Sube el camino, sinuoso, a espaldas del lago Menéndez. El sol pega con fuerza allí arriba y hay que afirmarse en las rocas para ayudar el ascenso. A un lado de la huella, orillando la cuesta, un arroyo se desmorona entre pequeñas cascadas de espuma. De tanto en tanto hay que parar para descansar, para tomar aire antes de seguir, hasta que alguien, el guía tal vez, dice que al fin se ha llegado. Y entonces, con el último aliento, los senderistas se rinden ante la maravilla de ese glaciar despeñándose entre las altas cimas.
El trekking hasta la base del glaciar Torrecillas, en el corazón mismo del Parque Nacional Los Alerces, es una de las travesías más fascinantes que pueden realizarse desde Esquel, la ciudad que se ha convertido en los últimos años en el eje irreemplazable de una enorme gama de actividades ligadas a la aventura. Caminatas por sitios casi vírgenes como los que llevan al Torrecillas, el reto que propone el rafting en las aguas del Corcovado, largas navegaciones en kayak por lagos andinos o el vértigo del canopy entre bosques de montaña son opciones cada vez más buscadas por esos viajeros que hacen del turismo un constante desafío pa-ra sus espíritus inquietos.
Situada en el noroeste de la provincia de Chubut, a la sombra de la Cordillera de los Andes, Esquel es una ciudad típicamente patagónica que posee en sus calles una incesante variedad de ofertas para la aventura. Aquí, en una esquina, un cartel que anuncia el rafting. Más allá, en la vereda opuesta, otro que seduce con el trekking del Torrecillas. Y en un sitio cercano a la estación de tren, sobre un ventanal, imágenes que muestran kayaks y lagos.
Un río entre cañadones
A la hora de meterse de lleno en el cosmos de las emociones fuertes, una buena alternativa es iniciarse con el rafting en el río Corcovado. Para ello, es necesario partir desde Esquel en un vehículo que recorre casi noventa kilómetros por asfalto y ripio antes de llegar a la pequeña villa de Corcovado, una localidad cordillerana de apenas dos mil habitantes enclavada entre montañas. Allí, a las orillas del río que lleva el mismo nombre del pueblo, comienza el vértigo. Media hora de explicaciones, de charlas técnicas y recomendaciones, sirven de preámbulo para la salida en las embarcaciones. Armados de trajes de neoprene, de chaquetas secas y chalecos salvavidas, hay que saltar al agua sobre un gomón de piso inflable y estar atentos a la voz del guía que grita cuándo remar y cuándo levantar palas. El agua salpica, la nave salta, rebota en la superficie y luego parece hundirse en el arrebato de un rápido. Hay que surfear los remolinos, sortear escollos, ladear piedras inmensas y buscar los remansos para descansar de tanto en tanto en un río encajonado entre cañadones que posee un grado de dificultad de tres en la escala internacional del rafting, una complicación que resulta ideal para los iniciados.
En el final, tras una hora y media de adrenalina, un almuerzo en un parador cercano sirve de excusa para las anécdotas. Y, entonces, alguien recuerda aquel rápido que parecía indomable, aquella roca sorteada con destreza por el timonel del guía o aquellos biguás rondando la ribera.
Por los lagos
El kayak es otra de las actividades imperdibles para los viajeros inquietos que llegan hasta Esquel. En este caso, hay que tomar rumbo desde la ciudad hasta el Parque Nacional Los Alerces, a algo más de 50 kilómetros, y exactamente hasta la hostería Quime Quipán, ubicada a orillas del enorme lago Futalaufquen, el mayor de toda la zona protegida. Allí aguardan los guías, las embarcaciones y varias bolsas con el equipo profesional necesario para aventurarse en los kayaks por las aguas frías no sólo del Futalaufquen, sino también del Kruger, el Rivadavia y el pequeño lago Verde.
Intensa y maravillosa, la aventura sobre los kayaks obliga a remar en forma sostenida decenas de kilómetros, a veces durante un par de horas, a veces por medio día e, incluso, durante un par de jornadas, dependiendo de la travesía que uno quiera realizar. Punta Mattos, Puerto Limonao, el río Arrayanes, las montañas reflejadas como cristales en la superficie, algún puente colgante que une dos márgenes, el silencio inconcebible apenas profanado por el ruido de los remos sobre el agua y el tiempo justo para una merienda sobre una playa apenas esbozada en la costa, son todas postales de una navegación decididamente inolvidable.
