Brasil tiene su carnaval, Perú su Machu Picchu. ¿Y Bolivia? Aparte de la mítica Isla del Sol a los pies de su Lago Titicaca, este país tiene una perlita bien guardada, el salar más grande y alto del mundo. Ubicado a 3.650 metros sobre el nivel del mar, el salar de Uyuni se encuentra a 200 kilómetros de Potosí. Miles de turistas por año lo visitan en búsqueda de sus paisajes tan bellos como inhóspitos.
Llegar al pequeño pueblo de Uyuni es toda una aventura que vale la pena vivir. Podemos tomar un tren cuya frecuencia no es diaria y por lo tanto si lo perdemos, tenemos que tomar coraje e irnos en autobús cuyo trayecto se torna por momentos tan serpenteante como vertiginoso.
Si la tecnología y estar conectados son sumamente importantes en nuestras vidas, podríamos padecer síndrome de abstinencia en el salar porque al ingresar a él la sensación de aislamiento se vuelve extrema. Sin embargo, su belleza nos hace olvidar de repente todo vestigio de la vida moderna, excepto por supuesto de la cámara digital. Según los locales, los días más espectaculares ocurren luego de alguna lluvia ya que una fina capa de agua cubre el suelo oficiando de espejo natural.
Pero los días nublados también tienen su encanto porque en el horizonte no se logra distinguir el salar del cielo. A este lugar no le falta nada, como todo desierto, tiene su propio oasis, llamado La Isla Pescado debido a su singular forma, repleto de cactos. ¿Buscan vida animal? Pensarán que la respuesta es negativa. Sin embargo, para nuestra sorpresa, este lugar es el nido perfecto para tres especies de flamencos.
El hospedaje merece un capitulo aparte. Particularmente encantadora, nuestra opción será un hotel de sal, emplazado en el “medio de la nada”, mejor dicho en este mar de sal. Nunca habríamos imaginado todo lo que se puede hacer con ella, desde paredes, muebles hasta pequeños adornos.
No apto para hipertensos que suelen tentarse con un poquito de sal, no podemos dejar de conocer este gran rincón lleno de magia en el Altiplano Boliviano.
Llegar al pequeño pueblo de Uyuni es toda una aventura que vale la pena vivir. Podemos tomar un tren cuya frecuencia no es diaria y por lo tanto si lo perdemos, tenemos que tomar coraje e irnos en autobús cuyo trayecto se torna por momentos tan serpenteante como vertiginoso.
Si la tecnología y estar conectados son sumamente importantes en nuestras vidas, podríamos padecer síndrome de abstinencia en el salar porque al ingresar a él la sensación de aislamiento se vuelve extrema. Sin embargo, su belleza nos hace olvidar de repente todo vestigio de la vida moderna, excepto por supuesto de la cámara digital. Según los locales, los días más espectaculares ocurren luego de alguna lluvia ya que una fina capa de agua cubre el suelo oficiando de espejo natural.
Pero los días nublados también tienen su encanto porque en el horizonte no se logra distinguir el salar del cielo. A este lugar no le falta nada, como todo desierto, tiene su propio oasis, llamado La Isla Pescado debido a su singular forma, repleto de cactos. ¿Buscan vida animal? Pensarán que la respuesta es negativa. Sin embargo, para nuestra sorpresa, este lugar es el nido perfecto para tres especies de flamencos.
El hospedaje merece un capitulo aparte. Particularmente encantadora, nuestra opción será un hotel de sal, emplazado en el “medio de la nada”, mejor dicho en este mar de sal. Nunca habríamos imaginado todo lo que se puede hacer con ella, desde paredes, muebles hasta pequeños adornos.
No apto para hipertensos que suelen tentarse con un poquito de sal, no podemos dejar de conocer este gran rincón lleno de magia en el Altiplano Boliviano.