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15 agosto 2008

CRUCEROS :: Brasil entre otros grandes placeres

De Santos a Buenos Aires, una aventura inolvidable a bordo de un lujoso barco. La escala en Río de Janeiro.



Si se lo mira con segundas intenciones, el puerto de Santos podría encarnar el "dónde" de una novela posmoderna. Es una de esas pausadas ciudades coloniales que comparten colchón con la velocidad desenfrenada de lo moderno. Esta mañana, desde este puerto situado a 70 km de la populosa San Pablo, cinco cruceros de lujo embarcarán a sus huéspedes. Estamos a punto de iniciar un crucero de cuatro días en el Costa Victoria, una de las 12 naves de Costa Cruceros. Desde Santos, algunas horas de navegación permitirán ver el amanecer en el puerto carioca de Guarabá, antes de que estas 75 mil toneladas culminen su recorrido en el puerto de Buenos Aires.

Excepto por el apelotonamiento del abordaje, en el crucero no hay rastros del agobio típicamente urbano. En el Costa Victoria, los casi 800 tripulantes (de 31 nacionalidades pero mayormente jovencitos de Indonesia y Filipinas), aguzarán aún más sus miradas, afilarán su portugués básico y darán una bienvenida que se repetirá cada mañana: "Bom día, senhora&". Cada cena, Edwin, el mozo asignado a la mesa 175, desplegará la servilleta con ribetes dorados en las faldas de los comensales y hará de las recomendaciones del chef internacional, un guiño propio. Cada atardecer, la colombiana Paola recorrerá los pasillos del décimo piso atenta a que las toallas estén siempre inmaculadas, a que el hielo esté siempre sólido para tomar, por qué no, un trago en el balcón del camarote, un lugar que durante las noches en altamar, cuando no hay luz natural que ilumine, parece apoyado en el océano.

De aquí en más, los camarotes serán uno de los pocos espacios privados que habrá en este viaje. El resto del tiempo nos encontrará haciendo buenas migas con desconocidos entre fiestas temáticas nocturnas, cenas informales, cócteles de gala con el capitán y juegos alrededor de la piscina a los que, no se sabe bien por qué, resulta difícil negarse.

Un universo de sabores

Cada noche, en el quinto piso, los casi 2.400 huéspedes cenan en dos tandas. Eligen a gusto y piacere el restaurante Sinfonía o el Fantasía y los horarios son, de alguna manera, previsibles: europeos temprano, a eso de las 19.30; latinos tipo 22. Aunque el atuendo no plantea demasiadas exigencias, la tercera y la última noche (son las cenas de gala y la última cena a la carta en el Restaurante Magnífico), dan licencia a las señoras para desempolvar el vestido largo y cargarse de brillos.

En la variedad estará siempre el gusto: cóctel de gambas, daditos de pez espada, pastas rellenas, pato a la naranja, berenjenas a la napolitana y cinco platos por comida que varían en cada encuentro. Desayunos que para muchos resultan imposibles: de sardinas a huevos revueltos, de tocino a bizcochuelos, de frutas frescas a variedades de quesos. Es que la cocina es un submundo dentro de este pequeño gran universo: si se incluyen las comidas de los tripulantes, los 135 cocineros preparan 13.000 platos por día. En el Bar Sirena, en el Capriccio o en cualquiera de los 10 bares distribuidos entre la popa y la proa, habrá filas y autoservice. El resto de las comidas la sirven alguno de los 160 mozos.

Todo aquí huele a casero: las comidas, excepto el helado, son obra de los chefs internacionales. Hasta el pan y los grisines que acompañan en la mesa se hacen de madrugada en la panadería del barco. Decir entonces que el Costa Victoria es una pequeña ciudad flotante se parece cada vez menos a un lugar común.

