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19 agosto 2008

Traveling santiago de chile


Que bonita Santiago de Chile, tiene todo muy cerca las montañas a unos minutos del centró de la ciudad y el mar a una hora y media de viaje que mas se puede pedir.

15 agosto 2008

CRUCEROS :: Brasil entre otros grandes placeres

De Santos a Buenos Aires, una aventura inolvidable a bordo de un lujoso barco. La escala en Río de Janeiro.



Si se lo mira con segundas intenciones, el puerto de Santos podría encarnar el "dónde" de una novela posmoderna. Es una de esas pausadas ciudades coloniales que comparten colchón con la velocidad desenfrenada de lo moderno. Esta mañana, desde este puerto situado a 70 km de la populosa San Pablo, cinco cruceros de lujo embarcarán a sus huéspedes. Estamos a punto de iniciar un crucero de cuatro días en el Costa Victoria, una de las 12 naves de Costa Cruceros. Desde Santos, algunas horas de navegación permitirán ver el amanecer en el puerto carioca de Guarabá, antes de que estas 75 mil toneladas culminen su recorrido en el puerto de Buenos Aires.

Excepto por el apelotonamiento del abordaje, en el crucero no hay rastros del agobio típicamente urbano. En el Costa Victoria, los casi 800 tripulantes (de 31 nacionalidades pero mayormente jovencitos de Indonesia y Filipinas), aguzarán aún más sus miradas, afilarán su portugués básico y darán una bienvenida que se repetirá cada mañana: "Bom día, senhora&". Cada cena, Edwin, el mozo asignado a la mesa 175, desplegará la servilleta con ribetes dorados en las faldas de los comensales y hará de las recomendaciones del chef internacional, un guiño propio. Cada atardecer, la colombiana Paola recorrerá los pasillos del décimo piso atenta a que las toallas estén siempre inmaculadas, a que el hielo esté siempre sólido para tomar, por qué no, un trago en el balcón del camarote, un lugar que durante las noches en altamar, cuando no hay luz natural que ilumine, parece apoyado en el océano.

De aquí en más, los camarotes serán uno de los pocos espacios privados que habrá en este viaje. El resto del tiempo nos encontrará haciendo buenas migas con desconocidos entre fiestas temáticas nocturnas, cenas informales, cócteles de gala con el capitán y juegos alrededor de la piscina a los que, no se sabe bien por qué, resulta difícil negarse.

Un universo de sabores

Cada noche, en el quinto piso, los casi 2.400 huéspedes cenan en dos tandas. Eligen a gusto y piacere el restaurante Sinfonía o el Fantasía y los horarios son, de alguna manera, previsibles: europeos temprano, a eso de las 19.30; latinos tipo 22. Aunque el atuendo no plantea demasiadas exigencias, la tercera y la última noche (son las cenas de gala y la última cena a la carta en el Restaurante Magnífico), dan licencia a las señoras para desempolvar el vestido largo y cargarse de brillos.

En la variedad estará siempre el gusto: cóctel de gambas, daditos de pez espada, pastas rellenas, pato a la naranja, berenjenas a la napolitana y cinco platos por comida que varían en cada encuentro. Desayunos que para muchos resultan imposibles: de sardinas a huevos revueltos, de tocino a bizcochuelos, de frutas frescas a variedades de quesos. Es que la cocina es un submundo dentro de este pequeño gran universo: si se incluyen las comidas de los tripulantes, los 135 cocineros preparan 13.000 platos por día. En el Bar Sirena, en el Capriccio o en cualquiera de los 10 bares distribuidos entre la popa y la proa, habrá filas y autoservice. El resto de las comidas la sirven alguno de los 160 mozos.

Todo aquí huele a casero: las comidas, excepto el helado, son obra de los chefs internacionales. Hasta el pan y los grisines que acompañan en la mesa se hacen de madrugada en la panadería del barco. Decir entonces que el Costa Victoria es una pequeña ciudad flotante se parece cada vez menos a un lugar común.

