Llegué después de un largo recorrido en bus por caminos inhóspitos hasta esta región siguiendo mi sueño de navegar y adentrarme en el Amazonas. Quizás algo de aquel impulso que empujó a Francisco de Oreyana a descender por vez primer este caudal sin igual de agua, me inspirase entonces.
Pero siendo totalmente sincero y evitando el divagar poético, tengo que decir que Pucallpa estaba marcado en el mapa como el punto de partida para buscar una embarcación que me permitiese llegar a Colombia navegando el río Amazonas.
La colonización de estas tierras la comenzaron en 1840 misioneros franciscanos, pero no fue hasta la fiebre del caucho cuando se supone que fue fundada allá por el año 1888.
La única vía de comunicación terrestre que llega hasta Pucallpa parte desde Lima. Y como no me gusta viajar en avión, la decisión estaba tomada. El camino de más de 17 horas de bus es en ocasiones sinuoso y en época de fuertes lluvias, como por ejemplo en el mes de diciembre, la inestabilidad del suelo erosionan la carretera y en muchos casos reducen la operatividad de la vía.
El caos del tráfico con los motocarros acentúa la sensación de encontrarnos en un lugar de paso. El que imagine que esta es una ciudad donde relajarse se llevará un buen chasco. El ir y venir de gentes y mercancías, de animales, el ruidajón de las bocinas de motos y coches, enmarcado con casas medio destartaladas, cada una de su padre y de su madre, invita a partir cuanto antes de esta ciudad con esencia de “puerta a otro lado”.
Pero como soy de los que creen que todo tiene su encanto, Pucallpa no podía ser menos. En ella se localiza el segundo puerto fluvial más grande de Perú. Pero que nadie se imaginé un puerto a usanza. La panza de las barcazas descansa sobre el fango, esperando a los viajeros y las mercaderías.
La vida se agita alrededor del puerto. Aunque uno desee estar quieto por un momento, el palpitar tan agitado de vida nos empuja a fluir con las gentes. Se percibe un halo de misterio que nos avisa que más allá y ya navegando las aguas del Ucayali, nos acercaremos al caudal del río más largo del mundo: el Amazonas.
Ya sólo por ese hecho la ciudad cobra una importancia capital. Desde aquí y dirigiendonos al puerto podremos encontrar embarcaciones que nos lleven hasta Iquitos y otras comunidades menos transitadas. Recomiendo la compañía de barcos “Henry” para este trayecto.
Los horarios no se suelen cumplir. No todos los días parten barcazas, así que es bueno pasear por las inmediaciones del puerto y hacer las averiguaciones pertinentes.
Antes de buscar barcaza muchos viajeros deciden tomar ayahuasca con algún chamán shipibo. La experiencia desde luego es intensa, pero recomiendo informarse sumamente de lo que este “viaje” implica y con quién se toma.
Se recomienda navegar el río cuando el caudal es alto, de diciembre a abril, aunque en mi caso lo hice en junio, hecho que dificulta mucho la navegación al encallar en varias ocasiones en bancos de arena. Si por lo normal en tres días podríamos arribar a Iquitos, en época seca nos puede llevar no menos de cinco días.
Otra cestión que se os planteará es como queréis viajar: en camarote o hamaca. Sin dudarlo recomiendo la hamaca aunque no sea lo más cómodo. A veces uno se siente acinado entre los demás viajeros, casi todos lugareños que utilizan la barcaza como medio de transporte cotidiano.
Los precios lógicamente varían. En hamaca podemos viajar hasta Iquitos por unos 30 euros, la mitad que en camarote. Las hamacas las debemos comprar junto al puerto. Comprar una buena hamaca de tela en vez de red, sino os acordaréis durante la travesía en más de una ocasión, de la madre del vendedor. Ah, y no olvidéis la mosquitera. Cuando os adentréis por el río el tamaño de los mosquitos crece hasta tamaños insospechados.
Pero por hoy no deseo profundizar demasiado en los pormenores de la vida en la barcaza, eso lo dejaré para otro día, para el mágico momento en que el Ucayalí se une al río Marañón y nace el río Amazonas unas pocas horas antes de llegar a Iquitos.