Una vez en tierra, golpean los 32 grados de sensación térmica. Recién llegados, nos sumergimos en los relatos de Jorge, que además de guía es cantante aficionado y tiene, para cada rincón de Salvador, versos apropiados. Al llegar a la playa de Itapuã , se despacha con un estribillo de Vinicius: “É bom passar uma tarde em Itapoã/ Ao sol que arde em Itapoã/ Ouvir o mar de Itapoã/ Falar de amor em Itapoã”.
Recorremos la costanera y descubrimos esa influencia portuguesa, por ejemplo, en las veredas de piedras blancas y negras. Ese contraste cromático también está en la gente: Bahía tiene un 80% de población negra y la influencia africana es muy fuerte. El sincretismo religioso es una de las pruebas de ello, por el que conviven el catolicismo y los dioses del afrobrasileño culto candomblé. Esas mujeres bahianas con sus vestidos impecablemente blancos, sus collares coloridos, sus pañuelos en la cabeza y esos hombres fibrosos que hacen capoeira son una fiesta.
Luego subimos al Pelourinho, el corazón de Salvador, su casco histórico, en la parte alta de la ciudad. Allí las calles son empedradas y empinadas, por momentos más angostas, por momentos más anchas, como cuando uno se topa con el edificio celeste de la Fundación Jorge Amado, el escritor bahiano que eligió ese paisaje para su novela “Doña Flor y sus dos maridos”.
Casas a dos aguas con muchas ventanas de marcos blancos y vidrio partido, cada una de un color diferente son foco de las fotos mientras algunos vendedores abordan a los turistas: tienen sus brazos llenos de collares, eligen uno para regalar y te lo cuelgan del cuello. El primero te lo regalan, el segundo te lo venden, claro. La tarde va cayendo entre artistas callejeros y negocios de artesanías y souvenirs.
Los pasos desembocan en la iglesia de San Francisco, del siglo XVIII. Su interior está íntegramente trabajado en oro y es realmente deslumbrante. Las iglesias compiten en belleza; cada una con su encanto particular.
El programa indica que hay que ir despidiéndose de Salvador porque Praia do Forte espera, 60 km más al norte. Es hora de volver a la ciudad baja en el Elevador Lacerda, un ascensor público de estilo art decó que recorre los 72 metros que separan a la ciudad alta de la baja. Ya abajo, frente al puerto, el sol desapareció y no ilumina las fachadas coloniales, desperdigadas en esa muralla natural que cae abruptamente sobre la bahía.
Tras una seguidilla de pueblitos por la llamada Ruta de los Cocoteros, Praia do Forte recibe con su brisa húmeda y su esplendoroso horizonte marino del atardecer.
Al día siguiente, este pueblo de pescadores, hoy bastión del turismo ecológico, revela su hermosura al calor del sol. Recostada sobre el mar de agua transparente, “la vila” consta de unas pocas callecitas, con una peatonal principal repleta de árboles, negocios, restaurantes y bares con mesas afuera.La modesta iglesia de San Francisco, con sus dos pequeñas arcadas en la entrada y sus ventanitas que dan a la playa, es otro de los puntos más pintorescos de Praia do Forte, al lado de la arena.
Esa misma iglesia, cuando la noche ya haya caído, se verá iluminada en todo su contorno con pequeñas lucecitas mientras un grupo de mujeres vestidas de blanco canten a cappella con el cura para recordar, una vez más, que la alegría es brasileña.
Pero antes de eso hay una visita al Castillo García D’Avila, uno de los sitios arqueológicos más importantes de Brasil y el lugar que le da nombre al pueblo. Es una casa fortificada que comenzó a ser construida en 1551 y se terminó en 1624, ubicada en la parte más elevada del terreno, a 3 km del mar. Los arqueólogos realizan allí un importante trabajo de restauración de la casa, la iglesia y de más de 30.000 objetos hallados.
De vuelta en Praia do Forte, llegamos al Proyecto Tamar, que protege a las tortugas marinas. Existen siete especies en el mundo y cuatro desovan en estas playas. Además de la preservación de las tortugas, el objetivo del centro es educar sobre la amenaza que representa para estos animales la contaminación de su hábitat.
A las 4 y media de la tarde, nos dirigimos hasta la arena porque es hora de liberar al mar a 23 tortuguitas marinas. Los turistas filman y sacan fotos. Se desplazan con esfuerzo y, cuando la primera llega al mar, se escuchan aplausos y gritos.
También en la vila está el Instituto Baleia Jubarte (ballena jorobada), ligado a la conservación de esos cetáceos. Otro de los encantos del lugar son las piscinas naturales que se forman cuando la marea baja y son ideales para practicar snorkel.
Praia do Forte está inmersa en la gran Mata de São João , ese paraíso tropical que tiene su versión más salvaje en la cercana Reserva de Sapiranga , unas 600 ha protegidas en las que vale la pena internarse para hacer una caminata o un paseo en cuatriciclo para terminar tirándose en una tirolesa sobre el río.
Aunque las actividades de aventura abundan, Praia do Forte también es “o lugar perfeito para fazer absolutamente nada”, sobre todo en este resort 5 estrellas que lleva el nombre del pueblo y en el que todo es perfecto. La estructura en armonía con la naturaleza, las piscinas que son una continuación del océano y un espléndido spa.
Y uno vuelve trayendo esa botella de cachaça con la firme esperanza de revivir aquellos días bahianos, pero, claro, fracasa. Por más que suene el CD de Vinicius y uno le ponga mucha onda a la preparación de la caipirinha, no es lo mismo. Habrá que volver.