-
-
-
-

12 agosto 2009

Argentina: Tras los pasos de los jesuitas

Entre las ciudades de Corrientes que se recuestan sobre el río Uruguay, la Ruta de los Jesuitas es una presencia mágica, llena de mitos y leyendas, donde conviven relatos sobre los guaraníes, restos de las misiones fundadas por la Compañía de Jesús y recuerdos de los crueles ataques de los cazadores de esclavos brasileños. A cada paso se hace presente la historia, en los trazados originales de los pueblos, en los antiguos túneles y murallas que los defendían, en las casas con sus muros de piedras acarreadas y talladas por los indios.

El circuito de reducciones fundadas por los jesuitas en Corrientes recorre el extremo oriental de la provincia, sobre las márgenes del río Uruguay, y es también un paseo por sus playas y estancias. Pasa por cuatro ciudades que fueron importantes misiones jesuíticas: Yapeyú, La Cruz, Santo Tomé y San Carlos. Cada una en su estilo, todas conservan una gran riqueza cultural y arqueológica, pero se han modernizado al punto de ser destinos que ofrecen buena infraestructura y atractivas opciones de turismo alternativo.

La higuera de San Martín

En más de un siglo, hasta la expulsión de la Compañía en 1767, los jesuitas fundaron misiones y estancias, construyeron iglesias y viviendas, cultivaron yerba y algodón y crearon un comercio a gran escala. Luego de la expulsión, muchos poblados fueron destruidos, pero varios conservan restos del trazado original y reliquias de riqueza histórica y arqueológica.

La primera ciudad del circuito jesuítico correntino, Yapeyú ("fruto maduro", en guaraní), fue una de las misiones más importantes del continente y también el pueblo natal de José de San Martín, motivos ambos de gran orgullo para sus pobladores, que aportan manteniendo calles y casas con una limpieza inmaculada y contestando a cada consulta, amables e informadísimos. Uno de los grandes hitos de Yapeyú es el higuerón de 300 años bajo cuya sombra, dicen, jugaba el Libertador de niño, y que aún sigue en pie en la plaza principal. También se puede visitar la casa donde nació San Martín, en la que están las cenizas de su padre; el Museo Jesuítico Padre Furlong, con una importante colección de documentos históricos y objetos de la antigua reducción; el Museo Sanmartiniano, con la cama que ocupaba el general; la iglesia San Martín de Tours, donde había una capilla de la época jesuítica y donde hay una talla en madera de una Virgen Morena. Por toda la ciudad sobrevuelan los vestigios del pasado, cuando Yapeyú era epicentro cultural, religioso y económico de los padres jesuíticos, y funcionaban allí una escuela de música, talleres de carpintería y tornería, tejeduría, panadería, zapatería, molino, astillero.

Pero Yapeyú no es sólo historia: hermosas chacras en los alrededores ofrecen alojamiento y actividades rurales. Y la costa del río Uruguay, con playas de arena y de fondo los montes correntinos, es ideal para la pesca de bogas, dorados y surubíes.

Pocos km al norte está La Cruz, fundada en 1630, la ciudad más antigua de la provincia, junto con la capital. En varios puntos todavía se pueden ver restos de la muralla original, y en la plaza principal se conservan algunas luminarias -columnas de piedra que se usaban para alumbrar-. La Cruz rebosa de elementos del pasado, vasijas, pedazos de tejas, imágenes religiosas. La cortada Primer Centenario, en el casco histórico, es impactante: calle de arena y paredes y pisos de casas hechas con piedras talladas por los guaraníes. Detrás de la iglesia hay un reloj de sol de 18 pies de altura, una de las reliquias más famosas de las misiones. También hay buenas playas sobre el río y un lindo lugar para el turismo aventura: Los Tres Cerros.

Historia y fiestas de carnaval

Siguiendo hacia el norte por la ruta 14 se llega a Santo Tomé, donde se instalaron los jesuitas en 1683. El poblado fue incendiado por tropas portuguesas y refundado en el siglo XIX, y hoy es una ciudad moderna, con excelentes hoteles y varios balnearios y campings a orillas del río. Al igual que en las otras ciudades de este recorrido, aquí los carnavales son una gran fiesta, con comparsas desfilando por la avenida San Martín acompañadas por un hervidero de gente.

En el museo Pablo Argilaga de Santo Tomé hay numerosos objetos de la época jesuítica, como restos de columnas, tallados en piedra y un reloj de sol. En la iglesia Inmaculada Concepción se conserva también una pila bautismal y una campana fundida en 1688. Otros lugares interesantes son la plaza San Martín y el monumento a Andresito Guacurarí, el caudillo mestizo que luchó contra los portugueses e impuso reglas más justas para su pueblo.

