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20 noviembre 2008

Brasil: Natal, la novia del sol

Con toda justicia, en este caso poética, a Natal, la capital del estado de Río Grande do Norte, en Brasil la llaman "la novia del sol". No es sólo una metáfora. Fundada en 1599, tiene sol 300 días al año y goza, aseguran, del aire más puro de América gracias a los vientos alisios y a la ausencia de industrias. A esto se añaden las bellas aguas de un mar cristalino recorridas por las corrientes cálidas del golfo (22 grados promedio todo el año) y una infinidad de disfrutables alternativas.

En Natal, los días nacen a las 5 de la mañana y salir a recorrer la playa a esa hora es un placer que se completa al regresar al hotel, con el suculento desayuno: papaya, maracuyá, mango, plátanos, carnes, panqueques, cereales, zucos, tortas y panes de todos los sabores y colores.

Esquí de arena
Joaquim, nuestro guía, se encarga de introducirnos en la magia de Natal. Vamos por la Vía Costeira, el Barrio Ponta Negra, una zona de hoteles que se enhebran a lo largo de praia Ponta Negra, que termina en la inmensa duna Morro do Careca (morro del calvo). Una de sus laderas, bordeada de vegetación, resulta perfecta para el esquí de arena. Desde lo alto puede plantear dudas, pero vale la pena animarse: ¡hay que experimentar esa gloriosa forma de ir, pendiente abajo!

Un poco más tarde descubrimos las calles del pintoresco centro histórico. Se impone allí una visita a la Nueva Catedral, el Faro de la Mae Luiza y el antiguo barrio de la Riveira, donde se conservan las casas más tradicionales, incluida la del Club Náutico y la del gobierno.

Historias para ser contadas
Camino a la Fortaleza dos Reis Magos -construida por los portugueses a orillas del mar en la desembocadura del río Potengi- se puede ver la céntrica Praia de los Artistas, llamada así porque era frecuentada por personalidades famosas de Brasil y del exterior, entre otras la mítica Brigitte Bardot. En la fortaleza palpitan las historias de la flota comandada por Aires de Cuña, a servicio del rey de Portugal, que vino a colonizar las tierras de la región, y encontraron resistencia de los indios portiguares y los piratas franceses, que traficaban la madera conocida como palo Brasil.

Estos remotos acontecimientos le dan un consistencia especial a la estadía. Allí uno se entera de que los holandeses invadieron la ciudad entre 1633 a 1654 y Natal pasó a llamarse Nueva Ámsterdam. Eso hasta que la Segunda Guerra Mundial la transformó definitivamente: los americanos reconocieron su estratégica localización (queda a 3.000 kilómetros de Dakar) y la transformaron en base militar para sus operaciones en el norte de Africa.

De regreso al hotel, impacta el Parque de las Dunas, el segundo parque urbano más grande de Brasil e ideal para practicar senderismo. Este gigante de 1.200 hectáreas de mata atlántica y ejemplares únicos de fauna y flora esconde el Teatro Alberto Maranhao, escenario de conciertos y espectáculos de ballet.

El día ha sido intenso y la noche nos recibe en el restaurante del hotel Manary que forma parte de lo que allí llaman Roteiros de Charme (las rutas con encanto). Una fiesta de sabores: parrillada de mariscos y verduras.

Con rumbo a Pipa
El segundo día, Joaquim -un guía ideal, culto y paciente-, propone una aventura a 30 km de la ciudad. Partimos en cuatro buggy que atraviesan primero el puente Newton Navarro sobre el río Potengi (río de los camarones), y llegamos a Genipabú, una de las playas más famosas del estado.

Es una zona de dunas gigantescas, algunas de hasta 30 metros, salpicadas de palmeras, manglares y lagunas. Desde allí se tiene una vista magnífica de Natal que se recorta en el cielo azul.

Se puede pasear en dromedario, practicar sandboard, lanzarse con los buggy por las dunas y, desde luego, tomar una o más caipirinhas con ramas de canela en medio de la apacible lagoa de Pitangui: porque sí, ahí, en el centro, están instaladas las mesas con las sombrillas.

Pero es casi una ley: no se puede estar en Natal sin llegar hasta Pipa. Se viaja por la vía 101, entre plantaciones de caña de azúcar y los ojos se llenan de esa vegetación espesa y alta. A lo largo del camino hay pequeños pueblos con banderas rojas y amarillas en cada casita; con ellas, los pobladores expresan su adhesión o rechazo del candidato a prefeito.

En una de las curvas sorprende un lavadero municipal, una gran galería abierta atravesada por un arroyo donde las lavadeiras, en cuclillas, frotan las prendas a mano. Alrededeor, los niños juegan y practican capoeira. Una simple escena, bella y cotidiana, que se graba en la memoria.

Llegamos a Praia do Madeiro y después de instalarnos en el hotel Ponta do Madeiro bajamos los 150 escalones del acantilado que protege la playa. Allí los delfines se acercan hasta la arena a jugar con los bañistas. ¿Dos sugerencias? No desperdicie la oportunidad de hacer una caminata hasta praia de Pipa, en Bahia dos Golfinhos (Bahía de los Delfines). Le va a encantar. Y disfrute de un almuerzo en el restaurante del complejo Sombra e Agua Fresca, entre sus animales tallados en madera, perfectamente ensamblados en la agradable decoración.

Lo que no necesita ser sugerido es el inevitable paseo que hay que dar por Pipa, esta deliciosa y vieja villa de pescadores que conserva sus callecitas empedradas, angostas e intrincadas. Por ellas, la noche parece encenderse.

Son muy transitadas por viajeros de todo el mundo ya que el pueblo se instaló en la categoría de los destinos del turismo internacional. Hay que recorrerlas para descifrar sus encantos y no será mala idea visitar la llamada praia do Amor.

Para cerrar el día, la Pousada Toca da Coruja será una buena elección: cocina gourmet con tamales de camarón, róbalo y láminas de coco. Además, caipirinhas con mandarina y jengibre. Como en Natal, en Pipa el viajero siente que el cemento de las grandes ciudades es algo remoto.

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