Luego del caos que provocó la nube de ceniza del volcán islandés, muchos se preguntaron cómo podía ser que la masa de material volcánico, que es prácticamente imperceptible al ojo humano desde tierra, pueda causar tanto desorden a la aeronavegación. Veamos muy resumidamente cuál es la explicación.
En principio, hay que entender que cualquier partícula que pueda introducirse en los conductos de ventilación puede causar que aumenten la temperatura y presión de los motores de un avión, con el consecuente daño a la maquinaria y potencial riesgo para la aeronave. Pero esta es apenas la primera situación que se intenta evitar.
Hay partículas de material como el de la nube volcánica, que a pesar de que pueda tratarse de partículas microscópicas, pueden causar daño a largo plazo.
Los motores del avión trabajan a altísimas temperaturas, que pueden superar los 1.300º. Por ello, muchas de las partes están recubiertas de un material especial para evitar el sobrecalentamiento. Es lo que básicamente, previene que las turbinas se derritan en pleno vuelo.
Esta cubierta, en vez de ser completamente sólida, es microporosa y menos densa en algunos sectores, para evitar justamente que transmitan demasiado calor. Si una ínfima partícula de material volcánico se introduce en un poro, con el tiempo y a medida que los motores se calienten y enfríen una y otra vez, se genera una presión mínima, pero suficiente para esta cubierta térmica se rompa, y finalmente los motores se recalienten en pleno vuelo.
Dependiendo del tamaño de la partícula ingresada, esto puede ocurrir más rápido, o luego de cierto tiempo, pero con el mismo resultado: falla durante operaciones, potencialmente catastrófica.
En principio, hay que entender que cualquier partícula que pueda introducirse en los conductos de ventilación puede causar que aumenten la temperatura y presión de los motores de un avión, con el consecuente daño a la maquinaria y potencial riesgo para la aeronave. Pero esta es apenas la primera situación que se intenta evitar.
Hay partículas de material como el de la nube volcánica, que a pesar de que pueda tratarse de partículas microscópicas, pueden causar daño a largo plazo.
Los motores del avión trabajan a altísimas temperaturas, que pueden superar los 1.300º. Por ello, muchas de las partes están recubiertas de un material especial para evitar el sobrecalentamiento. Es lo que básicamente, previene que las turbinas se derritan en pleno vuelo.
Esta cubierta, en vez de ser completamente sólida, es microporosa y menos densa en algunos sectores, para evitar justamente que transmitan demasiado calor. Si una ínfima partícula de material volcánico se introduce en un poro, con el tiempo y a medida que los motores se calienten y enfríen una y otra vez, se genera una presión mínima, pero suficiente para esta cubierta térmica se rompa, y finalmente los motores se recalienten en pleno vuelo.
Dependiendo del tamaño de la partícula ingresada, esto puede ocurrir más rápido, o luego de cierto tiempo, pero con el mismo resultado: falla durante operaciones, potencialmente catastrófica.
Esta explicación es sumamente simplificada, pero si a alguien le interesa, puede leer un artículo al respecto de la compañía Boeing aquí.