No en balde se ganó Tucumán, desde antiguo, el título de "Jardín de la República". Su reducida geografía -en la que todo queda cerca- reúne fértiles llanuras, donde verdes mares de caña de azúcar suceden a doradas huertas de limoneros, con montañas que lucen a lo lejos de un plácido azul que se revela intrincada nuboselva al treparlas. Y, detrás de ellas, luminosos valles de altura cercados por cumbres vertiginosas que custodian vestigios de las más antiguas culturas indígenas del país. Tan contrastantes paisajes rodean a la más populosa ciudad del norte argentino, centro geopolítico, económico y cultural de la región.
San Miguel de TucumánPara el visitante, la capital provincial es, ante todo, una ciudad histórica en la que han tenido lugar hechos decisivos de la vida nacional, y que guarda orgullosa el recuerdo de ellos en sus monumentos y museos. El más importante es, desde luego, el Museo Histórico Casa de la Independencia, el reconstruido sitio donde, en 1816, un soberano Congreso General Constituyente declaró a las Provincias Unidas de Sudamérica "una nación libre e independiente".
Allí desemboca el Paseo de la Independencia, un recorrido urbano de tres o cuatro cuadras que nace en la Plaza Independencia. Es la principal de la ciudad y en su centro se erige una estatua de la Libertad tallada en mármol por Lola Mora. Alrededor hay edificios significativos como la Casa de Gobierno, la iglesia y convento de San Francisco, la Casa Padilla, el Jockey Club, la Casa Nougués, el Palacio de Hacienda, la Casa Rougés y la iglesia Catedral, inaugurada en 1856 y en la que puede verse la Cruz de la Primera Fundación de San Miguel.
El paseo sigue por calle 24 de Setiembre hasta la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, monumento nacional donde se conserva el bastón de mando que Manuel Belgrano usó en la Batalla de Tucumán (1812) y entregó luego a la Virgen en agradecimiento por el triunfo patriota sobre los realistas.
Por calle Congreso se pasa por la Casa de Nicolás Avellaneda, que alberga hoy el Museo Histórico Provincial y el Museo de Arte Sacro para llegar a la cuadra de la Casa de la Independencia, en cuyas esquinas hay dos plazoletas. Una, llamada de los Congresales, es ocupada por artesanos. La otra es un amplio espacio, con paneles que digraman una línea del tiempo que sitúa 1816 en el devenir histórico previo y posterior, y que sirve de escenario, además, de una recreación teatral de la vida cotidiana de Tucumán en la época de la Independencia.
La ciudad posee varios otros lugares llenos de historia, como el Parque 9 de Julio, inaugurado en el Centenario de la Independencia, donde se mantiene en pie la casa del obispo Colombres, congresal de 1816 y fundador de la industria azucarera. Y exhibe además una potente vida cultural en torno a las actividades de las cuatro universidades locales, los cuerpos artísticos estables (orquestas, cuerpos de teatro, ballets), los teatros y salas de exposición de la provincia, de la Municipalidad y de la Universidad Nacional de Tucumán, y los grupos independientes. La oferta gastronómica va desde los platos típicos locales hasta distintas variedades de la cocina internacional. Es notable también la intensidad de la vida nocturna.
Circuito de las YungasAlgunas de las mayores bellezas naturales que ofrece Tucumán están apenas a un paso de la ciudad.
Tal es el caso del dique El Cadillal, un enorme espejo de agua encajado entre cerros, a sólo 25 kilómetros al nordeste, donde es posible bañarse, navegar y practicar deportes acuáticos. En el lugar se puede acampar, hay una confitería y funciona un Museo Arqueológico provincial. Además, está prevista la inauguración próxima de una aerosilla.
Al doble de distancia, en dirección noroeste, a 1.100 metros y atravesada por un río, está la villa turística de Raco, el lugar que Atahualpa Yupanqui eligió para vivir varios años de su juventud y donde se levanta un monumento en su memoria. Un poco más adelante, por el mismo camino, está El Siambón, donde se erige un monasterio benedictino. Los monjes se dedican a la agricultura, la apicultura y la ganadería y son muy apreciados la miel y los dulces que producen y venden.
