Entre estos lugares, se destacan sitios paradisíacos y muy poco frecuentados como Punta Allen y Punta Herrero, que se encuentran casi en el límite con Bélize, dos pequeños pueblos de pescadores situados frente a las aguas transparentes del Caribe.
Placeres bajo el sol
Desde Cancún y Playa del Carmen parten a diario numerosos autobuses y combis turísticos rumbo a Tulum, que llevan visitantes a sus famosas ruinas mayas, las únicas situadas junto al mar. Se trata de un conjunto arquelógico de singular belleza, no tan impactante como Chichén Itzá o Palenque, pero situado en medio de un paisaje espectacular, sobre un acantilado que balconea sobre el Caribe, rodeado por dos playas pequeñas y encantadoras.
Desde las ruinas hacia el sur, siguiendo la línea de playas, se van sucediendo los hoteles y las cabañas de techos de paja y piso de arena, entre las que se pasean, despreocupadas, exuberantes iguanas. Tulum es, por sobre todo, un lugar ideal para tirarse en la arena y no dejar la posición horizontal más que para zambullirse en el mar. O, en el mejor de los casos, para practicar snorkel, ya que no hace falta más que meter la cabeza bajo el agua para ver una constelación de peces tropicales que se pasean imprudentemente entre las piernas de los bañistas. Y por la tarde, caminar hasta alguno de los muchos bares que hay en la playa para disfrutar de la caída del sol, entre cervezas Corona y antojitos y frituras de pescados recién sacados del mar. En las cabañas Don Armando, pioneras del turismo “mochilero”, hay un restaurante sencillo pero muy auténtico en el que se ofrecen, a precios de ganga, bocados típicamente mexicanos como guacamole, tacos, quesadillas y sincronizadas, además de platos propios de la costa del Caribe, como pescados a la brasa con lima y cilantro y frituras de mariscos.
El Caribe mexicano es considerado, junto con la Gran Barrera de Coral australiana, uno de los mejores destinos de buceo en el mundo. Desde Tulum parten excursiones de buceo que permiten sumergirse en la barrera de corales que se encuentra mar adentro, pero no demasiado lejos de la costa. Además, hay senderos para ir en bicicleta hasta el pueblo de Tulum (sobre la ruta, con más servicios pero sin demasiado encanto) o hasta los límites de la maravillosa Reserva de la Biosfera de Sian Ka’an, uno de los grandes tesores naturales de la Riviera Maya.
Los pueblos pesqueros
Punta Allen es el único asentamiento urbano de la Reserva de Sian Ka’an, un encantador pueblo de cabañas frente al mar en el que no viven más de 500 personas, casi todas dedicadas a la pesca. Se encuentra a poco más de una hora de viaje desde Tulum (en combis que cuestan US$ 11), en un recorrido que transita en gran parte por un camino rural, entre la selva. Se trata de un sitio virginal, de playas doradas, ideal para la práctica del buceo, ya que se encuentra rodeado de arrecifes y manglares.
Desde la playa, todos los días parten barcazas rumbo a mar abierto, para sumergirse entre los corales y divisar grupos de tortugas y delfines. Al regreso, las lanchas bordean la costa, en busca de cocodrilos y se detienen a realizar excursiones dentro de la selva en las que se puede disfrutar de la exuberancia natural de la Reserva de Sian Ka’an. Por momentos, el camino entre los árboles y las lianas es prácticamente impenetrable. Miles de aves suman sus trinos hasta generar un sonido ensordecedor, que da cuenta de la imponente presencia de la naturaleza en este pedazo de mundo virgen.
Para los amantes de los placeres culinarios, Punta Allen puede ser todo un descubrimiento. No es que haya grandes refinamientos, pero en cualquiera de los restaurantes que están sobre la playa se puede disfrutar de pescados fresquísimos y langostas asadas (la especialidad local, que se sirve siempre con arroz, frijoles y ensalada), a un precio irrisorio.
El horizonte más soñado
Punta Herrero, el final de la Riviera Maya, es el último tesoro inexplorado del Caribe mexicano, un pueblo de unas pocas casas, que es un secreto bien guardado por pescadores deportivos de distintos lugares del mundo, que lo utilizan como punto de partida para sus excursiones. Quienes gusten de los parajes solitarios, van a encontrar allí un verdadero paraíso: mar transparente, selva y playas de ensueño sin rastros de turistas. El precio a pagar es la falta de confort, aunque es probable que pocos placeres queden en el mundo como pasar una noche estrellada en una hamaca balanceada por la brisa que llega desde el mar Caribe.