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08 septiembre 2009

Guatemala, una trama de historia y color

Bienvenidos a un país mágico, con 108 mil kilómetros cuadrados, 23 pueblos, 23 culturas y 23 formas de vida". Así nos recibe un cartel en el aeropuerto de Guatemala. Y durante los siguientes seis días podremos dar fe de la magia que envuelve al país de ciudades coloniales, los volcanes, los lagos y los bosques, los coloridos mercados y las mágicas ruinas mayas que emergen de la selva.

Toda una sinfonía, perfecta y cambiante, para disfrutar desde un "tour del Café", una tarde junto a los artesanos, hasta el sincretismo religioso y cultural y las aventuras con que la naturaleza desafía en cada rincón, entre mil huellas del legado maya.

Nuestro primer destino es La Antigua, una postal de calles empedradas, arquitectura colonial, misticismo y color. A 45 kilómetros de la ciudad de Guatemala, el pasado y el presente se unen en esta región declarada en 1979 patrimonio cultural de la humanidad por la Unesco. Mientras que la Ciudad de Guatemala -centro económico y político del país- es sinónimo de modernidad y desarrollo, en La Antigua se conservan los rasgos del pasado colonial y se venera la diversidad cultural de estas tierras. Destruida más de una vez por terremotos e inundaciones, y abandonada en 1773 por orden real, los antigüeños se las arreglaron para volver a levantarla una y otra vez.

Se la llamó "La muy leal y muy noble ciudad de Santiago de los Caballeros" y hubo pocas órdenes religiosas que no le dejaran su marca. Salpicada de ruinas de conventos e iglesias y con las casas pintadas de colores pasteles logra un imán que impone descubrirla sin prisa.

El sabor del café

De paso por Antigua sería pecado no visitar la Merced, asombrarse ante esa fachada amarilla y ataurique, un estilo de decoración vegetal, muy estilizado, que se hace a base de cal, yeso, arena blanca, y leche, miel y clara de huevo.

La admiración se reitera en Santa Catalina y Santa Clara y también en la San Francisco, en donde se encuentra la tumba del Beato Hermano Pedro de Betancourt (muy reverenciado por los lugareños), y la Casa Santo Domingo, donde las ruinas del monasterio dieron lugar a un distinguido hotel con seis museos internos.

Antigua se urbanizó siguiendo el modelo cuadriculado, en torno de una gran Plaza Mayor, que funciona como un eje y donde se ubican la Catedral, el Palacio Arzobispal y el Portal de las Panaderías. La caminata por la plaza obliga a elegir un lugar y sentarse a degustar un café guatemalteco, un producto de exportación que figura entre los mejores del mundo. A diferencia de muchas ciudades de Guatemala, en La Antigua hay bares para todos los gustos donde por 1,2 dólar se puede disfrutar de una excelente taza de café.

Elegimos el jardín verde del Café Condesa, que funciona en una casa del año 1549. Aquí transcurrió una historia de amor prohibida, de esas que mezclan personajes de la realeza con mayordomos. "Uno de esos clásicos culebrones, pero sin televisión ni galancitos", dice con humor nuestra guía. Cuentan que la historia fue grave: el agua llegó al río y hubo un asesinato. Mucho después, la casa fue exorcizada.

En esta zona la experiencia de los tours de café son un clásico. A tres kilómetros de la ciudad, el centro cultural La Azotea cuenta con un museo que ilustra la historia del grano. Además, allí está la casa K'ojom, que posee una colección de instrumentos de música tradicional maya y el Museo de Textiles que exhibe los trajes de las poblaciones de los pueblos aledaños.

A orillas del Atitlán

Ahora nos espera Panajachel, -a 80 km de Antigua- cabecera turística de las 14 aldeas mayas que se levantan a orillas del lago Atitlán. En esta región la vida transcurre entre los ritos, las tradiciones y las enseñanzas de los ancestros mayas. Al llegar a Sololá, un pueblo del siglo XVI a 2.000 metros sobre el nivel del mar, nos detenemos para asomarnos desde los balcones naturales y contemplar el cristalino lago Atitlán y los volcanes Tolimán, Atitlán y San Pedro. La perfección del panorama parece aminorar la sensación de vértigo que domina esas alturas.

Desde el muelle de Panajachel las embarcaciones, cargadas de canastos y pasajeros, navegan hacia las aldeas indígenas donde aún se conserva el idioma y las costumbres. El tiempo, por allí, no parece haber avanzado.