Actividades para todos
El mito de que los cruceros son un escenario dominado por viajeros de edad avanzada es simplemente eso: un mito. Por todas partes hay grupos de amigos treintañeros que copan uno de los cuatro jacuzzis y enloquecen al brasileño encargado del servicio de bar con pedidos de cerveza helada. Sobran las parejas de luna de miel y, de a ratos, pasa una fila de chicos disfrazados de vaca y agarrados de los hombritos, hijos de matrimonios incipientes que se depositan en las reposeras o compran una excursión y los dejan al cuidado del competente equipo de animación infantil.

Cuando de entretener se trata, los animadores salen a la carga. Rodrigo, un brasileño de sonrisa indeleble, Luiz Felipe y los cuatro argentinos, son omnipresentes. Están de tarde, organizando competencias alrededor de una de las dos piscinas de la cubierta. Están de madrugada, en la "sexy night", con lentes oscuros, en cuero y moñito al cuello, agitando a los solos y solas. Están en el Concord Plaza, dando impulso a competencias de baile. Están en cada ítem del folleto abarrotado de actividades que cada noche Paola, nuestra latina encargada del servicio de habitación, dispondrá prolijamente en la cama para que cada quien arme su propia rutina. Hay quienes antes de cenar, van al teatro del barco a ver una puesta musical al mejor estilo Broadway, con tiempos y ritmos perfectos, con una veintena de cambios de vestuario impecables. Alérgicos a la luz solar, sin distinción de horario, hay quienes prefieren otras opciones: se nota cuando se oye el sonido metálico de los tragamonedas del casino.

"Clases de gimnasia china a las 9, bicicletas fijas al aire libre a las 10, sesión de aromaterapia a las 11, baño turco a las 12, almuerzo al aire libre a la 1&. Estoy agotado de tantas obligaciones", se oye bromear a un rosarino.

Entre las escalas obligadas del día -si es posible que aún quede un remanente de estrés- está el spa. Allí donde Benita enciende un sonido de fondo de mar, apoya una máscara de aceite de almendras para relajar los párpados, acomoda una toalla suave en el cuerpo desnudo y frota las esencias relajantes de lavanda en las manos, en los pies. En esas cabinas, no hay tiranía del reloj. El tiempo otra vez parece haberse detenido.

El esplendor de Río
El segundo día de navegación, el puerto antiguo de Río de Janeiro aparece frente a los balcones. Y el mar azul profundo y la brisa carioca. Sólo habrá unas pocas horas para conocer la "Ciudad maravillosa". El tránsito hace que el paseo sea lento y contemplativo. El destino final es el clásico Corcovado y en la travesía urbana se pasa por varios lugares legendarios que evocan melodías de bossa nova; sitios como las playas de Ipanema y Copacabana, o el Cristo Redentor, que domina desde lo alto la magnífica bahía de Guanabara, la laguna Rodrigo de Freitas y el casco urbano de la ciudad, en el que se mezclan iglesias coloniales, modernos edificios y la serpenteante presencia de las favelas sobre los morrros.

El ascenso en tren hacia el Corcovado está amenizado por cuatro músicos cariocas y sus ritmos. La vista de 360 grados de Río desde la cima paraliza.

Otra vez en el barco, el capitán, un napolitano fanático del guitarrista argentino Luis Salinas, apunta la proa hacia Puerto Madero. La silueta de Buenos Aires, reflejándose sobre las aguas marrones del Río de la Plata, devuelve a los viajeros la noción de tiempo. El Costa Victoria lleva varias horas atracado, pero, en tierra, el sistema de equilibrio de los huéspedes sigue engañado, el cuerpo sigue mareado. Tiene la ilusión de que aún está navegando.

Datos útiles
CUANTO CUESTA: Crucero de 4 noches en el barco Costa Victoria, del 7 al 11 de marzo. El itinerario: Buenos Aires, Punta del Este, Porto Belo y Santos. Tarifa: de US$ 569 a US$ 1.310, según la cabina.

