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25 agosto 2008

Ecuador: Galápagos:

Un laboratorio viviente en el que Charles Darwin definió su teoría de la evolución. Parecen surgir como espejismos en pleno océano Pacífico. A primera vista, tienen el aspecto severo y áspero de esas tierras olvidadas en algún confín del mundo. Las Galápagos no poseen un verde tan frondoso como otras islas dispersas en este mar, pero esconden otras exuberancias. Los campos de lava y sus relieves teatrales sorprenden a quienes esperan hallar vegetación tupida y aguas cálidas y acogedoras. Y es precisamente el halo extraño de ese paisaje envuelto en brumas, rocoso y salpicado de cactus, lo que acentúa una bella sensación de fuga, que se experimenta sólo en esos sitios que nos arrancan de todo lo conocido y liberan nuestra alma de proa.

La llegada
Tal como hacían los exploradores del siglo XVI, el mejor modo de visitar Galápagos es en barco. No sólo porque permite recorrer todas las islas, sino para contribuir a los esfuerzos de preservación llevados a cabo por el estado ecuatoriano y entidades especializadas. La mayoría del archipiélago está deshabitado debido a la falta de agua dulce, lo que es una especie de bendición porque desalentó varios intentos de explotación organizada.

Tras arribar en avión al aeropuerto de la isla de Baltra, superar una estricta revisión para evitar la entrada de elementos contaminantes del hábitat local y pagar el acceso al parque (US$ 50), se ingresa formalmente a Galápagos.

Un bus nos traslada hasta un embarcadero cercano para tomar una lancha con destino a la isla de Santa Cruz. En el trayecto hacia el puerto, una fugaz vista de Baltra adelanta los paisajes que veremos en la mayor parte de las islas, tan desolados como inquietantes.

En Santa Cruz otro bus atraviesa la isla de norte a sur hasta Puerto Ayora, donde viven las 12.000 almas que habitan la región. Allí abordamos el crucero que durante varios días nos guiará para develar los secretos de uno de los destinos naturales más emblemáticos de todo el planeta. Antes de embarcar, vale la pena tomarse un tiempo para recorrer la isla, donde funciona la Estación Científica Charles Darwin.

Las fachadas multicolores de las casas, cubiertas de flores, pretenden imprimir un forzado aire tropical. Hoteles, restaurantes y comercios de souvenirs se despliegan a lo largo de la avenida principal, previsiblemente llamada Charles Darwin.

Atardece y el intenso aroma a mar lleva calle abajo hacia la Costanera. Es allí en donde los pelícanos rodean a los pescadores comerciales -que limpian la cosecha recién extraída del mar para la venta- a la espera de algún descarte.

Otra curiosidad de Santa Cruz -una de las tres islas habitadas junto a San Cristóbal y La Isabela- es su carretera, que cruza la isla de lado a lado, cuyos carteles advierten a los automovilistas que moderen la velocidad en zona de cruce... ¡de tortugas!

Un repaso a la historia
El Parque Nacional Galápagos, integrado por trece islas principales, seis menores y cuarenta islotes, se halla a unos 960 kilómetros de la costa ecuatoriana. La ciencia lo define como una de las áreas naturales más significativas del mundo y un extraordinario laboratorio de la evolución. ¿Por qué? Sobran las razones que fundamentan todo esto. Fue aquí donde, en 1835, un joven naturalista inglés, Charles Darwin, halló evidencias que redondearon su teoría sobre la evolución de las especies, lo que le aseguró al archipiélago un lugar en la historia de la ciencia.

Por eso, el descubrimiento accidental de las islas, tres siglos antes, por parte del obispo de Panamá, Tomás de Berlanga, no pasó de ser un hecho anecdótico. El barco que lo llevaba hacia Perú, en 1535, quedó inmovilizado por la falta de viento y una corriente oceánica lo arrastró hasta las islas, a las que bautizó como Las Encantadas, porque estaban envueltas en bruma y parecían moverse.