Nuestro primer destino es San Juan de la Laguna. Pueblo de gente amable y tranquila donde se concentran los pintores del arte naïf. Felipe Ujpan nos muestra su arte y el de sus vecinos. Son obras de colores conmovedores. En cada pintura se refleja la forma de vida de los distintos poblados. La mayoría son agricultores y artesanos, oficios naturalmente emparentados con la tierra.

De dioses y hombrecitos

Nuestro paseo en lancha sigue hacia Santiago Atitlán, principal poblado tzu'tujil y centro religioso del lago. Al llegar, un chico de 10 años nos acerca una invitación que de antemano estaba aceptada: conocer la imagen de Maximón, mezcla de Dios maya y santo cristiano, que rota por los hogares de sus fieles. Con fama de adúltero y vividor, a Maximón se lo consulta por problemas de alcohol, dinero, alcoba y hasta para solicitar venganza.

Tomamos una moto-taxi -un "tuc-tuc"- hasta la casa en la que ahora alojan a Maximón. La imagen, se diría, es burda: Maximón es una suerte de maniquí al que sólo se le ve la cara; tiene sombrero de ala ancha, un cigarro en la boca, y está totalmente cubierto por pañuelos y corbatas multicolores.

Somos testigos del rito: arrodillado, un hombrecito murmura en tzu'tujil sus ruegos. Acaricia incesantemente un rosario. Dos culturas superpuestas. El pasado maya y el aporte cristiano (introducido en el siglo XVI por los españoles) fundidos en la oración del hombre. Hay otros rituales, nos cuentan. Por ejemplo, prenderle el cigarro, velas, ofrecerle bebidas alcohólicas y colocarle unos cuantos quetzales entre las ropas.

Es notable como esta región, a sólo 140 km. de la capital, logró esquivar las grandes cadenas hoteleras que suelen estar presentes en los mejores paisajes. Aquí las posadas y los hoteles no alteran el clima del lugar.

Luego visitamos el colorido mercado local -ya habrá tiempo para hablar de un mercado- y regresamos hacia Panajachel, donde ya se escuchan palabras en idiomas occidentales y los artesanos te pueden ofrecer una artesanía por one dólar. Panajachel destila un interesante sincretismo socioeconómico: puestos de artesanías en la calle, cibercafés, boliches, restaurantes internacionales y parrillas.

El pulso de las calles

Durante los 37 km. que separan a Panajachel de Chichicastenango la ruta viborea al pie de los volcanes. Después, esquiva parcelas de cultivos tradicionales y atraviesa plantaciones donde los lugareños cargan leña sobre sus espaldas y los niños caminan hacia sus casas tras la jornada escolar.

Si Antigua es la ciudad colonial por excelencia, Chichicastenango ("Chichi" como la llaman los guatemaltecos) es la población que te mostrará el alma maya. El mejor momento para visitarla es durante los días de mercado, los jueves y domingos. Llegamos el miércoles a la tarde y observamos "la previa", cuando los artesanos de aldeas vecinas se alojaban bajo el techo de su puesto.

Al día siguiente, lugareños, animales sueltos, turistas, todos se apretujan en este frenético mercado de artesanías, frutas, verduras, tejidos y máscaras que comienza en la escalinata de piedra de la Iglesia de Santo Tomás, donde se encontró el Popol Vuh, el texto que explica la creación del mundo según los mayas.

Para disfrutar y vivir el mercado hay que entregarse a los sentidos. Te gusten o no las artesanías, es pura emoción, una ceremonia inigualable. Caminando por los angostos pasillos una simple faja hace que te detengas. El bordado es para aplaudir de pie.

Aquí hay que aprender a regatear, porque nada se compra si antes no se juega un rato. Empiezo la subasta por una cartera bordada en 100 quetzales y me la llevo por 60. El mercado parece no terminar nunca. Los pasillos te llevan a los sectores donde se vende carne, fruta y verdura. Cambia el aroma, pero los colores siguen presentes en cada rincón.

Hacia la selva maya

Un vuelo de 40 minutos nos lleva a Flores, la capital del departamento Petén. De ahí, en ómnibus (62 km) al Parque Nacional Tikal, el corazón del mundo maya.

Durante mucho tiempo, Tikal permaneció perdida en la selva, sepultada bajo la vegetación. Descubierta en 1848, hoy se la considera uno de los centros arqueológicos más importantes del mundo, tanto como Teotihuacán o Chichén Itzá, en México.