Por: Gisele Sousa Dias.

Argentina: A pie por un paraíso de sierras y aire puro


Los encantos del pueblo peatonal de La Cumbrecita. Caminatas entre arroyos y bosques de las serranías.

Las palabras para describir La Cumbrecita, en la provincia de Córdoba, pueden resultar insuficientes o, lo que es peor, trilladas. Este pueblo de las serranías puede ser definido por sus elevaciones verdes, sus riachos como ensueños y sus calles mansas donde se respira aire puro y paz.

Ubicada en el corazón del Valle de Calamuchita, a casi 130 km de Córdoba, La Cumbrecita se asienta entre dos cordones serranos, y está atravesada por una importante cantidad de ríos mansos de aguas cristalinas. Como toda población pequeña, tiene una fuerte tradición criolla que, en este caso, aparece mezclada con tintes centroeuropeos dados por la inmigración que recibió en la tercera década del siglo pasado. Los inmigrantes alemanes dieron al lugar una fisonomía particular que se expresa en su arquitectura, su exquisita gastronomía y algunas de sus costumbres.

La localidad es reconocida entre sus visitantes como "el paraíso del aire libre". Paseos, caminatas y excursiones a cielo abierto y en un clima siempre amigable constituyen el mejor programa para unas vacaciones en las serranías. Es que esta villa de estilo alpino y sólo 500 habitantes estables fue declarada hace una década "pueblo peatonal", por lo que durante el día no se puede ingresar ni transitar con vehículos por sus calles (excepto vehículos de servicios y mantenimiento). Sus más de 400 plazas de alojamiento -en hoteles, hosterías y cabañas- garantizan un movimiento razonable y un respeto por el clima aldeano que tanto seduce al visitante. Además, en sus restaurantes y casas de té se pueden degustar delicias de la repostería europea.

La Cumbrecita puede ser recorrida espontáneamente, pues en cada calle y a la vuelta de cada esquina estalla el paisaje. Su altura, de 1.450 metros sobre el nivel del mar, ofrece condiciones ideales de humedad y temperatura. Las caminatas más tradicionales dentro del pueblo llevan a los frondosos bosques en los que sobresalen nogales, abedules, eucaliptos, arces, tabaquillos, liquidámbares y plátanos. Más una asombrosa paleta de frutos silvestres.

Sin salir de la villa se pueden visitar la Plaza de los Pioneros, al lado del magnífico Hotel La Cumbrecita, y la Plaza de Ajedrez, en el centro del pueblo. La Capilla, abierta a todos los credos, recuerda construcciones similares de los Alpes suizos.

A pocos pasos del pueblo, la imponente Cascada del Río Almbach, que surte de agua potable a la localidad, es un rincón plácido donde sorprenden decenas de flores de todos los colores que trepan intentando atrapar el salto de agua. No es extraño divisar en las inmediaciones alguna ardilla y, si se tiene suerte, algún zorro distraído, pues en verano escapan ante la llegada de visitantes.



Paseos cercanos
La visita a Tres Cascadas, Remanso Negro y Lago Esmeralda tiene un kilómetro y medio, y caminando con paciencia se puede ir y volver en tres horas. Se baja por la calle de la escuela, se la rodea por la izquierda y se cruza el río hasta una tranquera. Allí nace un sendero y luego, cuando comienza a doblar a la derecha, aparece una huella que conduce hasta un alambrado. Hay que seguir unos metros paralelo a él hasta un paso peatonal, desde donde se sigue hacia el norte, junto al río que corre unos 200 metros más abajo. Luego de cruzar un arroyito, se llega a una pequeña forestación de pinos desde la cual comienza el descenso hacia las Tres Cascadas. Volviendo al sendero principal se cruza otra forestación en cuya salida está el río, que, encajonado entre profundas paredes de roca, forma una sucesión de cascadas y ollas. Luego de un importante descenso, cae en una gran olla llamada Remanso Negro. Luego el camino principal desciende hasta una tranquera y, al cruzarla, cruza una nueva forestación y gira a la derecha remontando un arroyo. A unos 100 metros se une con el Río del Medio y forma una pequeña olla: el lago Esmeralda.