En una carta enviada al rey Carlos V, el religioso informaba sobre la presencia de "lobos marinos, tortugas y galápagos tan grandes, que podían llevar a un hombre encima de ellas". Era la primera señal. Teniendo en cuenta que las Galápagos son de origen volcánico, es decir, emergieron desde las profundidades del océano, la noción de aislamiento es absoluta. Según las estimaciones de Darwin, gran parte de la flora y la fauna llegaron hasta allí del mismo modo que Berlanga: a bordo de balsas vegetales o empujados por vientos y corrientes, arribaron pájaros, reptiles y mamíferos marinos, que evolucionaron según las características del particular medio.

Esto, para el estudioso inglés, proporcionó la posibilidad de acercarse al "gran fenómeno, el misterio de los misterios: la primera aparición de nuevos seres sobre la tierra".

De hecho, el 50 por ciento de su flora, el 75 por ciento de sus aves, la cuarta parte de sus peces y casi todos sus reptiles no se encuentran en ningún otro lugar del planeta.

La travesía continúa
La noche, cerradísima, nos sorprende navegando en el crucero. Alguien se queja por la falta de estrellas, que convierte la baranda de cubierta en el único horizonte visible. Los cielos estrellados no son muy frecuentes en Galápagos. Pero cuando la bruma se desplaza milagrosamente por Las Encantadas, dicen, se abren iluminadísimas noches de plata.

Habrá que esperar. Mientras tanto, disfrutamos de este verdadero hotel flotante, cuyas amplias comodidades hubiesen agradecido en sus tiempos los sacrificados Berlanga y Darwin.

Despertarse con el tierno sonido de la voz de los delfines y sentir, al abrir los ojos, que el suelo se mece son, acaso, las confirmaciones más placenteras de que uno se

encuentra fuera del mundo. Al menos, de ese viejo conocido en el que a diario se corre detrás de no se sabe qué, como quien busca una salida de emergencia.

Aquí, las urgencias, son diferentes: debemos apurar el café ya que en un rato dejaremos el barco a bordo de las pangas (gomones) rumbo a nuestra primera excursión.

La expedición empieza por los acantilados de la caleta Tagus, tapizados por cangrejos zapaya, una de las más de cien especies de cangrejos que se hallan en la zona, enormes, de color rojo en la parte superior y azul en la inferior. Las pinzas largas imponen respeto, especialmente porque los zapayas están siempre alertas a los objetos en movimiento, por lo que es difícil acercárseles. Pero si se permanece inmóvil caminan sobre los pies, del mismo modo que lo hacen las iguanas marinas. Toda una experiencia.

Más tarde desembarcamos en La Isabela, la más alta de las islas (culmina a 1.646 metros sobre el nivel del mar). Emprendemos la marcha por uno de los 52 senderos autorizados. Lo que más se observa aquí son las especies de piqueros: los hay de patas azules, rojas y enmascarados.

Es indispensable no salirse de las huellas para mantenerse a distancia de los animales. Sólo así se pueden presenciar momentos únicos en los que la naturaleza reproduce su ciclo, como el cortejo entre dos piqueros "patas azules". Ese juego de amagues, danzas, alas desplegadas y silbidos agudos es uno de los espectáculos más bellos. Un grupo de lobos marinos descansa sobre unas rocas y las pieles secas descubren su verdadero color dorado.

Más allá...¿pingüinos?. Sí, de plumaje parecido al de Magallanes, pero más pequeños. En ningún otro sitio del planeta podrían convivir iguanas y pingüinos. Este hecho sorprendente se debe a la coincidencia de corrientes frías y cálidas que, al no mezclarse y conservar sus propios niveles de salinidad, facilitan la cohabitación de muy variadas especies y favorecen una armonía ecológica que apasiona a los estudiosos.