La recorrida comienza a las 10 de la mañana en un sendero bien agreste. Sandra, la guía, habla del "chico zapote" (el árbol de cuya savia se elaboran chicles), de los monos aulladores, del iasché (la ceiba que los mayas veneraban como "árbol de la vida"), de las cigarras, los papagayos y las mil plantas medicinales que esconde esta Reserva de la Biosfera.

Una de las diferencias con otros centros arqueológicos es que Tikal es salvaje, sus pirámides se alzan como volcanes entre lianas, orquídeas y cedros. Y esto hace que una las descubra en medio de la distracción de la caminata o al final de un sendero. La primera construcción que nos sorprende es el Templo IV, el edificio prehispánico más alto del mundo maya (data del 745 dC. y mide unos 65 metros). Subimos por medio de una escalera de madera prolijamente construida. Desde allí disfrutamos de la vista panorámica de la selva, y de las estructuras que ya se vislumbran a lo lejos. Luego llegamos al templo V, que si bien mide sólo 58 metros de altura, su inclinación es tal que la sensación de vértigo convierte su subida en no apta para todo público. Pero la vista desde la cima es una compensación para el temblor de las piernas y las pulsaciones que aceleraron su ritmo habitual.

La próxima parada es en un enorme claro, rodeada de construcciones se abre imponente la Gran Plaza, el corazón de la antigua ciudad. En la Plaza Este, donde desembocan dos antiguas calzadas, puede verse la estructura del mercado y de uno de los juegos de pelota. Más allá, enfrentados, los templos I y II. Al norte está la Acrópolis, donde se enterraba a los gobernantes. A lo largo de la plaza se alinean estelas, monumentos de piedra y altares. Pero hay que continuar el circuito. Recorrer cada uno de los senderos que unen los distintos complejos que conforman esta ciudad y desembocar en otros sitios sagrados.

Llueve al finalizar el recorrido y nos sentamos a almorzar en el restaurante del Parque Nacional Tikal. En Guatemala la comida varía en cada región casi como sus artesanías. Aquí reinan las tortillas, los tamales. Todo sabe bien. Pedimos pepián, un caldo de gallina con güisquil -una verdura típica- y papas.

Llueve. El paisaje natural se torna brillante bajo el agua. Es curioso: cuesta imaginar ese paisaje desvinculado de la epopeya histórica que lo impregna. La selva irradia energía maya. Estamos en Tikal, una ciudad gloriosa de la que, dicen, nadie se olvida. Y no la olvidaremos.

04 septiembre 2009

Cuba: un paseo por el Museo del Ron

Cuando se piensa en Cuba varias cosas vienen a la mente, entre ellas, playas paradisíacas, habanos y ron. Es así que, en La Habana, se alza el museo en honor a esa bebida típica. Se trata del Museo del Ron Havana Club que busca dar a conocer todo el proceso y la historia de la una de las bebidas cubanas con reconocimiento internacional. Ubicado en el Centro Histórico de la capital, el establecimiento pertenece a la Fundación Havana Club, una de las marcas clásicas de fabricación y distribución de ron en el mundo entero.

Así, el recorrido que se lleva a cabo en un hermoso edificio histórico muy bien conservado, explica los diferentes estadios en la fabricación del ron, desde la siembra de la caña, pasando por el ritual del añejamiento en los toneles, por la historia del trapiche (o molino), hasta las fábricas de azúcar, el tren de vapor, y todos los pasos necesarios (fermentación, destilación y filtración) hasta llegar a dar con el ron del que disfruta el público. Como dicen en el Museo, allí se muestra la historia desde “el cañaveral al paladar”.

Un tour en el que se recorren diferentes galerías temáticas, se ven maquetas y se aprecia un vídeo que busca dar a conocer la importancia del ron y del azúcar en la cultura del pueblo cubano.

De este modo, el paseo por el Museo del Ron cuenta con guías en los siguientes idiomas: inglés, español, francés, italiano y alemán. Para que los ciudadanos del mundo puedan disfrutar de la historia del ron y culminar el paseo en el Bar de Degustación. Un lugar donde los visitantes podrán catar el ron Havana Club.