Actividades para todos
El mito de que los cruceros son un escenario dominado por viajeros de edad avanzada es simplemente eso: un mito. Por todas partes hay grupos de amigos treintañeros que copan uno de los cuatro jacuzzis y enloquecen al brasileño encargado del servicio de bar con pedidos de cerveza helada. Sobran las parejas de luna de miel y, de a ratos, pasa una fila de chicos disfrazados de vaca y agarrados de los hombritos, hijos de matrimonios incipientes que se depositan en las reposeras o compran una excursión y los dejan al cuidado del competente equipo de animación infantil.

Cuando de entretener se trata, los animadores salen a la carga. Rodrigo, un brasileño de sonrisa indeleble, Luiz Felipe y los cuatro argentinos, son omnipresentes. Están de tarde, organizando competencias alrededor de una de las dos piscinas de la cubierta. Están de madrugada, en la "sexy night", con lentes oscuros, en cuero y moñito al cuello, agitando a los solos y solas. Están en el Concord Plaza, dando impulso a competencias de baile. Están en cada ítem del folleto abarrotado de actividades que cada noche Paola, nuestra latina encargada del servicio de habitación, dispondrá prolijamente en la cama para que cada quien arme su propia rutina. Hay quienes antes de cenar, van al teatro del barco a ver una puesta musical al mejor estilo Broadway, con tiempos y ritmos perfectos, con una veintena de cambios de vestuario impecables. Alérgicos a la luz solar, sin distinción de horario, hay quienes prefieren otras opciones: se nota cuando se oye el sonido metálico de los tragamonedas del casino.

"Clases de gimnasia china a las 9, bicicletas fijas al aire libre a las 10, sesión de aromaterapia a las 11, baño turco a las 12, almuerzo al aire libre a la 1&. Estoy agotado de tantas obligaciones", se oye bromear a un rosarino.

Entre las escalas obligadas del día -si es posible que aún quede un remanente de estrés- está el spa. Allí donde Benita enciende un sonido de fondo de mar, apoya una máscara de aceite de almendras para relajar los párpados, acomoda una toalla suave en el cuerpo desnudo y frota las esencias relajantes de lavanda en las manos, en los pies. En esas cabinas, no hay tiranía del reloj. El tiempo otra vez parece haberse detenido.

El esplendor de Río
El segundo día de navegación, el puerto antiguo de Río de Janeiro aparece frente a los balcones. Y el mar azul profundo y la brisa carioca. Sólo habrá unas pocas horas para conocer la "Ciudad maravillosa". El tránsito hace que el paseo sea lento y contemplativo. El destino final es el clásico Corcovado y en la travesía urbana se pasa por varios lugares legendarios que evocan melodías de bossa nova; sitios como las playas de Ipanema y Copacabana, o el Cristo Redentor, que domina desde lo alto la magnífica bahía de Guanabara, la laguna Rodrigo de Freitas y el casco urbano de la ciudad, en el que se mezclan iglesias coloniales, modernos edificios y la serpenteante presencia de las favelas sobre los morrros.

El ascenso en tren hacia el Corcovado está amenizado por cuatro músicos cariocas y sus ritmos. La vista de 360 grados de Río desde la cima paraliza.

Otra vez en el barco, el capitán, un napolitano fanático del guitarrista argentino Luis Salinas, apunta la proa hacia Puerto Madero. La silueta de Buenos Aires, reflejándose sobre las aguas marrones del Río de la Plata, devuelve a los viajeros la noción de tiempo. El Costa Victoria lleva varias horas atracado, pero, en tierra, el sistema de equilibrio de los huéspedes sigue engañado, el cuerpo sigue mareado. Tiene la ilusión de que aún está navegando.

Datos útiles
CUANTO CUESTA: Crucero de 4 noches en el barco Costa Victoria, del 7 al 11 de marzo. El itinerario: Buenos Aires, Punta del Este, Porto Belo y Santos. Tarifa: de US$ 569 a US$ 1.310, según la cabina.

Por: Gisele Sousa Dias.

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