Desde lo alto
Un sendero ascendente lleva hacia la chimenea secundaria de un volcán inundado de agua salada. Uno de los tantos, que pueden aparecer o desaparecer ya que, aseguran los guías, el proceso de formación de las Galápagos aún no concluyó. Algunos rezagados del grupo nos perdemos en una postal: desde arriba, 400 metros sobre el nivel del mar, se ve el barco detenido en el canal, donde hace varios siglos anclaban bucaneros y cazadores de ballenas.

Después del almuerzo, la panga nos lleva a la isla Fernandina. No se ven tortugas. Para hallarlas habrá que llegar al volcán Alcedo, a cinco horas de marcha.

Ahora caminamos por un descomunal campo de lava. Un manto petrificado y rugoso que fluyó a más de mil grados de temperatura dejando escalonamientos, repliegues y formas impensables entre los que prosperan los cactos de lava, unas formaciones cilíndricas con espinas amarillas y flores blancas.

Sobre nuestras cabezas, en un gran escalón, se asoma una iguana enorme ( 13 kilos promedio y más de un metro de largo) para observarnos. Parece lanzar una mirada absolutoria a un grupo de estadounidenses uniformados de riguroso color caqui explorador, con gorro a lo Gilligan incluido.

Nos quedamos así, mirándonos, pero no percibo una actitud amenazante. Tampoco es indiferencia o mansedumbre, es confianza. Advertirlo es emocionante. Tal vez lo más sorprendente de Galápagos es descubrir que existe un reino animal que no conoce la desconfianza, algo de lo que pecamos quienes ocupamos la cúspide de la escala evolutiva.

Hacia La Española
Navegamos toda la noche hacia la isla Española. Allí nos esperan las estrellas que reclamamos desde que pisamos el archipiélago. El desembarco se hace en la Bahía Gardner, el mejor sitio para el buceo. Y es allí, bajo el agua, donde hallamos un cielo repleto de estrellas. Vivas, coloridas, que se desplazan lentamente sobre un fondo de conchillas rosadas.

Tras la pista de los "peces murciélago" nos mezclamos con cardúmenes multicolores. Tantos, que no advertimos la presencia de tiburones y delfines a los que no hay que acercarse, pero son ellos los que no guardan ninguna distancia. Nos descubren sin ningún conflicto, acompañándonos, y es inevitable entregarse a una felicidad instintiva, casi "animal", nunca antes sentida. ¿Será el mundo del revés? ¿Mundo? Hace seis días que no tengo idea de qué sucede en él. Y eso, a veces, puede ser maravilloso.

Por: María Zacco

19 agosto 2008

Ciudad de las Flores - Brasil

En la Sierra Gaúcha (Río Grande do Sul – Brasil) esta la Ciudad de las Flores. En ella se verán unas preciosas hortensias que según cuenta la tradición traen buena suerte.

La Ciudad de las Flores tiene raíces alemanas e italianas y como es de esperar por su nombre, está llena de flores por donde se la mire.
En sus calles se ve un orden y una limpieza impecable, si a eso le sumamos la calidez de su gente es fácil de entender porque esta ciudad ocupa el cuarto lugar del destino más elegido de Brasil para ir de vacaciones.
Tiene pintorescos bares y comercios. Otro lugar atractivo es la catedral, una calle techada (decorada con glicinas).
Frente a esta calle se efectúa el Festival de Cine Latinoamericano, en este festival se entrega el premio “El quiquito”.

En la Fiesta de Natal, en donde se prepara la navidad 7 semanas antes de que esta llegue la fiesta. No te pierdas la Casa de Papa Noel o el Parque Knorr (nombre de su creador). En este caso es literal, la Casa de Papa Noel es una fábrica de juguetes y una habitación donde Papa Noel guarda todas las cartas y los niños pueden dejar la suya.

Otro sitio digno de ver es el lago Negro, rodeado por árboles de la Selva Negra y azaleas fucsias. Las opciones cercanas incluyen la Excursión por Verdes Fazendas de las Sierras Gauchas, el Parque do Caracol con una linda cascada, Nova Petrópolis y su laberinto y Canela que posee una catedral de piedra.

