Más allá de sus espléndidas playas, la movida nocturna o sus tentadores centros de compras, la ciudad de Miami ofrece una importante variedad de opciones para disfrutar en familia. Hay entre otras propuestas, museos, reservas animales o grandes acuarios. Todo parece planeado hasta el último detalle en lugares como el Seaquarium, el espectacular zoológico Jungle Island o el Miami Children’s Museum, las principales atracciones infantiles de Miami. Por ejemplo, los chicos que se dejan llevar de la aleta de un delfín siempre llegan a buen destino luego de ese vertiginoso paseo o incluso pueden fabricar dinero falso sin tener encima a los sabuesos del FBI.
Si gustan, en el camino también hay sorpresas, retazos de un mundo salvaje y desinhibido que no da cuentas de horarios ni de rejas. Hay monos que chillan cuando ven a su cuidadora acercarse a la jaula, cocodrilos que sobrevivieron a accidentes y canguros cachorros, que cuando se acaba el biberón de leche con el que se los alimenta no tienen inconvenientes en cebarse con los cordones de las zapatillas hasta dejarlos inservibles.
Seaquarium
El Miami Seaquarium está ubicado a orillas del mar y desde la playa que lo rodea hay una impresionante vista de los rascacielos del centro de la ciudad. Por supuesto, tiene todas las atracciones habituales de los grandes acuarios –orca, delfín, tiburón, cocodrilo, tortuga gigante, pescaditos de colores– y algún que otro animal marino sorprendente. Abrió sus puertas el 24 de setiembre de 1955 y por aquel entonces no tenía parangón con ningún otro acuario del mundo, al menos en tamaño. Bebe, el primer delfín que nació en este parque, fue una de las estrellas del programa de televisión Flipper durante la década del 60. Todavía hoy, los delfines son las estrellas del acuario.
En una pileta de unos 30 metros, tres de ellos te sacan a pasear. Las órdenes de los entrenadores son sencillas. Hay que agarrarse de la base de la aleta rodeándola con el brazo y ellos te llevan a nadar.
La piel del lomo, al tocarla, parece un material sintético. Los ojos de estos mamíferos, por algún motivo, te convencen de que pueden ser animales dóciles pero que es mejor no bromear. Cruzan, con la gente de lastre, a un ritmo de récord mundial. Con la tarea cumplida, muestran sus dientes parejos y chatos. Se les da un pescadito y lo dejan resbalar por la lengua hacia abajo, sin masticar.
Menos acrobáticos, pero igual de fascinantes, son los manatee, también conocidos como vacas marinas. ¿Qué hacen? No mucho, flotan como boyas en una pileta circular, a veces abren la boca y se tragan una zanahoria que flota en el estanque. Y sobre todo dejan que les crezca una fina capa de musgo en el lomo, como si fueran enormes piedras con aletas. Pasan la mitad de sus días durmiendo, viven en aguas poco profundas y son una especie autóctona de la Florida. Tienen algo hipnótico y la mayoría de los que se resisten a pasar de largo este estanque, terminan quedándose durante un rato largo.
Children’s Museum
Cruzando uno de los tantos puentes que unen las distintas lenguas de tierra de la Bahía con el Centro, y de ahí dirigiéndose hacia la pequeña Watson Island, está el Miami Children’s Museum (MCM). Se creó como un pequeño local dentro de un centro comercial hace 27 años, pero hoy ocupa su propio edificio.
El recorrido pretende presentar el mundo adulto en escala bajita: primero un banco donde se les enseña lo importante que es el ahorro y donde incluso pueden fabricar con crayones sus propios billetes; luego, un supermercado a escala en el que cargan pequeños carros con toda clase de alimentos y conservas hechas en plástico; al final, un escaparate de oficios. También hay un estudio de televisión, en el que se graba un noticiero en directo.
Jungle Island
La parada imperdible para recorrer Miami con chicos es Jungle Island. En su momento fue “La isla de los loros”, pero han sumado más animales, sobre todo un gran elenco de simios y reptiles archiconocidos pero poco vistos, como la cobra.
El parque lo creó un carpintero de origen austríaco, Franz Scherr, en 1936. La idea era que fuera un lugar donde los pájaros pudieran ser vistos fuera de jaulas. Setenta años después, el espectáculo Winged wonders (Maravillas aladas) sigue siendo la carta ganadora de este parque.
Durante media hora, en un pequeño auditorio, se ven pasar toda clase de pájaros que hacen pruebas increíbles: un loro anda en bicicleta, un casoar se come de un solo bocado una manzana que el entrenador tira al aire y un cóndor abre sus enormes alas y pasa volando al ras del público.
En el recorrido también hay un corral lleno de canguros y los cachorros se acercan a los visitantes para que los alimenten con biberones llenos de leche.
Más allá, los chimpancés se hamacan en cubiertas de tractor, los lémures dan vueltas y te saltan en la cabeza cuando se deja de alimentarlos. El mono capuchino, con su cabeza blanca, se mueve displicente por la jaula hasta que se acerca a la reja una chica de pelo negro y muy buen porte. Parece –explican después– que ella es muy parecida a su cuidadora y eso solamente saca al animal de su letargo.