Sueños de hielo
A los pies del glaciar Torrecillas es imposible no sentir ese estupor que genera aquello que abruma, que hechiza. Tras el vértigo del rafting y la memorable fatiga del kayak, el trekking al glaciar permite descubrir un rincón de naturaleza casi inexplorado. Una parábola de la intimidad. Ubicado en un sitio bastante remoto del Parque, el Torrecillas es un glaciar colgante en retroceso, de muy difícil acceso. Para llegar hasta él se necesita en primer lugar embarcarse en una lancha en Puerto Chucao, y navegar por 45 minutos el lago Menéndez, hasta una pequeña playa llamada Puerto Nuevo. Desde allí, en un entorno costero de bosque patagónico, se inicia una caminata por una huella que comienza a ascender, primero suavemente, entre maitenes y cipreses, y luego más abruptamente, en una zona de rocas y vientos.
En grupos siempre pequeños (ya que las normas impiden contingentes grandes por razones de impacto ambiental) se sube dejando atrás el lago Menéndez, que durante casi todo el recorrido hace de telón de fondo para los senderistas. Ladeando un arroyo de montaña a lo largo de gran parte del ascenso, el trekking exige trepar levemente asido a las rocas en ciertos pasajes, lo que lo transforma en una aventura de cierta dificultad.
Lento, sin prisas, el largo ascenso demanda algo más de 90 minutos, hasta que la cuesta empieza al fin a enderezarse para transformarse en un inmenso pozo, cavado por siglos entre enormes muros de roca cordillerana, en el que una silenciosa laguna verde se extiende hasta las fronteras mismas del glaciar Torrecillas. Formada por aguas de deshielo, la laguna Del Antiguo (tal su nombre) y el glaciar parecen abarcar en esa hondonada todos los sueños posibles. Es un cuadro casi onírico, el perfecto final de la travesía, una más, allí, casi en los confines de la Cordillera.
Como en el kayak que surca los lagos, como en el rafting que desafía las aguas del río Corcovado, el viajero empieza entonces a atesorar esos imborrables recuerdos. Memorias de la aventura, más allá de la siempre bella y pintoresca ciudad de Esquel.
El trekking hasta la base del glaciar Torrecillas, en el corazón mismo del Parque Nacional Los Alerces, es una de las travesías más fascinantes que pueden realizarse desde Esquel, la ciudad que se ha convertido en los últimos años en el eje irreemplazable de una enorme gama de actividades ligadas a la aventura. Caminatas por sitios casi vírgenes como los que llevan al Torrecillas, el reto que propone el rafting en las aguas del Corcovado, largas navegaciones en kayak por lagos andinos o el vértigo del canopy entre bosques de montaña son opciones cada vez más buscadas por esos viajeros que hacen del turismo un constante desafío pa-ra sus espíritus inquietos.
Situada en el noroeste de la provincia de Chubut, a la sombra de la Cordillera de los Andes, Esquel es una ciudad típicamente patagónica que posee en sus calles una incesante variedad de ofertas para la aventura. Aquí, en una esquina, un cartel que anuncia el rafting. Más allá, en la vereda opuesta, otro que seduce con el trekking del Torrecillas. Y en un sitio cercano a la estación de tren, sobre un ventanal, imágenes que muestran kayaks y lagos.
Un río entre cañadones
A la hora de meterse de lleno en el cosmos de las emociones fuertes, una buena alternativa es iniciarse con el rafting en el río Corcovado. Para ello, es necesario partir desde Esquel en un vehículo que recorre casi noventa kilómetros por asfalto y ripio antes de llegar a la pequeña villa de Corcovado, una localidad cordillerana de apenas dos mil habitantes enclavada entre montañas. Allí, a las orillas del río que lleva el mismo nombre del pueblo, comienza el vértigo. Media hora de explicaciones, de charlas técnicas y recomendaciones, sirven de preámbulo para la salida en las embarcaciones. Armados de trajes de neoprene, de chaquetas secas y chalecos salvavidas, hay que saltar al agua sobre un gomón de piso inflable y estar atentos a la voz del guía que grita cuándo remar y cuándo levantar palas. El agua salpica, la nave salta, rebota en la superficie y luego parece hundirse en el arrebato de un rápido. Hay que surfear los remolinos, sortear escollos, ladear piedras inmensas y buscar los remansos para descansar de tanto en tanto en un río encajonado entre cañadones que posee un grado de dificultad de tres en la escala internacional del rafting, una complicación que resulta ideal para los iniciados.