San Javier está al oeste de la capital, a sólo 25 km, sobre la sierra del mismo nombre dominada por un Cristo bendicente de 28 metros de altura, a la que se trepa por un camino de cornisa que serpentea por la selva. Hay hosterías y restaurantes. La vista de la ciudad abajo es magnífica. Sobre el mismo cerro, hacia el sur, está Villa Nougués, otrora lugar de residencia de las familias más aristocráticas de la provincia, que se caracteriza por sus espléndidas mansiones de estilo normando. Posee la cancha de golf más alta del país.
Valles CalchaquíesDetrás de la sierra de San Javier y de los cerros del Aconquija, a unos 2.000 metros de altura, está Tafí del Valle, puerta de entrada a los Valles Calchaquíes, que continúan en su parte tucumana (tienen también su parte salteña) en Amaicha del Valle, Quilmes y Colalao del Valle.
A Tafí se llega yendo primero hacia el sur por la ruta nacional 38 hasta Acheral y luego hacia el oeste por la provincial 307, que es un camino de cornisa que bordea la quebrada del río Los Sosa. Son en total 107 kilómetros.
Antes de Tafí está el pueblo de El Mollar, donde han sido reunidos en un parque más de un centenar de los singulares menhires (grande piedras alargadas de hasta 3 metros de altura, en algunos casos labradas y pintadas) que en el pasado estuvieron repartidos por toda la zona y que fueron levantados hace unos 2.000 años por la cultura más antigua que habitó el territoria argentino.
El Mollar está separado de Tafí del Valle por el lago del dique La Angostura, en el cual se pesca pejerrey y se practican deportes náuticos. Tanto en uno como en otro pueblo hay una variada hotelería y sitios de camping. Hay turismo de estancia y circuitos de excursiones de aventura que ascienden a las altas cumbres o van más allá, hasta lugares como Chasquivil, Anfama y Mala-Mala.
El producto típico de Tafí son los quesos, famosos desde el siglo XIX por su sabor único, que algunos comparan al Cantal francés.
Unos 60 km más adelante, por la misma ruta, y luego de trasponer el Abra de El Infiernillo, a unos 3.000 metros de altura y volver a bajar a los 2.000, se descubre un paisaje distinto -más árido, rara vez llueve. Estamos en Amaicha del Valle, pueblo de comuneros indígenas célebre por su Fiesta de la Pachamama (Madre Tierra) que coincide con el Carnaval, a la que asisten miles de personas de todo el mundo.
Un poco más al norte, a 20 km por la provincial 357 y la nacional 40, están las Ruinas de Quilmes, un impactante rastro de lo que fueron las culturas originarias de la región. Allí, encaramada en las estribaciones del cerro Alto del Rey, se reconstruyó lo que fue la fortaleza de una gran poblada y centro de la mayor resistencia indígena al colonizador español en toda América durante las Guerras Calchaquíes del siglo XVII.
Tras la rendición del baluarte, en 1666, los quilmes fueron desterrados, obligados a caminar hasta cerca de la ciudad de Buenas Aires, donde se los confinó en una reducción. De allí el nombre de la actual localidad bonaerense.
Siguiendo hacia el norte por la nacional 40, a la vera del río Santa María o Yokavil, está el pueblo de Colalao del Valle, donde hay hosterías y pensiones. Los productos locales son la nuez, los dulces, el vino patero y el aguardiente. A 8 km, hacia el oeste, se halla el caserío de El Pichao y, junto a él, otro grandioso monumento de las antiguas culturas precolombinas: las Ruinas de Condorhuasi.
Colalao y los caseríos de la zona son habitados por la Comunidad India de Quilmes, que mantiene su organización ancestral en comunidades de base, un consejo de ancianos y una jefatura que ejerce un cacique elegido periódicamente.
Lo dicho: más que bien merecido tiene Tucumán el título de "Jardín de la República". Aquí el viajero percibirá los perfumes y los ecos de un paisaje mágico, impregnado de historia, que nunca termina de asombrarlo.