El mono pega saltos y se lanza contra la reja para demostrarle su afecto. Para alguien que no conoce mucho más de animales, esto bien podría ser la verdadera bienvenida a la selva.
Si gustan, en el camino también hay sorpresas, retazos de un mundo salvaje y desinhibido que no da cuentas de horarios ni de rejas. Hay monos que chillan cuando ven a su cuidadora acercarse a la jaula, cocodrilos que sobrevivieron a accidentes y canguros cachorros, que cuando se acaba el biberón de leche con el que se los alimenta no tienen inconvenientes en cebarse con los cordones de las zapatillas hasta dejarlos inservibles.
Seaquarium
El Miami Seaquarium está ubicado a orillas del mar y desde la playa que lo rodea hay una impresionante vista de los rascacielos del centro de la ciudad. Por supuesto, tiene todas las atracciones habituales de los grandes acuarios –orca, delfín, tiburón, cocodrilo, tortuga gigante, pescaditos de colores– y algún que otro animal marino sorprendente. Abrió sus puertas el 24 de setiembre de 1955 y por aquel entonces no tenía parangón con ningún otro acuario del mundo, al menos en tamaño. Bebe, el primer delfín que nació en este parque, fue una de las estrellas del programa de televisión Flipper durante la década del 60. Todavía hoy, los delfines son las estrellas del acuario.
En una pileta de unos 30 metros, tres de ellos te sacan a pasear. Las órdenes de los entrenadores son sencillas. Hay que agarrarse de la base de la aleta rodeándola con el brazo y ellos te llevan a nadar.
La piel del lomo, al tocarla, parece un material sintético. Los ojos de estos mamíferos, por algún motivo, te convencen de que pueden ser animales dóciles pero que es mejor no bromear. Cruzan, con la gente de lastre, a un ritmo de récord mundial. Con la tarea cumplida, muestran sus dientes parejos y chatos. Se les da un pescadito y lo dejan resbalar por la lengua hacia abajo, sin masticar.
Menos acrobáticos, pero igual de fascinantes, son los manatee, también conocidos como vacas marinas. ¿Qué hacen? No mucho, flotan como boyas en una pileta circular, a veces abren la boca y se tragan una zanahoria que flota en el estanque. Y sobre todo dejan que les crezca una fina capa de musgo en el lomo, como si fueran enormes piedras con aletas. Pasan la mitad de sus días durmiendo, viven en aguas poco profundas y son una especie autóctona de la Florida. Tienen algo hipnótico y la mayoría de los que se resisten a pasar de largo este estanque, terminan quedándose durante un rato largo.
Children’s Museum
Cruzando uno de los tantos puentes que unen las distintas lenguas de tierra de la Bahía con el Centro, y de ahí dirigiéndose hacia la pequeña Watson Island, está el Miami Children’s Museum (MCM). Se creó como un pequeño local dentro de un centro comercial hace 27 años, pero hoy ocupa su propio edificio.
El recorrido pretende presentar el mundo adulto en escala bajita: primero un banco donde se les enseña lo importante que es el ahorro y donde incluso pueden fabricar con crayones sus propios billetes; luego, un supermercado a escala en el que cargan pequeños carros con toda clase de alimentos y conservas hechas en plástico; al final, un escaparate de oficios. También hay un estudio de televisión, en el que se graba un noticiero en directo.
Jungle Island
La parada imperdible para recorrer Miami con chicos es Jungle Island. En su momento fue “La isla de los loros”, pero han sumado más animales, sobre todo un gran elenco de simios y reptiles archiconocidos pero poco vistos, como la cobra.
El parque lo creó un carpintero de origen austríaco, Franz Scherr, en 1936. La idea era que fuera un lugar donde los pájaros pudieran ser vistos fuera de jaulas. Setenta años después, el espectáculo Winged wonders (Maravillas aladas) sigue siendo la carta ganadora de este parque.
Durante media hora, en un pequeño auditorio, se ven pasar toda clase de pájaros que hacen pruebas increíbles: un loro anda en bicicleta, un casoar se come de un solo bocado una manzana que el entrenador tira al aire y un cóndor abre sus enormes alas y pasa volando al ras del público.
En el recorrido también hay un corral lleno de canguros y los cachorros se acercan a los visitantes para que los alimenten con biberones llenos de leche.
Más allá, los chimpancés se hamacan en cubiertas de tractor, los lémures dan vueltas y te saltan en la cabeza cuando se deja de alimentarlos. El mono capuchino, con su cabeza blanca, se mueve displicente por la jaula hasta que se acerca a la reja una chica de pelo negro y muy buen porte. Parece –explican después– que ella es muy parecida a su cuidadora y eso solamente saca al animal de su letargo.
El mono pega saltos y se lanza contra la reja para demostrarle su afecto. Para alguien que no conoce mucho más de animales, esto bien podría ser la verdadera bienvenida a la selva.