Sitio Oficial: Fundación Havana Club

El Mercado de las Brujas, en Bolivia

Uno de los países mas pequeños de América del Sur es Bolivia. Una tierra con mucha historia que realmente merece tener otro presente y que en un recorrido latinoamericano no puede faltar porque aquí está el Lago Titicaca, Tiwanacu, Cochamababa, La Paz y otra serie de ciudades y sitios que son increíbles.

Precisamente en La Paz tenemos uno de los paseos mas recomendables para los turistas: el Mercado de las Brujas o Mercado de la Hechicería. Este mercado se arma en el cruce de las calles Jimenez y Linares, entre Sagarnaga y Santa Cruz, y aquí los puestos están llenos de objetos, hierbas, ranas disecadas y abalorios varios que forman parte de los rituales aymará.

Este mercado pintoresco está situado en el medio del mercado mas turístico de la ciudad, el Mercado de La Paz, y como os dije apunta a aquellas personas que andan buscando hierbas, remedios caseros y una gran variedad de ingredientes con la intención de manipular a los espíritus de la cosmogonía aymará así que hay insectos, polvos mágicos, plantas, sapos y ranas disecadas y vaya a saber qué más.

De todas formas el producto por excelencia del Mercado de las Brujas es el feto de llama disecado, algo bastante llamativo para el ojo occidental. No deja de resultar un poco espeluznante, pero este tipo de objeto suele comprarse para enterrarlo en la tierra como ofrenda a la diosa Pachamama, especialmente cuando se construye un edificio nuevo o se emprende un negocio. La idea es que la Pachamama proteja a los trabajadores y posteriormente traiga buena suerte al negocio.

Bien, que pasear por el Mercado de las Brujas es toda una experiencia y os vais a cruzar con los yatiri o hechiceros-doctores que están vestidos con ponchos y sombreros negros. ¡A no asustarse!

Información práctica sobre el Mercado de las Brujas: Tomar fotos no está muy bien visto así que conviene ser cliente y preguntar antes de animarse a tomar una.

Entrena como un SEAL en tus vacaciones

La mayoría asocia el concepto de viajar con tumbarse al sol a beber mojitos sin hacer mucho más. Pero otros no lo ven de esa manera, y hay para ellos cada vez más opciones.

Una de ellas es entrenarse en un campamento SEAL (Sea Air and Land Forces ó Fuerzas de Tierra, Mar y Aire), que tiene sus orígenes en los escuadrones de demolición subacuática de la Segunda Guerra Mundial.

Existen varios programas para aficionados, el primero es de 24 horas y es tan sólo una introducción a los métodos de entrenamiento de los escuadrones SEAL. Se denomina SEAL Adventure Challenge. El segundo es de seis días y se llama Special Operations Force Academy, donde se entrena exactamente igual que a un miembro, incluyendo elementos de buceo y de paracaidismo.

Ambos programas se dan por instructores altamente especializados, y son demandantes a nivel físico y mental.

Se trata del tipo de desafío personal que muchos buscan, y de seguro a varios les interesará entrenar como si se perteneciera a una fuerza de elite.

Vía: Gadling

02 septiembre 2009

Playa y pescado en Súa, Ecuador

Encontrándonos en Quito y echando un poco de menos la costa del continente, Thomas, Myriam y yo decidimos poner rumbo a Súa en busca de playas y tranquilidad.

Súa es un pequeño pueblo de pescadores que forma parte de la provincia de Esmeraldas en el noroeste de Ecuador. Esta región es una de las más famosas entre los turistas nacionales por su buen pescado y marisco, sus gentes afrolatinas de naturaleza caribeña -su ritmo de vida es exactamente igual al del anuncio (creo que de Malibú) de Me estás estresaaaaannndoooo- y su caliente vida nocturna.

Estando fuera de temporada estival y siendo entre semana, nos comentaron que el tema marcha iba a ser más bien complicado así que nos decantamos por Súa sobre Atacames -lugar de marcha por excelencia de la región- en busca de tranquilidad, solecito y buena comida. De lo primero tuvimos casi en exceso, de lo segundo a ratos y lo tercero es verdad que no faltó.

A pesar de la gran cantidad de turistas que llegan en temporada vacacional, Súa no deja de ser un pueblecito pequeñísimo al que no es tan fácil llegar. Para hacerlo desde Quito tomamos un bus nocturno que partió a las 10.30 de la noche y llegó a un cruce de carreteras, llamado el León, a las 4.15 de la mañana. Aquí esperamos unos 10 minutos en la noche cerrada acompañados de nuestras mochilas y algunos viajeros somnolientos. Otro bus vino y nos llevó a Súa en unos 45 minutos. El coste total fue de unos 8 dólares.