Gramado posee una muy buena gastronomía que está influenciada por las culturas alemanas, italianas, portuguesas y brasileras.

Sin duda esta es una ciudad que es digna de ser visitada.

Via: www.paraconocer.com

Traveling santiago de chile


Que bonita Santiago de Chile, tiene todo muy cerca las montañas a unos minutos del centró de la ciudad y el mar a una hora y media de viaje que mas se puede pedir.

15 agosto 2008

CRUCEROS :: Brasil entre otros grandes placeres

De Santos a Buenos Aires, una aventura inolvidable a bordo de un lujoso barco. La escala en Río de Janeiro.



Si se lo mira con segundas intenciones, el puerto de Santos podría encarnar el "dónde" de una novela posmoderna. Es una de esas pausadas ciudades coloniales que comparten colchón con la velocidad desenfrenada de lo moderno. Esta mañana, desde este puerto situado a 70 km de la populosa San Pablo, cinco cruceros de lujo embarcarán a sus huéspedes. Estamos a punto de iniciar un crucero de cuatro días en el Costa Victoria, una de las 12 naves de Costa Cruceros. Desde Santos, algunas horas de navegación permitirán ver el amanecer en el puerto carioca de Guarabá, antes de que estas 75 mil toneladas culminen su recorrido en el puerto de Buenos Aires.

Excepto por el apelotonamiento del abordaje, en el crucero no hay rastros del agobio típicamente urbano. En el Costa Victoria, los casi 800 tripulantes (de 31 nacionalidades pero mayormente jovencitos de Indonesia y Filipinas), aguzarán aún más sus miradas, afilarán su portugués básico y darán una bienvenida que se repetirá cada mañana: "Bom día, senhora&". Cada cena, Edwin, el mozo asignado a la mesa 175, desplegará la servilleta con ribetes dorados en las faldas de los comensales y hará de las recomendaciones del chef internacional, un guiño propio. Cada atardecer, la colombiana Paola recorrerá los pasillos del décimo piso atenta a que las toallas estén siempre inmaculadas, a que el hielo esté siempre sólido para tomar, por qué no, un trago en el balcón del camarote, un lugar que durante las noches en altamar, cuando no hay luz natural que ilumine, parece apoyado en el océano.

De aquí en más, los camarotes serán uno de los pocos espacios privados que habrá en este viaje. El resto del tiempo nos encontrará haciendo buenas migas con desconocidos entre fiestas temáticas nocturnas, cenas informales, cócteles de gala con el capitán y juegos alrededor de la piscina a los que, no se sabe bien por qué, resulta difícil negarse.

Un universo de sabores

Cada noche, en el quinto piso, los casi 2.400 huéspedes cenan en dos tandas. Eligen a gusto y piacere el restaurante Sinfonía o el Fantasía y los horarios son, de alguna manera, previsibles: europeos temprano, a eso de las 19.30; latinos tipo 22. Aunque el atuendo no plantea demasiadas exigencias, la tercera y la última noche (son las cenas de gala y la última cena a la carta en el Restaurante Magnífico), dan licencia a las señoras para desempolvar el vestido largo y cargarse de brillos.

En la variedad estará siempre el gusto: cóctel de gambas, daditos de pez espada, pastas rellenas, pato a la naranja, berenjenas a la napolitana y cinco platos por comida que varían en cada encuentro. Desayunos que para muchos resultan imposibles: de sardinas a huevos revueltos, de tocino a bizcochuelos, de frutas frescas a variedades de quesos. Es que la cocina es un submundo dentro de este pequeño gran universo: si se incluyen las comidas de los tripulantes, los 135 cocineros preparan 13.000 platos por día. En el Bar Sirena, en el Capriccio o en cualquiera de los 10 bares distribuidos entre la popa y la proa, habrá filas y autoservice. El resto de las comidas la sirven alguno de los 160 mozos.

