montaña y del otro, playa, llegamos a la Punta de Santa Elena, a 150 kilómetros de Guayaquil, y donde comienza desde el sur la Ruta del Spondylus. En este pueblo visitamos el Museo de los Amantes de Sumpa, levantado en el sitio más antiguo de Ecuador.
Lleva este nombre en honor a dos esqueletos, el de un hombre y una mujer abrazados, de unos 8.000 años aC. El guía nos conduce además frente a representaciones con estatuas sobre cómo se vivía en aquella época, y nos hace comprobar entonces que Ecuador, además de playas cautivantes, es tierra de mitos y leyendas. Pasamos después por Salinas, la playa más exclusiva de Ecuador, camino a Ballenita: un entrañable poblado de pescadores ubicado a sólo dos kilómetros de allí y almorzamos un ceviche mixto extraordinario en la Galería Náutica Farallón Dillon. Una porción poderosa más una cerveza helada –para disfrutar en un enorme balcón sobrevolado por gaviotas– cuesta unos trece dólares. La recomendación: complementarlo con patacones (masitas de plátano frito). Hospedarse allí, con vista a la costa, cuesta alrededor de 48 dólares por persona.
La próxima parada será de las más esperadas por todos: la Comuna de Barcelona. Allí, unas veinte familias de escasos recursos cosechan y trabajan de forma artesanal la paja toquilla, con la que se hacen los míticos sombreros Panamá, manufacturados luego en Montecristi, a unos 120 kilómetros de Guayaquil. "Un sombrero de buena calidad debe hacerse un ovillo y luego abrirse como una flor sin que le quede ningún pliegue", explica el artesano Félix Tomala en relación a los Panamá, que, según una de las tantas leyendas, recibieron este nombre porque durante la construcción del canal de Panamá, en 1906, se importaron de Ecuador enormes cargamentos para los obreros. Su precio oscila entre los diez y los mil dólares, pero por veinticinco encontrará uno que le durará varios años. "Otro detalle importante: debes poder coger agua en el sombrero sin que se escape por el tejido y beber de él", advierte Félix.
Montecristi es una ciudad pequeña y serena, que sube y que baja. Es confiable comprar en la mayoría de los locales y sus habitantes son expertos en la materia, asesoran con toda la paciencia. El sombrero deben entregarlo enrollado y en una cajita de madera. En Montañita Seguimos viaje hasta llegar a la meca de las olas y la diversión: Montañita. A medida que avanzamos, la vegetación se vuelve más verde y aumenta la humedad, sobreviene un clima tropical más denso y empieza a sonar el reggae. El ambiente es jovial y descontracturado. Las calles son de arena y la gran cantidad de bares y hostels hacen de esta ciudad-pueblo el sitio más elegido por extranjeros y surfers, la mayoría europeos, que tocan la guitarra, bailan y se la pasan en medio de las olas.
Montañita también se caracteriza por la buena cocina, como la del restaurante Hola Ola: camarones, hojaldres, chicharrón de pollo, arroz tailandés y una tarta de manzana sublime. De fondo suena la banda de la casa y hay días de fiesta con baile. Todo por unos US$ 20 por persona. Otra forma de empezar a entonar la noche es ir al bar Soi de Montaña. Ubicado en la calle principal, es una construcción de cañas y tablones con tres pisos, mesas de madera, hamacas y cerveza a dos dólares. Hay que fumar sisha con sabor a manzana, una delicia. Si es lunes, la fiesta sigue después en La Punta, sobre la playa y con fogón. Los fines de semana, a tres dólares la entrada, abre el boliche Caña Grill con bandas de música electrónica. Durante el día, se puede ir de excursión a la Isla de la Plata desde Puerto López. Implica un viaje en lancha de unas dos horas a la ida y otras dos a la vuelta y un rato navegando en mar abierto para ver las ballenas, especialmente entre junio y septiembre.
Un auténtico espectáculo, pero para el que se recomienda tomar antes una pastillita que evite el mareo. Baños, un spa natural Para quienes buscan tranquilidad y días de relajación, además de un clima más fresco, Baños de Agua Santa es un lugar imperdible. A casi 800 kilómetros hacia el este de Guayaquil y a tres horas en ómnibus desde Quito, entre los Andes y la Amazonía, Baños está a 1.820 metros sobre el nivel del mar y la temperatura es de 20 grados todo el año. Una de sus mayores atracciones es la cercanía del volcán Tungurahua que en 1999 entró en erupción hasta la fecha, si bien es posible acercarse hasta el cráter y oír sus rugidos. Hay quienes van en carpa para esperar ver la roja erupción de lava.
Otro volcán vecino es el Cotopaxi, considerado el más activo y alto del mundo, y yendo hacia el sur se encuentra el Nevado Chimborazo, de 6.310 metros que lo convierten en el punto más cercano al sol. Una de las diversiones es cruzar de una montaña a otra sobre los ríos en unos carritos como rappel y también pararse detrás de la gigantesca cascada "El pailón del diablo", para lo que hay que avanzar en cuclillas por un pasadizo ahuecado en la montaña. En Baños hay 175 hoteles. Uno muy especial es el Eco Parque Monteselva, rodeado por pequeñas islas con monos, tortugas acuáticas y tigrecitos. Es posible tirarse en lianas, hacer paseos por puentes colgantes y acampar en la selva por 20 dólares; los guías son indígenas. El relax total llega por la noche.
Al atardecer comienzan a abrir las piletas municipales de aguas termales, minerales y sulfurosas, que provienen directamente del volcán a más de cincuenta grados centígrados. A un dólar por persona, son baños altamente recomendados para liberar tensiones y aflojar las contracturas. El proceso implica alternar inmersiones en la pileta hirviente con duchas de agua helada. Parece una tortura, pero el placer es total y uno sale como flotando sobre algodones, aunque bajo un cielo siempre despejado y las infinitas estrellas de Ecuador.