Era madrugada de Sábado a Domingo y cuando llegamos no había ni un alma por las 4 calles -literalmente hablando- que tiene el lugar. Ni siquiera las pensiones u hoteles parecían habitados y sólo los gallos reclamaban para sí el lugar con sus cánticos mañaneros. Al final la familia de Julio -propietario de una pequeña pensión- nos hospedó por las 3 noches que pasamos allí.

El Súa que conocimos -fuera de temporada- es ideal para gente que esté buscando tranquilidad absoluta, relajación, tiempo para sí mismo acompañado de lugareños amables y buena comida. Nosotros fuimos con la madre y hermana de Myriam, así que tuvimos una especie de vacaciones familiares que significaron un cambio en mi ajetreado viaje.

Existe una pequeña playa en el mismo pueblo cuya anchura va decreciendo conforme sube la marea por el día. A decir verdad, no os recomiendo venir a ésta.

El hijo de Julio nos mostró una calita mucho más interesante -nos comentó que es nudista y muy frecuentada por extranjeros en los meses de verano- que está a unos 10 minutos andando del pueblo. Para llegar a ella pasamos por la parte menos turística de la aldea donde las casas y barcas de los pescadores eran un todo y multitud de niños corrían, llenos de barro y sin camisetas, jugando a sus juegos inventados y se bañaban en las turbias aguas de un pequeño estuario que se formaba entre el mar y la tierra firme.

Thomas y yo pasamos casi todo el tiempo en la cala mientras las chicas se quedaban en la playa del pueblo. No había absolutamente nadie. Centenares de cangrejos de colores campaban a sus anchas y se podía aprovechar las primeras horas de la mañana para aventurarse a recorrer las calas rodeadas de pequeños acantilados verdes que se extendían hacia el Sur. Pero tened cuidado porque la marea es traicionera y os cerrará el camino de vuelta si regresáis demasiado tarde.

Las aguas tienen cierta bravura y son de un color grisáceo que, durante estos días, hizo juego con el color del cielo. No tuvimos demasiada suerte con el tiempo y el Sol iba y venía durante todo el día, incluso llegando a llover un par de días.

Aun así disfrutamos de una relajante estancia y comimos genial. El pequeño paseo marítimo del pueblo está salpicado de restaurantes y chiringuitos con bebidas pero, cerraban bastante temprano por la noche, cosa que te obliga a cenar con horario inglés: a las 9 olvídate del tema. Los protagonistas son los mariscos, pescados y zumos de frutas. La mayoría estaban vacíos en esta época pero sus dueños nos aseguraban que no cabía un alfiler en verano.

Un menú te puede salir por unos 6 dólares ya que los precios son bastante turísticos todo el año pero sales cebado y la calidad es bastante buena.

Si tanta relajación no te va -a mí tampoco, pero algunas veces durante un viaje tan largo, viene bien- puedes usar Súa como trampolín para visitar lugares más vivos como su vecina Atacames, foco de farra nocturna y con un turismo playero más desarrollado, pero también -según nos comentaron los sueños- mucho más pendenciero.

La fisionomía de la gente es totalmente diferente a la de la del resto del país ya que son descendientes de los esclavos africanos que trajeron los españoles para cultivar las tierras de la zona, y su carácter es excepcional, siendo muy fácil entablar largas conversaciones con ellos. Eso sí, si tenéis pensado hacer algo después, recordad: ellos no tienen nada de prisa.

Merece la pena venir a relajarse a Súa y si tienes vehículo propio aún mejor porque así podrás recorrerte la preciosa costa de las Esmeraldas.

Via: viajablog

El Salvador: Yendo de la playa al volcán

Selva, playas, lagos, volcanes, ecoturismo, ruinas mayas, aventura, shoppings... y todo en 20.792 km2, una superficie menor a la de la provincia de Tucumán. Así se podría resumir una de las grandes fortalezas turísticas de El Salvador, en Centroamérica: aquí, la mayoría de los destinos turísticos está a menos de dos horas de viaje de la capital, San Salvador, y la amplia variedad de propuestas turísticas satisface prácticamente todas las expectativas.