Todo aquí huele a casero: las comidas, excepto el helado, son obra de los chefs internacionales. Hasta el pan y los grisines que acompañan en la mesa se hacen de madrugada en la panadería del barco. Decir entonces que el Costa Victoria es una pequeña ciudad flotante se parece cada vez menos a un lugar común.

Actividades para todos
El mito de que los cruceros son un escenario dominado por viajeros de edad avanzada es simplemente eso: un mito. Por todas partes hay grupos de amigos treintañeros que copan uno de los cuatro jacuzzis y enloquecen al brasileño encargado del servicio de bar con pedidos de cerveza helada. Sobran las parejas de luna de miel y, de a ratos, pasa una fila de chicos disfrazados de vaca y agarrados de los hombritos, hijos de matrimonios incipientes que se depositan en las reposeras o compran una excursión y los dejan al cuidado del competente equipo de animación infantil.

Cuando de entretener se trata, los animadores salen a la carga. Rodrigo, un brasileño de sonrisa indeleble, Luiz Felipe y los cuatro argentinos, son omnipresentes. Están de tarde, organizando competencias alrededor de una de las dos piscinas de la cubierta. Están de madrugada, en la "sexy night", con lentes oscuros, en cuero y moñito al cuello, agitando a los solos y solas. Están en el Concord Plaza, dando impulso a competencias de baile. Están en cada ítem del folleto abarrotado de actividades que cada noche Paola, nuestra latina encargada del servicio de habitación, dispondrá prolijamente en la cama para que cada quien arme su propia rutina. Hay quienes antes de cenar, van al teatro del barco a ver una puesta musical al mejor estilo Broadway, con tiempos y ritmos perfectos, con una veintena de cambios de vestuario impecables. Alérgicos a la luz solar, sin distinción de horario, hay quienes prefieren otras opciones: se nota cuando se oye el sonido metálico de los tragamonedas del casino.

"Clases de gimnasia china a las 9, bicicletas fijas al aire libre a las 10, sesión de aromaterapia a las 11, baño turco a las 12, almuerzo al aire libre a la 1&. Estoy agotado de tantas obligaciones", se oye bromear a un rosarino.

Entre las escalas obligadas del día -si es posible que aún quede un remanente de estrés- está el spa. Allí donde Benita enciende un sonido de fondo de mar, apoya una máscara de aceite de almendras para relajar los párpados, acomoda una toalla suave en el cuerpo desnudo y frota las esencias relajantes de lavanda en las manos, en los pies. En esas cabinas, no hay tiranía del reloj. El tiempo otra vez parece haberse detenido.

El esplendor de Río
El segundo día de navegación, el puerto antiguo de Río de Janeiro aparece frente a los balcones. Y el mar azul profundo y la brisa carioca. Sólo habrá unas pocas horas para conocer la "Ciudad maravillosa". El tránsito hace que el paseo sea lento y contemplativo. El destino final es el clásico Corcovado y en la travesía urbana se pasa por varios lugares legendarios que evocan melodías de bossa nova; sitios como las playas de Ipanema y Copacabana, o el Cristo Redentor, que domina desde lo alto la magnífica bahía de Guanabara, la laguna Rodrigo de Freitas y el casco urbano de la ciudad, en el que se mezclan iglesias coloniales, modernos edificios y la serpenteante presencia de las favelas sobre los morrros.

El ascenso en tren hacia el Corcovado está amenizado por cuatro músicos cariocas y sus ritmos. La vista de 360 grados de Río desde la cima paraliza.

Otra vez en el barco, el capitán, un napolitano fanático del guitarrista argentino Luis Salinas, apunta la proa hacia Puerto Madero. La silueta de Buenos Aires, reflejándose sobre las aguas marrones del Río de la Plata, devuelve a los viajeros la noción de tiempo. El Costa Victoria lleva varias horas atracado, pero, en tierra, el sistema de equilibrio de los huéspedes sigue engañado, el cuerpo sigue mareado. Tiene la ilusión de que aún está navegando.

