Seguramente a todos os suena el náufrago Robinson Crusoe, un personaje inventado por el escritor Daniel Defoe, y del que luego han bebido mil historias de náufragos, islas perdidas y aventuras marítimas. Lo que probablemente no sepáis es que ese personaje existió de verdad, aunque nunca se llamó así… y de hecho, estuvo durante tiempo muy enfadado con Defoe.
Y es que Defoe, para escribir la popular novela de viajes Robinson Crusoe, se inspiró en las aventuras de un marino escocés llamado Alexander Selkirk, que se vio obligado a sobrevivir en una isla del Pacífico después de que se le abandonara a su suerte por un presunto caso de amotinamiento.
Selkirk sobrevivió en aquella isla nada menos que cuatro años y cuatro meses. Tras ser rescatado, conoció a Defoe, al que le narró toda su aventura, incluso cediéndole algunas páginas escritas de su puño y letra.
Defoe no tardó en convertir esa historia en la gran novela que todos conocemos, pero Selkirk se sintió robado, lo que contribuyó a que nunca se pudiera adaptar de nuevo a la civilización (cuatro años en una isla son muchos años, que se lo digan a los protagonistas de Lost).
Selkirk, finalmente, murió en una cueva que se había construido en la parte trasera de su casa, rodeado de gatos, a fin de sentirse de nuevo como en la isla.
Visitando la isla de Crusoe
La isla en la que sobrevivió Selkirk fue oficialmente rebautizada como Robison Crusoe el 1 de enero de 1966 (lo que añadió más oprobio a la biografía de Selkirk, canibalizada por la ficción de Defoe).
La isla se encuentra en el océano Pacífico, a 700 km de Santiago de Chile. De origen volcánico, la isla pertenece al archipiélago Juan Fernández, descubierto por el marinero español entre 1563 y 1574. El lugar es una mezcla de isla perdida y lugar conectado con el mundo: no en vano, los isleños (unos 700) van a caballo pero tienen conexión a Internet.
A 80 metros de la orilla del mar, en Puerto Inglés, se halla la gruta Robinson Crusoe, donde presuntamente se alojó Selkirk.
A 565 metros de altura podéis visitar también el Mirador Alejandro Selkirk, donde el propio Selkirk se pasaría horas y horas oteando el horizonte en busca de la más mínima señal de la embarcación que finalmente le salvaría.
Sobre el año 2000, una expedición que viajó hasta la isla Robison Crusoe se encontró con instrumentos náuticos del siglo XVII, que probablemente habían pertenecido a Serkirk, el verdadero Crusoe.
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