Sabores y aventuras

La capital salvadoreña tiene poco más de dos millones de habitantes y un estilo bien americano -grandes malls de compras, locales de fast food a cada paso-. Está en medio del "Valle de las Hamacas", así conocido por los movimientos de tierra que sacudieron la ciudad desde su fundación, en 1525, razón por la cual su arquitectura colonial es escasa. El mercado de artesanías de la ciudad se encuentra en un predio que supo ser cuartel militar. En el mercado se encuentran bellísimas máscaras talladas en madera, provenientes de la zona de Ahuachapán; cerámicas utilitarias de las comunidades lencas de Cacaopera o Guatajiagua; y bolsos y carteras tejidos con fibra de agave, con botones de semillas de un típico árbol local, el copinol. Pero muchas buenas artesanías provienen de la que es conocida en El Salvador como "la ciudad artesanal": La Palma.

Desde el centro histórico de la capital se ve la silueta del volcán Quezaltepec, uno de los 25 que elevan sus lomos en el país más pequeño de América Central. En la zona del volcán hay una ruta gastronómica que combina naturaleza, parajes de altura y estancias, con lugares sugestivos y que invitan a la tranquilidad como Café Miranda o Hacienda Cajamarca, que ofrecen paseos turísticos completos.

En muchas de estas estancias se aprecia el legado de la caficultura, ya que muchas de ellas aún conservan sus cultivos y sus selectos procesos de obtención del café. El centro se puede resumir en el Teatro Nacional, el Palacio Nacional y la Catedral Metropolitana, con un bello mural del artista Fernando Llort y, en el subsuelo, los restos de monseñor Oscar Arnulfo Romero, el famoso arzobispo asesinado en plena misa en 1980, cuando el país comenzaba a desbarrancarse hacia una cruenta guerra civil. Pero llegó la paz y, en los últimos años, los turistas, muchos de los cuales arriban en busca de aventuras. Así va, poco a poco, ganando adeptos el parapente, que se practica sobre todo en la zona de Entre Pinos, en Chalatenango, donde el cerro El Pital, de 2.700 metros sobre el nivel del mar, oficia de perfecta plataforma de lanzamiento. También hay kayaks en la bahía de Jiquilisco, rafting en los rápidos de los ríos que bajan de las montañas, como el Paz, el Lempa y el Guajoyo, o canopy en Apaneca, Ahuachapan. Cabalgatas, trekking y mountain bike son otras actividades cada vez más comunes en el país.

Por el mundo maya

Hasta El Salvador llega la frontera Sur de lo que fue el imperio maya, que se extendió por el sur de México, Guatemala y parte de Honduras. A 32 km de San Salvador, en el Valle de Zapotitán, vale la pena llegarse hasta San Andrés, que fue un sitio comercial, ceremonial y político maya que, se cree, en épocas precolombinas llegó a tener unos 10 mil habitantes. Hasta el momento se encontraron siete estructuras, entre ellas la gran pirámide escalonada de la acrópolis.

Pero aún hay mucho por excavar, como en todo el país: los sitios arqueológicos abiertos al público en El Salvador son hasta hoy nueve -el más importante, Tazumal-, pero se cree que en total habría al menos 600. Muy cerca está Joya de Cerén, un sitio muy valioso arqueológicamente porque posee las únicas ruinas de arquitectura doméstica de la cultura maya -no tiene monumentos ni pirámides, sino restos de viviendas, de cocinas comunales-. El lugar fue sepultado en el año 650 por una erupción del volcán Loma Caldera, que generó 12 capas de cenizas y conservó en muy buen estado las ruinas. Por su conservación y su valor cultural, Joya de Cerén fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1993, y es uno de los grandes tesoros del país.

Tucumán Argentina: Por las sendas de las yungas

Una vida florida se recorre, profunda y graciosa, desde San Miguel de Tucumán. A lo largo de 100 km -en su mayor parte por caminos de cornisa-, el Circuito Chico enlaza Yerba Buena, el cerro San Javier, Villa Nogués, Raco, El Siambón y El Cadillal.

En Yerba Buena

Aquí ingresamos al bosque de yungas por una zona residencial de calles arboladas, por las que se encuentran restaurantes, shoppings y paseos y formidables chalés que ostentan los más pretenciosos jardines del país. Allí surge el cerro San Javier. Cuando llegue el verano, las flores serán una fiesta de colores y perfumes. Desde hace una década, la Reserva Experimental de Horco Molle investiga flora, fauna, geología y arqueología de las yungas. Abre al público todos los días, igual que los parques Sierra de San Javier, Aconquija y Percy Hill.

