Es sin dudas uno de los paisajes más impactantes, y también más insólitamente bellos de la Argentina, y no está tan difundido aún como para atraer a grandes multitudes, lo que lo hace aún más atractivo para muchos. Lo cierto es que la Reserva Provincial La Payunia, en el sur de Mendoza, es un lugar único, que concentra alrededor de 800 conos volcánicos hoy exhaustos, pero que alguna vez hicieron de este lugar una sucursal del infierno.
El clima árido se encargó luego de hacer su trabajo, y preservó la zona prácticamente intacta luego de aquellas erupciones de hace siglos: los volcanes más jóvenes tienen unos 500 años; los más antiguos, un millón de años, lo que geológicamente quiere decir que son bastante recientes; apenas un rato en la evolución de la tierra, pero mucho para el hombre. Por eso, un recorrido por La Payunia, aunque para muchos pueda parecer un viaje a la Luna, es más bien una puerta al pasado, como asomarse por un rato a los orígenes del planeta.
Los colores de la lava
Las visitas a La Payunia -que está en la lista para ser declarada Patrimonio de la Humanidad- parten de la ciudad de Malargue, a menos de 200 km. Si se desea ir en vehículo propio -debe ser una 4x4, por los exigentes caminos de ripio-, es necesario contratar un guía; sin embargo, la mayoría opta por la excursión "todo incluido", que parte de la ciudad temprano por la mañana y regresa 12 horas más tarde.
Esta salida tradicional incluye un desayuno en el paraje Bardas Blancas. Poco más al sur, en La Pasarela, donde el río Grande se encajona en la colada de lava más larga del planeta -de 185 km-, parte una ruta provincial de ripio que se interna hacia el este. Y enseguida empiezan a verse los volcanes, como El Morado, el Santa María o el Payún Liso, que, con 3.680 metros, es el más elevado de la zona. Su impresionante cráter tiene 400 metros de diámetro y 90 de profundidad.
De La Pasarela a la reserva son casi 50 km, y lo primero que impacta la vista y los sentidos es la zona conocida como Pampas Negras: varias hectáreas de lava fragmentada que ha creado un extraño arenal totalmente negro, como si se caminara sobre carbón. Muy cerca, y siempre andando sobre el suelo negro, se llega a Campo de Bombas, un área repleta de trozos de lava que, al caer y enfriarse, tomaron curiosas formas; las hay desde el tamaño de una pelota de fútbol a otras enormes, que eclipsarían a un Fiat 600.
Poco más adelante se pasa por Los Colores, un fantástico paisaje donde el suelo negro se mezcla con otro de tonos ocres y rojos, todo salpicado de coirones amarillos: nunca mejor puesto el nombre. Allí cerca está el Rial del Molle, donde un molle (flora autóctona) de más de 300 años provee la única sombra -en verano se agradece- de todo el recorrido. Al resguardo de esa sombra centenaria, dónde más, se disfruta un almuerzo.
Como un hobbit
Luego se ascienden las laderas del volcán El Morado, hasta el borde mismo del cráter. Caminando allí, a casi 2.300 metros sobre el nivel del mar, uno se siente como un hobbit llegando a la montaña, entre rocas volcánicas que parecen haber sido expulsadas ayer nomás. Al fondo, hacia el oeste, se ven las cumbres nevadas de la Cordillera de los Andes, y abajo el río Grande, transformado en un zigzagueante hilo de agua.
Durante todo el recorrido se avistan ejemplares de guanacos -hay más de 16.000 en toda la reserva-, choiques, piches y varios endemismos, que son especies únicas, que sólo se pueden divisar aquí. Entre ellos, el que más comúnmente se suele mostrar ante los visitantes es el lagarto cola de piche. Pero en total hay en La Payunia 70 especies registradas, de las cuales 37 están consideradas como "con alta probabilidad de avistamiento".
El clima árido se encargó luego de hacer su trabajo, y preservó la zona prácticamente intacta luego de aquellas erupciones de hace siglos: los volcanes más jóvenes tienen unos 500 años; los más antiguos, un millón de años, lo que geológicamente quiere decir que son bastante recientes; apenas un rato en la evolución de la tierra, pero mucho para el hombre. Por eso, un recorrido por La Payunia, aunque para muchos pueda parecer un viaje a la Luna, es más bien una puerta al pasado, como asomarse por un rato a los orígenes del planeta.
Los colores de la lava
Las visitas a La Payunia -que está en la lista para ser declarada Patrimonio de la Humanidad- parten de la ciudad de Malargue, a menos de 200 km. Si se desea ir en vehículo propio -debe ser una 4x4, por los exigentes caminos de ripio-, es necesario contratar un guía; sin embargo, la mayoría opta por la excursión "todo incluido", que parte de la ciudad temprano por la mañana y regresa 12 horas más tarde.
Esta salida tradicional incluye un desayuno en el paraje Bardas Blancas. Poco más al sur, en La Pasarela, donde el río Grande se encajona en la colada de lava más larga del planeta -de 185 km-, parte una ruta provincial de ripio que se interna hacia el este. Y enseguida empiezan a verse los volcanes, como El Morado, el Santa María o el Payún Liso, que, con 3.680 metros, es el más elevado de la zona. Su impresionante cráter tiene 400 metros de diámetro y 90 de profundidad.
De La Pasarela a la reserva son casi 50 km, y lo primero que impacta la vista y los sentidos es la zona conocida como Pampas Negras: varias hectáreas de lava fragmentada que ha creado un extraño arenal totalmente negro, como si se caminara sobre carbón. Muy cerca, y siempre andando sobre el suelo negro, se llega a Campo de Bombas, un área repleta de trozos de lava que, al caer y enfriarse, tomaron curiosas formas; las hay desde el tamaño de una pelota de fútbol a otras enormes, que eclipsarían a un Fiat 600.
Poco más adelante se pasa por Los Colores, un fantástico paisaje donde el suelo negro se mezcla con otro de tonos ocres y rojos, todo salpicado de coirones amarillos: nunca mejor puesto el nombre. Allí cerca está el Rial del Molle, donde un molle (flora autóctona) de más de 300 años provee la única sombra -en verano se agradece- de todo el recorrido. Al resguardo de esa sombra centenaria, dónde más, se disfruta un almuerzo.
Como un hobbit
Luego se ascienden las laderas del volcán El Morado, hasta el borde mismo del cráter. Caminando allí, a casi 2.300 metros sobre el nivel del mar, uno se siente como un hobbit llegando a la montaña, entre rocas volcánicas que parecen haber sido expulsadas ayer nomás. Al fondo, hacia el oeste, se ven las cumbres nevadas de la Cordillera de los Andes, y abajo el río Grande, transformado en un zigzagueante hilo de agua.
Durante todo el recorrido se avistan ejemplares de guanacos -hay más de 16.000 en toda la reserva-, choiques, piches y varios endemismos, que son especies únicas, que sólo se pueden divisar aquí. Entre ellos, el que más comúnmente se suele mostrar ante los visitantes es el lagarto cola de piche. Pero en total hay en La Payunia 70 especies registradas, de las cuales 37 están consideradas como "con alta probabilidad de avistamiento".