Si hay una atracción que sin duda dejará a todo el mundo boquiabierto esa es la que conforman las Cataratas del Niágara. Un destino popular alrededor del cual se erigen grandes hoteles, restaurantes, casinos y hasta parques de atracciones.
Accesorios todos ellos que no hacen sino empañar el foco sobre el cual se concentra la atención de los turistas: unas impresionantes cascadas situadas a más de 230 metros sobre el nivel del mar y con una caida de 52 metros. Dos estados, el de Nueva York en los Estados Unidos y el de Ontario en Canadá, compiten por atraer la mayor afluencia de turistas. Para hacer honor a la verdad, hemos de decir que Ontario sale ganando. Las luces nocturnas que iluminan las cascadas y el Parque Reina Victoria, con sus plataformas, conforman los paisajes más bellos.
Tres son las cascadas que forman las Cataratas del Niágara: las “canadienses”, que se sitúan del lado de Ontario, las “americanas ” en Nueva York y las “velo de novia”. Además de como atracción turística por excelencia, es evidente que este fenómeno de la naturaleza es una fuente indiscutible de energía hidráulica. En primavera-verano es cuando más visitantes recibe la ciudad de Ontario (se calcula que pasan unos 14 millones cada año) por lo que muchos recomiendan el otoño o incluso el invierno. Hay que recordar que en invierno el barco que recorre la base de las cataratas no está operativo. Aún así, es posible visitar la base de la cascada a través de una cueva o subir a una torre que sirve de mirador.
La belleza del fenómeno es indiscutible, se mire como se mire. Sin embargo, la gran proliferación de compejos turísticos destinados a ofrecer un servicio complementario (y, básicamente, innecesario) a la propia naturaleza, hace que el lugar se haya convertido en una especie de parque de atracciones que a muchos se nos antoja un tanto hortera. Para los más curiosos por conocer la historia de las cataratas, en el Museo Ripley’s Believe It or Not puedes encontrar videos y fotos de locos aventureros que tuvieron la osadía de, por ejemplo, tirarse en barril por las cataratas. Si eres un amante de la naturaleza este es tu sitio, aunque para disfrutarlo tengas que aguantar edificaciones que no dudan en romper con el hábitat natural y el equilibrio paisajístico. La visita, sin embargo, continúa mereciendo la pena.
Accesorios todos ellos que no hacen sino empañar el foco sobre el cual se concentra la atención de los turistas: unas impresionantes cascadas situadas a más de 230 metros sobre el nivel del mar y con una caida de 52 metros. Dos estados, el de Nueva York en los Estados Unidos y el de Ontario en Canadá, compiten por atraer la mayor afluencia de turistas. Para hacer honor a la verdad, hemos de decir que Ontario sale ganando. Las luces nocturnas que iluminan las cascadas y el Parque Reina Victoria, con sus plataformas, conforman los paisajes más bellos.
Tres son las cascadas que forman las Cataratas del Niágara: las “canadienses”, que se sitúan del lado de Ontario, las “americanas ” en Nueva York y las “velo de novia”. Además de como atracción turística por excelencia, es evidente que este fenómeno de la naturaleza es una fuente indiscutible de energía hidráulica. En primavera-verano es cuando más visitantes recibe la ciudad de Ontario (se calcula que pasan unos 14 millones cada año) por lo que muchos recomiendan el otoño o incluso el invierno. Hay que recordar que en invierno el barco que recorre la base de las cataratas no está operativo. Aún así, es posible visitar la base de la cascada a través de una cueva o subir a una torre que sirve de mirador.
La belleza del fenómeno es indiscutible, se mire como se mire. Sin embargo, la gran proliferación de compejos turísticos destinados a ofrecer un servicio complementario (y, básicamente, innecesario) a la propia naturaleza, hace que el lugar se haya convertido en una especie de parque de atracciones que a muchos se nos antoja un tanto hortera. Para los más curiosos por conocer la historia de las cataratas, en el Museo Ripley’s Believe It or Not puedes encontrar videos y fotos de locos aventureros que tuvieron la osadía de, por ejemplo, tirarse en barril por las cataratas. Si eres un amante de la naturaleza este es tu sitio, aunque para disfrutarlo tengas que aguantar edificaciones que no dudan en romper con el hábitat natural y el equilibrio paisajístico. La visita, sin embargo, continúa mereciendo la pena.