Otro recorrido es hacia Cerro Wank, a poco más de 1,5 km del pueblo, que puede llevar un par de horas. Tras cruzar el puente que lleva a la confitería Liesbeth se dobla a la derecha, siguiendo el río. Allí nace un sendero que atraviesa un bosquecito de abedules. Cuando la vegetación ralea se ve la cima del cerro, con el monolito que marca 1.715 msnm y una hermosa vista panorámica de la villa y de gran parte del Valle de Calamuchita.

Parados en el puente de acceso al pueblo hay dos caminos que conducen al puesto Casas Viejas, donde vale la pena comerse un chivito (tener en cuenta que no es restaurante, y conviene reservar), pescar, pasar el día junto al río y disfrutar de las vistas de las Sierras Grandes. El paseo se puede hacer en tres horas, ida y vuelta.

La capilla en la gruta
Desde el camino que va al Lago de las Truchas se baja hasta un vado que cruza el río, y a pocos metros una tranquera franquea el paso. Allí comienza una huella (privada) que tras una hora de caminata lleva a La Gruta, capilla consagrada a la virgen de Fátima, y el cementerio. Siguiendo por la calle, se pasa una tranquera y se continúa por un camino ribeteado por un pinar. Andes de cruzar una segunda tranquera, se dobla a la izquierda saliendo del camino vehicular, y bordeando el alambrado se encuentra un arroyo. Hay que remontarlo unos 20 minutos corriente arriba hasta una caída de agua que al golpear sobre una gran piedra produce unas raras formas que le han dado el nombre de Cascada Abanico. Son casi 4 km, pero como se trepa un poco, se tarda cuatro o cinco horas en ir y volver. Se recomienda llevar agua y golosinas. Muchos de estos recorridos se pueden hacer por cuenta propia, aunque la Dirección de Turismo provee mapas y recomienda guías.

Por: Nerio Tello

08 agosto 2008

Rio de Janeiro en bici


Cualquiera que haya estado en Brasil, sabe que los brasileros son fanáticos del cuidado de su cuerpo. Bordear las playas de Rio de Janeiro es como meterse en un muestrario de actividades, deportes, prácticas, ejercicios, competencias y diversión.

Los cariocas acostumbran acercarse a la playa antes o después del horario laboral para practicar el deporte o ejercicio que gusten. Desde el surf a la capoeira están presentes a toda hora del día y de la noche sobre las arenas doradas de Rio.

Y así también, son amantes de trasladarse en bicicleta aunque la ciudad no tenga las condiciones óptimas para este tipo de transporte
. Un tránsito endemoniado, reglas de tráfico no siempre respetadas, distracciones, charlas y muchos automóviles convierten a las calles céntricas en lugares complicados para conducir la bici.

Además, la geografía del lugar, con sus subidas asombrosas a las laderas de los morros cercanos y curvas pronunciadas sobre el mar, necesitan un buen par de piernas para controlar la bici. De todas formas, la gente la ha adoptado como medio de transporte popular y económico. Ahora Rio de Janeiro tendrá su sistema de alquiler de bicis como los que venimos viendo en otras ciudades.



La ínstalación de un sistema de columnas con aparcamiento de bicis donde tomarlas y dejarlas, se anunció hace aproximadamente 1 mes
. Pero claro, al uso local, sin dar fechas exactas ni mayores precisiones sobre cómo, cuándo y costo del servicio. Habrá que esperar nuevas noticias. Mientras tanto, relájate al sol.

Vía: Diario do Rio

Colombia: El paraíso, en versión caribeña


A una hora en barco desde Cartagena, las islas del Rosario brindan playas soñadas, corales y platos exquisitos.

