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23 octubre 2008

Argentina: Ese hechizo de la fauna patagónica

De pronto, el tiempo parece detenerse. La escena es conmovedora. Una gigantesca ballena de doce metros de largo y 30 toneladas de peso emerge y se sumerge muy cerca de mis brazos. Detrás, otra ballena respira, y una lluvia de agua y aire alborota el mar azul, cerca de la costa de Puerto Pirámides, en Península Valdés, Chubut.

Al rato, un macho pasa por debajo del bote en el que flotamos. Ante nuestras miradas de asombro, Micky Sosa, el capitán a bordo, se ríe a carcajadas. "Ellas saben lo que hacen. ¡Disfruten!", dice. Una nena que no tiene más de seis años está extasiada. La madre cuenta que muchas veces mirando tele llora de miedo, pero acá festeja con gritos de alegría cada aparición de las ballenas.

Sin dudas, hay un antes y un después de este mágico encuentro con las ballenas para ese puñado de turistas.

La empresa Peke Sosa hace el paseo todos los días -dura una hora-, con un precio de 180 pesos por persona. Además, por 100 pesos, se puede zarpar en un crucero de mayor capacidad, aunque con un clima menos íntimo. La premisa, siempre, es acercarse a los cetáceos sin incomodarlos. Dejar que ellos elijan cómo y en qué momento mostrarse.

La ballena franca austral llega a Península Valdés en mayo. Entre julio y agosto es cuando más ejemplares se pueden ver. De allí en adelante, las madres cuidan a sus crías y les enseñan a moverse en el agua.

En noviembre, empieza la retirada. Justo en esa época aparecen con mayor frecuencia las impresionantes orcas y también los delfines.

Punto de partida

El pueblo de Pirámides, en el Golfo Nuevo y a 100 km de Puerto Madryn, es la base ideal para dormir y desde allí salir a recorrer la excitante Península Valdés, declarada en 1999 Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO.

Valdés tiene una superficie cercana a los 4.000 km cuadrados y su carácter insular genera una diversidad de flora y fauna muy peculiar. La zona tiene vegetación baja-la única resistente al viento del Sur- y propia de la estepa, con mucha hoja chica y espina, como el quilimbay, el alpataco y la jarilla. La temperatura alcanza los 30 grados en verano y en invierno pocas veces baja de los cinco durante el día, por lo que no se dificultan las salidas.

Puerto Pirámides promedia los 350 habitantes, con varias opciones de alojamiento. Desde el imponente spa y hotel Las Restingas -con habitaciones dobles con vista al mar- y The Paradise -una elegante hostería con habitaciones dobles que ofrecen una buena panorámica de la comarca- hasta posadas más económicas y el predio del camping.

Safaris fotográficos

"Si querés sacar fotos, tenés que andar por las rutas de la península. Los europeos se vuelven locos. El otro día, a un francés se le llenaron los ojos de lágrimas. Paré a un costado, abrió la puerta y salió corriendo a sacarle fotos a una tropilla de guanacos", cuenta el guía de turismo, un porteño que hace algo más de cinco años cambió el smog de la Capital Federal por los conmovedores paisajes de la Patagonia. Y no miente: las rutas de ripio son lugares clave para hacer avistajes y safaris fotográficos. El cielo casi siempre despejado contrasta con el paisaje amarillento y verde seco de la estepa. Si se mira con atención, se divisa alguna mara (la famosa liebre patagónica), un choike por allá (ñandú), más de un zorro, armadillos y llamativas aves, como la martineta.

Hacia Punta Norte

Un buen recorrido desde Pirámides es llegar hasta Punta Norte, por la ruta provincial 3. Ya en el extremo superior de la Península, se puede visitar la Estancia San Lorenzo, que ofrece un almuerzo con cordero patagónico y ensalada criolla, con una picada de quesos y fiambres como entrada y flan casero como postre, a razón de 85 pesos por persona.

Aquí, se propone catar vinos de la bodega patagónica Humberto Canale, de Río Negro. La gama de precios va de los 40 a los 180 pesos, según la elección.

Desde la estancia también se puede realizar una excursión hasta la colonia de pingüinos de Punta Norte. "Sólo permitimos la presencia de 20 personas en el recorrido de la pingüinera", advierte Julián Zanni, manager de la estancia. El paseo cuesta 55 pesos y permite observar a unos 350 mil ejemplares de la especie Magallanes, nidificando en la playa. El trayecto tiene un camino de ingreso y otro de salida, para que el público no circule por el mismo sendero perturbando a los pingüinos, que se reúnen con su pareja en fosas de poca profundidad, a lo largo de la costa.

En Punta Norte también se pueden observar elefantes marinos y, entre octubre y abril, orcas surcando las aguas. Las orcas también pueden verse en Punta Buenos Aires -sobre el Golfo San José- y Caleta Valdés. En verano se estacionan cerca de las playas para comer crías de elefantes y lobos marinos. Y cuando escasea el alimento, la orca es la única especie que, en grupo, se atreve a atacar las ballenas.

Bajando de Punta Norte por la ruta provincial 47 se recorre toda la costa este de la península, de cara al Atlántico, con la posibilidad de observar aves, como albatros de ceja negra, ostreros, gaviotas cocineras y petreles gigantes, entre otras.

Entre dos golfos

La entrada a Valdés, un área natural protegida, cuesta 14 pesos. El ingreso es por el istmo Ameghino, que ofrece una vista panorámica de los golfos Nuevo, al sur, y San José, al norte, estanques naturales que entre octubre y abril eligen los delfines. Allí se encuentra la Isla de los Pájaros, que fue inspiración del aventurero francés Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito.

Un científico estadounidense que trabaja en el equipo de Roger Payne -máxima autoridad científica mundial en el estudio de la ballena franca austral- asegura que hay pocos lugares del mundo tan conmovedores como Península Valdés. Sólo percibe algo parecido, cuenta, en la isla Galápagos. Y dice que aún hay mucho por investigar sobre estos lugares y especialmente sobre la vida de animales tan enigmáticos como las ballenas. Luego se queda en silencio, mira hacia el horizonte y parece emocionarse.

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