Existen casos célebres de personas que, tanto por decisión propia
como por obligación, han tenido que permanecer encerradas en sus
respectivas habitaciones durante meses o incluso años.
Casos
de obligación como el de Ana Frank, que estuvo casi dos años y medio
ocultándose con su familia y cuatro personas más de los nazis en
Ámsterdam. Si viajáis a Holanda, no podéis dejar de visitar su
habitación, ahora convertida en museo, pues conserva alguno de sus
efectos personales, así como su famoso diario, que muchos de nosotros
tuvo que leer cuando iba al instituto. Eso sí: preparaos para hacer
cola, porque Anna Frank es todo un fenómeno de masas.
Hay
también casos como el de las personas que deciden encerrarse en su
habitación por propia iniciativa, o impelidos por sus códigos
culturales, como los adolescentes japoneses que, superados por las
exigencias del sistema educativo en particular, y de la vida nipona en
general, deciden no salir más del cuarto, jugando a su consola, con sus
tebeos, esperando que sus madres les pasen comida por debajo de la
puerta. Este fenómeno incluso tiene nombre: Hikikomori.
Pero
si queréis visitar una habitación/claustro/cárcel/concha poco conocida,
que fue habitada por una escritora durante nada menos que 25 años… no
perdáis la ocasión de viajar a Nueva Inglaterra, concretamente a
Amherst.
La escritora a la que me estoy refiriendo es
la célebre Emily Dickinson, que, si bien era una escritora
sobresaliente, no supo gestionar muy bien sus emociones. Viéndose
atormentada por la realidad reinante, la joven Emily decidió aislarse
del mundo y encerrarse en su casa, en plan ermitaño.
Permaneció
allí dentro durante 25 años, y durante ese tiempo sólo se permitió ver a
su familia. Si venía alguna visita, entonces se limitaba a intercambiar
algunas frases con ellos, sí, pero siempre desde una habitación vecina,
sin interactuar directamente. Como si fuera una persona infectada con
un virus que se contagiara a través del aire. O al contrario: como si la
humanidad estuviera contagiada y ella quisiera permanecer sana.
Dickinson,
al menos, se vestía para estar por casa, pero empezó a hacerlo
exclusivamente de blanco: es decir, que allí dentro, siempre reclusa, de
un lado para otro vestida de blanco, quizá habría resultado
estéticamente parecida a un fantasma. Pero no se dedicaba a asustar al
personal, sino a escribir. Escribía de forma obsesiva. Enfermiza. Y,
además, no permitía a casi nadie que leyera sus poemas: salvo 5 poemas,
tres ellos publicados sin su firma y otro sin que la autora tuviera
conocimiento de ello, su voluminosa colección permaneció inédita y
oculta hasta después de su muerte.
De esos 25 años de
reclusión voluntaria, los últimos 3 años los pasó permanentemente en su
habitación. Emily nació en 1830, y murió en 1886.
Ahora,
la habitación de Emily puede visitarse en el museo que alberga la casa
familiar de Amherst, en Nueva Inglaterra, Massachusetts, en la costa
Este de Estados Unidos.
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