Datos útiles
CUANTO CUESTA: Crucero de 4 noches en el barco Costa Victoria, del 7 al 11 de marzo. El itinerario: Buenos Aires, Punta del Este, Porto Belo y Santos. Tarifa: de US$ 569 a US$ 1.310, según la cabina.

Por: Gisele Sousa Dias.

Argentina: A pie por un paraíso de sierras y aire puro


Los encantos del pueblo peatonal de La Cumbrecita. Caminatas entre arroyos y bosques de las serranías.

Las palabras para describir La Cumbrecita, en la provincia de Córdoba, pueden resultar insuficientes o, lo que es peor, trilladas. Este pueblo de las serranías puede ser definido por sus elevaciones verdes, sus riachos como ensueños y sus calles mansas donde se respira aire puro y paz.

Ubicada en el corazón del Valle de Calamuchita, a casi 130 km de Córdoba, La Cumbrecita se asienta entre dos cordones serranos, y está atravesada por una importante cantidad de ríos mansos de aguas cristalinas. Como toda población pequeña, tiene una fuerte tradición criolla que, en este caso, aparece mezclada con tintes centroeuropeos dados por la inmigración que recibió en la tercera década del siglo pasado. Los inmigrantes alemanes dieron al lugar una fisonomía particular que se expresa en su arquitectura, su exquisita gastronomía y algunas de sus costumbres.

La localidad es reconocida entre sus visitantes como "el paraíso del aire libre". Paseos, caminatas y excursiones a cielo abierto y en un clima siempre amigable constituyen el mejor programa para unas vacaciones en las serranías. Es que esta villa de estilo alpino y sólo 500 habitantes estables fue declarada hace una década "pueblo peatonal", por lo que durante el día no se puede ingresar ni transitar con vehículos por sus calles (excepto vehículos de servicios y mantenimiento). Sus más de 400 plazas de alojamiento -en hoteles, hosterías y cabañas- garantizan un movimiento razonable y un respeto por el clima aldeano que tanto seduce al visitante. Además, en sus restaurantes y casas de té se pueden degustar delicias de la repostería europea.

La Cumbrecita puede ser recorrida espontáneamente, pues en cada calle y a la vuelta de cada esquina estalla el paisaje. Su altura, de 1.450 metros sobre el nivel del mar, ofrece condiciones ideales de humedad y temperatura. Las caminatas más tradicionales dentro del pueblo llevan a los frondosos bosques en los que sobresalen nogales, abedules, eucaliptos, arces, tabaquillos, liquidámbares y plátanos. Más una asombrosa paleta de frutos silvestres.

Sin salir de la villa se pueden visitar la Plaza de los Pioneros, al lado del magnífico Hotel La Cumbrecita, y la Plaza de Ajedrez, en el centro del pueblo. La Capilla, abierta a todos los credos, recuerda construcciones similares de los Alpes suizos.

A pocos pasos del pueblo, la imponente Cascada del Río Almbach, que surte de agua potable a la localidad, es un rincón plácido donde sorprenden decenas de flores de todos los colores que trepan intentando atrapar el salto de agua. No es extraño divisar en las inmediaciones alguna ardilla y, si se tiene suerte, algún zorro distraído, pues en verano escapan ante la llegada de visitantes.