Las sugerentes bellezas del Caribe colombiano siguen más allá de tierra firme. A una hora en lancha desde Cartagena, titilan a toda hora -gracias al sol que por estos lares torna todo vistoso y reluciente- las 23 islas, cayos e islotes del archipiélago Nuestra Señora del Rosario.

Es el magnífico resultado de la actividad volcánica registrada hace 5 milenios. En tierra firme, detrás de las playas de aguas cristalinas y arenas blancas se alinea el manglar, que envuelva los bosques secos tropicales del interior. Las corrientes, los vientos y las aves se encargaron de empujar las semillas desde el continente y transformar este páramo salpicado en el Atlántico en un ecosistema deslumbrante.

En el puerto de Cartagena, ni siquiera de mañana bien temprano la música deja de fluir. Esta vez, una melodía suave, bien cadenciosa, acompaña el bailoteo de yates de lujo y lanchas más modestas. Desde las copas de las palmas, pájaros negros María Mulata clavan la vista en el muelle y se preparan para picotear el desayuno de una treintena de turistas que esperan embarcar hacia las islas. Para ellos, animados por los guías multilingües, el paseo los llevará poco menos que al sitio mejor pergeñado jamás por los sueños y la imaginación. La ansiedad, entonces, se les adivina en el apuro por saltar a la quilla y el ánimo inmejorable.

Entre frutas y artesanías
Se acerca una palenquera que sostiene una palangana con frutas que hacen equilibrio sobre su cabeza. Trozos de piña, papaya, sandía, melón, guayaba y mango, empiezan a endulzar la jornada. Al zarpar, la lancha agita el azul impecable del Caribe, mientras el sol pasa de tibio a caliente sin escalas. Una hora más tarde, en la playa perfecta que ofrece la isla San Pedro, Heriberto insiste con sus collares de coral, delicadas piezas que sucumben al imperio del regateo. Sólo después de ese acuerdo forzoso, el artesano y otros veinte vendedores listos para entrar en escena se dan por satisfechos y toman distancia de los visitantes.

La compra compulsiva resulta la única imposición no declarada en el archipiélago. Por lo demás, este rincón luminoso de Cartagena sólo está dispuesto a brindar placeres. El menú no escrito está a la vista, es una inducción permanente a fuerza de arrecifes coralinos que salen a flote del fondo de arena suave y sin porosidades, meros, caballitos de mar, delfines y tortugas marinas listas para gratificar a los amantes del snörkelling y pargo rojo frito, una exquisitez culinaria que se acompaña con patacones (trozos de plátano frito) y arroz con coco.

Caricia para el paladar
Para completar este viaje a un mundo fluctuante entre la realidad y la fantasía, es probable que asome un sancocho, que no puede faltar en una mesa cartagenera bien servida. Esta sopa caliente de pescado (trozos de sábalo, pargo rojo o sierra), combinada con leche de coco, termina por seducir a los que dudan con declarar amor eterno y regreso seguro a las islas del Rosario.

Como corresponde aquí, me dejo deslizar por el fondo de arena blanca que deja traslucir el celeste compacto del mar, hasta alcanzar una barrera de corales. Más tarde, en esta tierra maltratada por los conquistadores, apetecida por corsarios y piratas y salvada por europeos acriollados, indios chibchas y aficanos, me rindo ante lugareños de modales amables, bajo el placentero efecto de un zumo de guanábana y una hamaca de colores encendidos que oscila entre palmeras.

Por: Cristian Sirouyan

02 agosto 2008

Maleta para llevar a los niños


Bueno, no es una maleta para llevar a los niños dentro de ella, sino adosados a ella.
Una idea para los padres que cargamos con la familia a cuestas por estaciones de tren, de autobuses y aeropuertos.

Es sólo para niñitos pequeños (y livianos) pero nos ahorra de llevar la maleta + el carrito + la mochila + los billetes + ...