En todos se siente la fuerza de los arrayanes, guacanes, molles, lapachos, horcos y nogales. Los laureles, que apenas dejan ver el cielo, son un mundo de pajaritos. En una caminata, un "changuito" los va nombrando: celestino, naranjero, carrasquita, chingolo, garganchillo, picaflor, chalchalero. Caminar por el bosque sobre los cerros permite descansar, meditar y llenarse de oxígeno. En Yerba Buena también se puede cabalgar, practicar mountain bike o largarse en aladelta, parapente o trike (aladelta con motor). Los que se animan a volar en el cerro San Javier despegan de Loma Bola, a 1.330 m sobre el nivel del mar, con un desnivel de 800 m. Las condiciones son suaves, el acceso al despegue es cómodo y el aterrizaje, amplio. Dicen que es el mejor lugar del país para volar en parapente. Muchos llegan sólo para volar. Mientras se recorren los senderos, suelen verse esas aves coloridas planeando lentamente sobre el cerro.

Las cabalgatas transcurren por distintas sendas. Algunas salen de las yungas y descubren campos de limoneros (aquí está la mayor producción mundial) y caña de azúcar. Se realizan cabalgatas nocturnas, para ver cómo la luna tucumana derrama la luz de su preñez sobre ríos, árboles y ranchos dormidos.

A pie por el Parque Sierra de San Javier, el silencio, la frescura y el aire hipnotizan. El camino depara tesoros inesperados, viejos rieles y durmientes de quebracho de un antiguo funicular, un puente colgante, el hocico de una mulita que asoma de su cueva, un arroyito de piedras azules, un misterioso rincón de arcilla roja -al que mariposas de alas negras y violetas beben en secreto-, una vieja escuela, las huellas frescas de un chancho, la piel que abandonó una yarará y devoran las hormigas. Son joyas en el Jardín de la República. Desde el hospedaje en Yerba Buena, los paseos a la Puerta del Cielo, los restos del funicular y la Usina de la Quebrada son inolvidables. Al pie de la sierra de San Javier se extienden hacia el este Tafí Viejo, Yerba Buena, San Pablo, Manantial, Lules y San Miguel de Tucumán, ciudad de 900 mil personas.

Hacia el sur, a 35 km de la capital y a 1.300 m de altura, Villa Nougués luce formidables casonas de estilo normando, con muros de piedra del lugar, rodeadas de hermosos jardines. La sobriedad es casi mágica cuando en invierno la villa despierta cubierta de nieve. La aristocracia local erigió este lugar para escapar de la torridez del verano en San Miguel y, a la vez, tener una visión magnífica de la ciudad y la llanura tucumana. La villa veraniega de Raco se levanta en un apacible valle de suaves lomadas, ríos cristalinos, el aroma dulce y silvestre de las hierbas serranas y campesinos que suben por un sendero con catrecitos de tientos. El pueblo tiene un gran recuerdo de Atahualpa Yupanqui, que aquí se nutrió de los cerros tucumanos para hacer las mejores tonadas del folclore nativo.

El monasterio

Cerca de Raco, El Siambón ganó fama por el monasterio benedictino Cristo Rey. Si un lugar de la Argentina país se parece al cielo, es este valle. Los monjes, llegados hace medio siglo como retoños de la Comunidad de la Abadía del Niño Dios, de Victoria, Entre Ríos, trajeron la electricidad a la zona e instalaron una fábrica de dulces, un colmenar y una cortadera de piedras. Al pie del monasterio se pueden comprar productos que elaboran los religiosos, como dulces, miel, cosméticos y artesanías. El monasterio está hecho con piedras grises y rojas de los alrededores. Una roca del río Grande es el altar de la iglesia y a su pie fue colocado un recipiente, en el que los calchaquíes molían el maíz. El convento es lóbrego en el intenso verde de la yunga, cuando brilla bajo un aguacero.

Llegamos al final del Circuito Chico de Tucumán. Rodeado por el cerro Medici y las sierras de Medina, está El Cadillal, gran embalse de 11 km de largo. Han crecido en sus orillas cámpings y clubes náuticos. De lejos se ha llegado para comer un asado aquí, para meterse por última vez en los senderos de la vegetación maciza de estas yungas, Jardín de la República. Se va uno con tristeza de dejar atrás esa vida florida recóndita, listo para sentir añoranza de haberla perdido.

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