Paseos cercanos
La visita a Tres Cascadas, Remanso Negro y Lago Esmeralda tiene un kilómetro y medio, y caminando con paciencia se puede ir y volver en tres horas. Se baja por la calle de la escuela, se la rodea por la izquierda y se cruza el río hasta una tranquera. Allí nace un sendero y luego, cuando comienza a doblar a la derecha, aparece una huella que conduce hasta un alambrado. Hay que seguir unos metros paralelo a él hasta un paso peatonal, desde donde se sigue hacia el norte, junto al río que corre unos 200 metros más abajo. Luego de cruzar un arroyito, se llega a una pequeña forestación de pinos desde la cual comienza el descenso hacia las Tres Cascadas. Volviendo al sendero principal se cruza otra forestación en cuya salida está el río, que, encajonado entre profundas paredes de roca, forma una sucesión de cascadas y ollas. Luego de un importante descenso, cae en una gran olla llamada Remanso Negro. Luego el camino principal desciende hasta una tranquera y, al cruzarla, cruza una nueva forestación y gira a la derecha remontando un arroyo. A unos 100 metros se une con el Río del Medio y forma una pequeña olla: el lago Esmeralda.

Otro recorrido es hacia Cerro Wank, a poco más de 1,5 km del pueblo, que puede llevar un par de horas. Tras cruzar el puente que lleva a la confitería Liesbeth se dobla a la derecha, siguiendo el río. Allí nace un sendero que atraviesa un bosquecito de abedules. Cuando la vegetación ralea se ve la cima del cerro, con el monolito que marca 1.715 msnm y una hermosa vista panorámica de la villa y de gran parte del Valle de Calamuchita.

Parados en el puente de acceso al pueblo hay dos caminos que conducen al puesto Casas Viejas, donde vale la pena comerse un chivito (tener en cuenta que no es restaurante, y conviene reservar), pescar, pasar el día junto al río y disfrutar de las vistas de las Sierras Grandes. El paseo se puede hacer en tres horas, ida y vuelta.

La capilla en la gruta
Desde el camino que va al Lago de las Truchas se baja hasta un vado que cruza el río, y a pocos metros una tranquera franquea el paso. Allí comienza una huella (privada) que tras una hora de caminata lleva a La Gruta, capilla consagrada a la virgen de Fátima, y el cementerio. Siguiendo por la calle, se pasa una tranquera y se continúa por un camino ribeteado por un pinar. Andes de cruzar una segunda tranquera, se dobla a la izquierda saliendo del camino vehicular, y bordeando el alambrado se encuentra un arroyo. Hay que remontarlo unos 20 minutos corriente arriba hasta una caída de agua que al golpear sobre una gran piedra produce unas raras formas que le han dado el nombre de Cascada Abanico. Son casi 4 km, pero como se trepa un poco, se tarda cuatro o cinco horas en ir y volver. Se recomienda llevar agua y golosinas. Muchos de estos recorridos se pueden hacer por cuenta propia, aunque la Dirección de Turismo provee mapas y recomienda guías.

Por: Nerio Tello

08 agosto 2008

Rio de Janeiro en bici


Cualquiera que haya estado en Brasil, sabe que los brasileros son fanáticos del cuidado de su cuerpo. Bordear las playas de Rio de Janeiro es como meterse en un muestrario de actividades, deportes, prácticas, ejercicios, competencias y diversión.

Los cariocas acostumbran acercarse a la playa antes o después del horario laboral para practicar el deporte o ejercicio que gusten. Desde el surf a la capoeira están presentes a toda hora del día y de la noche sobre las arenas doradas de Rio.

Y así también, son amantes de trasladarse en bicicleta aunque la ciudad no tenga las condiciones óptimas para este tipo de transporte
. Un tránsito endemoniado, reglas de tráfico no siempre respetadas, distracciones, charlas y muchos automóviles convierten a las calles céntricas en lugares complicados para conducir la bici.

Además, la geografía del lugar, con sus subidas asombrosas a las laderas de los morros cercanos y curvas pronunciadas sobre el mar, necesitan un buen par de piernas para controlar la bici. De todas formas, la gente la ha adoptado como medio de transporte popular y económico. Ahora Rio de Janeiro tendrá su sistema de alquiler de bicis como los que venimos viendo en otras ciudades.