Por lo que leo, no está a la venta aún, es un prototipo, pero al ser tan sencilla más de uno echará mano a esa vieja sillita de playa de lona (en desuso en el trastero) de cara a las próximas vacaciones.

Vía: I new idea

Argentina: En la Patagonia, a todo vapor


Cuántas historias pueden caber en 75 cm? Para resolver la incógnita, quizás ayude la paradoja que plantea Paul Theroux en su libro "El Viejo Expreso de la Patagonia". Según el viajero, en la Patagonia todo se maneja en términos de inmensidad o miniatura: "No hay punto intermedio. La enormidad del espacio desierto o la vista de una diminuta flor". Por eso, y siguiendo la paradoja, en los estrechos 75 cm que separan las vías del mítico tren a vapor que en la zona de la Cordillera de Chubut llaman "La Trochita" pueden caber tantas historias como en la inmensidad de la estepa.

La Trochita es el único tren a vapor de trocha supereconómica que funciona en el mundo, tan atractivo por el paisaje que recorre como por sus viejas máquinas y coches, que circulan como hace más de medio siglo. Ya no es el tren pintoresco y deteriorado que durante décadas rescató del aislamiento a pueblos esparcidos entre la estepa y la cordillera sino de un remozado convoy turístico frecuentado por viajeros de todo el mundo.

Desde Esquel, el recorrido de 20 km insume poco más de una hora hasta el poblado mapuche Nahuelpan. También parte desde El Maitén, donde se pueden visitar los talleres de La Trochita y llegar a Ñorquinco, a 36 km.

El calor de la salamandra

Falta poco para las 10 y en el andén de la estación Esquel decenas de turistas hormiguean entre curiosos y vendedores. Un fotógrafo intenta una ubicación estratégica antes de que La Trochita haga su entrada triunfal. No saldrá decepcionado: el tren se acerca a la estación largando humo al ritmo de su bocinazo, más parecido a un corno que a la clásica y aguda silbatina de los trenes, con su séquito de coches claqueando detrás.

Ya habrá tiempo de sacarse una foto junto a la locomotora, una reliquia de 1922 que con mucho esfuerzo los trabajadores ferroviarios mantienen en su estado original. Por el momento, trepamos a uno de los estrechos coches y nos acomodamos en los asientos repartidos en hileras de uno y de dos, separadas por un angosto corredor.Por fortuna, nos corresponden los asientos de acolchado verde; los de madera quedaron reservados para otros pasajeros. De todos modos, la dureza del asiento no es lo único que uno debe contemplar a la hora de elegir ubicación: también está el paisaje, que siempre será más vistoso del lado de los asientos individuales, y si uno viaja en invierno la cercanía de la salamandra, instalada en el centro de cada coche para mitigar los rigores del clima patagónico.

La estufa a leña -uno de los agregados de este tren- era muy disputada por los pasajeros en tiempos en los que La Trochita recorría los 402 km que separan Esquel de Ingeniero Jacobacci (Río Negro), en un viaje que llevaba más de 20 horas. No sólo se utilizaba para calentar los vagones sino también para cebar mate y hasta para cocinar bifes.
Claro que por entonces, según nos cuenta la guía, también era habitual que los pasajeros bajaran un rato a estirar las piernas y retomaran la formación, que avanzaba a paso de hombre, unos metros más adelante.

La Trochita era el sostén de todos los pueblos que fueron creciendo a su alrededor. Más de mil hombres llegados de distintas partes del mundo trabajaron en el tendido de las vías, que llevó largos años de idas y venidas. El primer tren salió desde Esquel el 25 de mayo de 1945 y durante décadas se dedicó al transporte de cargas y pasajeros entre Esquel y Jacobacci.
A fines de los 70, cuando Paul Theroux hizo su famoso viaje de Boston a Esquel, La Trochita no era el brioso tren turístico que nos pasea ahora sino un "samovar demente sobre ruedas" con vagones crujientes que transportaban gente, lana y maderas. Veinte años después, en plena fiebre liberal de los 90, El Viejo Expreso Patagónico estuvo a punto de cerrar por su baja rentabilidad.