En el final, tras una hora y media de adrenalina, un almuerzo en un parador cercano sirve de excusa para las anécdotas. Y, entonces, alguien recuerda aquel rápido que parecía indomable, aquella roca sorteada con destreza por el timonel del guía o aquellos biguás rondando la ribera.
Por los lagos
El kayak es otra de las actividades imperdibles para los viajeros inquietos que llegan hasta Esquel. En este caso, hay que tomar rumbo desde la ciudad hasta el Parque Nacional Los Alerces, a algo más de 50 kilómetros, y exactamente hasta la hostería Quime Quipán, ubicada a orillas del enorme lago Futalaufquen, el mayor de toda la zona protegida. Allí aguardan los guías, las embarcaciones y varias bolsas con el equipo profesional necesario para aventurarse en los kayaks por las aguas frías no sólo del Futalaufquen, sino también del Kruger, el Rivadavia y el pequeño lago Verde.
Intensa y maravillosa, la aventura sobre los kayaks obliga a remar en forma sostenida decenas de kilómetros, a veces durante un par de horas, a veces por medio día e, incluso, durante un par de jornadas, dependiendo de la travesía que uno quiera realizar. Punta Mattos, Puerto Limonao, el río Arrayanes, las montañas reflejadas como cristales en la superficie, algún puente colgante que une dos márgenes, el silencio inconcebible apenas profanado por el ruido de los remos sobre el agua y el tiempo justo para una merienda sobre una playa apenas esbozada en la costa, son todas postales de una navegación decididamente inolvidable.
Sueños de hielo
A los pies del glaciar Torrecillas es imposible no sentir ese estupor que genera aquello que abruma, que hechiza. Tras el vértigo del rafting y la memorable fatiga del kayak, el trekking al glaciar permite descubrir un rincón de naturaleza casi inexplorado. Una parábola de la intimidad. Ubicado en un sitio bastante remoto del Parque, el Torrecillas es un glaciar colgante en retroceso, de muy difícil acceso. Para llegar hasta él se necesita en primer lugar embarcarse en una lancha en Puerto Chucao, y navegar por 45 minutos el lago Menéndez, hasta una pequeña playa llamada Puerto Nuevo. Desde allí, en un entorno costero de bosque patagónico, se inicia una caminata por una huella que comienza a ascender, primero suavemente, entre maitenes y cipreses, y luego más abruptamente, en una zona de rocas y vientos.
En grupos siempre pequeños (ya que las normas impiden contingentes grandes por razones de impacto ambiental) se sube dejando atrás el lago Menéndez, que durante casi todo el recorrido hace de telón de fondo para los senderistas. Ladeando un arroyo de montaña a lo largo de gran parte del ascenso, el trekking exige trepar levemente asido a las rocas en ciertos pasajes, lo que lo transforma en una aventura de cierta dificultad.
Lento, sin prisas, el largo ascenso demanda algo más de 90 minutos, hasta que la cuesta empieza al fin a enderezarse para transformarse en un inmenso pozo, cavado por siglos entre enormes muros de roca cordillerana, en el que una silenciosa laguna verde se extiende hasta las fronteras mismas del glaciar Torrecillas. Formada por aguas de deshielo, la laguna Del Antiguo (tal su nombre) y el glaciar parecen abarcar en esa hondonada todos los sueños posibles. Es un cuadro casi onírico, el perfecto final de la travesía, una más, allí, casi en los confines de la Cordillera.
Como en el kayak que surca los lagos, como en el rafting que desafía las aguas del río Corcovado, el viajero empieza entonces a atesorar esos imborrables recuerdos. Memorias de la aventura, más allá de la siempre bella y pintoresca ciudad de Esquel.