La ínstalación de un sistema de columnas con aparcamiento de bicis donde tomarlas y dejarlas, se anunció hace aproximadamente 1 mes
. Pero claro, al uso local, sin dar fechas exactas ni mayores precisiones sobre cómo, cuándo y costo del servicio. Habrá que esperar nuevas noticias. Mientras tanto, relájate al sol.

Vía: Diario do Rio

Colombia: El paraíso, en versión caribeña


A una hora en barco desde Cartagena, las islas del Rosario brindan playas soñadas, corales y platos exquisitos.

Las sugerentes bellezas del Caribe colombiano siguen más allá de tierra firme. A una hora en lancha desde Cartagena, titilan a toda hora -gracias al sol que por estos lares torna todo vistoso y reluciente- las 23 islas, cayos e islotes del archipiélago Nuestra Señora del Rosario.

Es el magnífico resultado de la actividad volcánica registrada hace 5 milenios. En tierra firme, detrás de las playas de aguas cristalinas y arenas blancas se alinea el manglar, que envuelva los bosques secos tropicales del interior. Las corrientes, los vientos y las aves se encargaron de empujar las semillas desde el continente y transformar este páramo salpicado en el Atlántico en un ecosistema deslumbrante.

En el puerto de Cartagena, ni siquiera de mañana bien temprano la música deja de fluir. Esta vez, una melodía suave, bien cadenciosa, acompaña el bailoteo de yates de lujo y lanchas más modestas. Desde las copas de las palmas, pájaros negros María Mulata clavan la vista en el muelle y se preparan para picotear el desayuno de una treintena de turistas que esperan embarcar hacia las islas. Para ellos, animados por los guías multilingües, el paseo los llevará poco menos que al sitio mejor pergeñado jamás por los sueños y la imaginación. La ansiedad, entonces, se les adivina en el apuro por saltar a la quilla y el ánimo inmejorable.

Entre frutas y artesanías
Se acerca una palenquera que sostiene una palangana con frutas que hacen equilibrio sobre su cabeza. Trozos de piña, papaya, sandía, melón, guayaba y mango, empiezan a endulzar la jornada. Al zarpar, la lancha agita el azul impecable del Caribe, mientras el sol pasa de tibio a caliente sin escalas. Una hora más tarde, en la playa perfecta que ofrece la isla San Pedro, Heriberto insiste con sus collares de coral, delicadas piezas que sucumben al imperio del regateo. Sólo después de ese acuerdo forzoso, el artesano y otros veinte vendedores listos para entrar en escena se dan por satisfechos y toman distancia de los visitantes.

La compra compulsiva resulta la única imposición no declarada en el archipiélago. Por lo demás, este rincón luminoso de Cartagena sólo está dispuesto a brindar placeres. El menú no escrito está a la vista, es una inducción permanente a fuerza de arrecifes coralinos que salen a flote del fondo de arena suave y sin porosidades, meros, caballitos de mar, delfines y tortugas marinas listas para gratificar a los amantes del snörkelling y pargo rojo frito, una exquisitez culinaria que se acompaña con patacones (trozos de plátano frito) y arroz con coco.

Caricia para el paladar
Para completar este viaje a un mundo fluctuante entre la realidad y la fantasía, es probable que asome un sancocho, que no puede faltar en una mesa cartagenera bien servida. Esta sopa caliente de pescado (trozos de sábalo, pargo rojo o sierra), combinada con leche de coco, termina por seducir a los que dudan con declarar amor eterno y regreso seguro a las islas del Rosario.

Como corresponde aquí, me dejo deslizar por el fondo de arena blanca que deja traslucir el celeste compacto del mar, hasta alcanzar una barrera de corales. Más tarde, en esta tierra maltratada por los conquistadores, apetecida por corsarios y piratas y salvada por europeos acriollados, indios chibchas y aficanos, me rindo ante lugareños de modales amables, bajo el placentero efecto de un zumo de guanábana y una hamaca de colores encendidos que oscila entre palmeras.

Por: Cristian Sirouyan

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