El gobierno de Chubut decidió rescatarlo, aunque sólo en el tramo Esquel-El Maitén, en el límite con Río Negro. La Trochita resucitó como tren turístico. No es el tren bala, y precisamente en eso está su encanto. Sigue viajando a un promedio de 20 km por hora, largando silbidos de vapor en cada curva.

Aprovechemos entonces para sacar fotos de los valles idílicos que pasan detrás de la ventana, para colgarnos del estribo, para hacer equilibrio en el movedizo espacio que une los vagones o para ver pasar la vida en alguno de los dos coches-comedor con gusto a torta casera.

Llegada a Nahuelpán
Ahora sí, el maquinista cede su puesto y nos deja jugar sobre la mítica locomotora. No es fácil su trabajo: aquí arriba las calderas arden, el fuego amenaza y el calor es infernal. Alcanza con subir unos minutos, asomar la cabeza para la foto y volver a tierra firme para curiosear el hospitalario pueblito mapuche, donde un ejército de niños saluda y ofrece tejidos, artesanías y alimentos.

Optamos por las tortas fritas y las guardamos para el viaje de vuelta. Hay poco tiempo y no podemos perdernos el Museo de Culturas Originarias Patagónicas, donde se exhiben antiguos instrumentos musicales, piezas de alfarería y platería de la cultura mapuche.
La locomotora resopla y anuncia que está iniciando las maniobras para el regreso a Esquel. La máquina avanza, retrocede, se contorsiona, gruñe, transpira humo. Es la hora del regreso.
El paseo desde Esquel hasta Nahuelpan no es la única alternativa para quienes quieran vivir su experiencia en La Trochita. El Maitén es una apacible localidad situada en La Comarca Andina del Paralelo 42 -al sudeste de El Bolsón-, un lugar famoso por sus cultivos de frutas finas, sus lagos y valles y por albergar historias como la del famoso bandido estadounidense Butch Cassidy, que vivió en esta región mientras huía de la Justicia.

El recorrido de 36 km de La Trochita entre El Maitén y Ñorquinco pasa por la estancia del empresario italiano Luciano Benetton.

Pero, más allá de las emociones del paseo en el tren, el viaje tiene otro atractivo: en El Maitén pueden ser visitados los talleres de las viejas locomotoras.

Los tesoros del taller

"Este es un pueblo ferroviario. En cada familia hay alguien que alguna vez trabajó en el ferrocarril", asegura Carlos Kmet, jefe de Talleres. "Mi padre y mi abuelo vinieron de Polonia para construir el tren y aquí se quedaron. Mi abuelo viajó en el primer tren que llegó hasta Esquel". A tal punto la vida de El Maitén está ligada a La Trochita que, todos los años, en febrero se celebra la Fiesta Nacional del Tren a Vapor.

Los talleres -llegaron a tener 120 operarios, hoy son sólo 28-, son únicos en el mundo porque allí se fabrican piezas en base a planos originales que ya no se consiguen. "Una vez, de la fábrica Henschel se sorprendieron al encontrar una locomotora de maniobra que ni ellos sabían que existía", cuentan. El capital más importante de los talleres es el personal, que conoce todos los secretos de las máquinas a vapor. Muchos trabajan allí desde hace décadas y transmiten sus conocimientos a los jóvenes. "De chico, mi sueño era ser ferroviario y se me cumplió. Entré a los 17 años, llevo 43 de servicio y espero jubilarme como ferroviario", se ilusiona Kmet.

El encanto artesanal de las viejas máquinas y la mística de las vias de paso angosto hundiéndose en el paisaje adquiere otra dimensión cuando se trata de este paisaje. El de la Patagonia, tierra de sueños y pioneros.

Via: www.clarin.com

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