A 9 km del límite con Misiones está San Carlos, fundada en 1631 y tal vez el pueblo que mejor conserva el trazado original de la reducción: se ven claramente la iglesia, la plaza y los túneles, y se conservan muros de 2 m de altura. Hay casas coloniales con galerías y calles de tierra colorada. Y no hay que perderse el museo de Arte Jesuítico, con cerámicas europeas e indígenas, piedras para boleadoras y candelabros; un Centro de Documentación, con bibliografía y piezas y trabajos de herrería; y la iglesia San Carlos Borromeo, ubicada sobre el templo jesuita del siglo XVII.

06 agosto 2009

Huellas prehistóricas en la costa argentina

En 1986, el ojo experto del doctor Roque Bianco, se topó con las huellas de grandes mamíferos en una playa al sur de Buenos Aires. Desde entonces, los hallazgos se continúan. Las huellas prehistóricas en la costa argentina, a escasos 600 kilómetros de la capital, necesitan ser preservadas para las futuras generaciones.

Se trata de unos 5 a 6 kilómetros de arcilla que dicurren por debajo de la arena de la playa entre Monte Hermoso y Bahía Blanca. Por allí pasaron en el Pleistoceno tardío megaterios, mastodontes, macrauquenias, scelidoterios (foto) y gliptodontes. Allí quedaron sus huellas en un yacimiento único en el mundo que está en peligro de desaparecer.

A pesar de los estudios realizados por la Universidad Nacional del Sur de Bahía Blanca, y la Universidad Nacional de La Plata, el área está pobremente preservada y con deficiente infraestructura y señalización.

Si bien sólo se permite el acceso peatonal a la zona, los vehículos pasan cerca y ponen en peligro la estabilidad y conservación de las huellas. La Reserva Geológica, Paleontológica y Arqueológica Provincial “Pehuen Co – Monte Hermoso” necesita algo más que un alambrado para proteger este patrimonio.

En la zona ya se han identificado 22 especies distintas entre mamíferos y aves que convivieron hace miles de años aquí.

Según explica la geóloga y paleontóloga Teresa Manera: “El sector más vulnerable es el de las huellas de animales, que incluyen algunas huellas humanas. Pero cerca de los balnearios de Monte Hermoso hay 0,5 kilómetros con gran cantidad de huellas humanas de hace 7000 años y que no están asociadas con los megamamíferos extinguidos, sino con fauna más parecida a la actual.“

Piezas e información recogida en el yacimiento argentino de Monte Hermoso, pueden verse en el Museo de Ciencias Naturales Charles Darwin, en Coronel Rosales muy cerca de Bahía Blanca, Argentina.

Via: diariodelviajero

Santa Cruz de Mompox, en Colombia

A 248 kilómetros de Cartagena, capital de Colombia, se encuentra la antigua ciudad de Santa Cruz de Mompox. Es accesible por vía terrestre y aérea, pero también se puede llegar a ella por vía fluvial, a través del río Magdalena.

La ciudad fue fundada en 1530, y es una de las urbes coloniales más hermosas y mejor conservadas del país. Durante años, fue hogar de un importante puerto estratégicamente ubicado para ser un sitio clave de la ruta comercial.

Pero todo ello terminó en el siglo XVIII, cuando el cauce del río Madgdalena cambió y la ciudad quedó totalmente aislada, además de perder su situación privilegiada como puerto. En 1995, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Muchos son los lugares y monumentos que visitar en Mompox. Uno de los conjuntos más impresionantes lleva el nombre de Casa de los Portales de la marquesa de Torrehoyos. Se trata de un grupo de cuatro viviendas fácilmente identificables por los portales que caracterizan a su fachada.

La Casa del Recuerdo es otro emblema arquitectónico. Fue edificada entre 1806 y 1809, junto a la iglesia de San Juan. Hoy funciona en su interior un albergue para ciudadanos mayores.

También son muy famosas las Casas Altas y las Casas Bajas. Están ubicadas frente a la plaza de San Carlos, y antiguamente eran hogar de los personajes ilustres de la ciudad. La casa baja se distingue, además de por su tamaño, por la gran cantidad de ornamentaciones que adornan su fachada.

La casa alta fue originalmente del tamaño de la casa baja, pero con el tiempo se la fue ampliando y se edificó una segunda planta. La fachada cuenta con numerosos balcones de estilo cartagenero.

La iglesia de Santo Domingo es otro sitio imperdible. Fue construida por los frailes de la orden Dominica, pero debió ser reconstruida en 1856, tras un derrumbe casi total.

Via: sobreturismo


Iberia ofrece rebajas en vuelos a Sudamérica

A partir de este mes, la compañía aérea Iberia ofrece unas beneficiosas ofertas para volar desde Madrid a diversos destinos del sur del continente americano.

Grandes destinos como San Pablo en Brasil, Buenos Aires en Argentina, o Santiago de Chile, son muy interesantes para un viaje, y ahora Iberia acerca un poco más la posibilidad.


Es necesario consultar el calendario en el portal web de la aerolínea, ya que las ofertas no están todos los días, y además están sujetas a disponibilidad, por lo tanto es para aquellos que estén muy alertas.

El buscador es una herramienta que posee este sitio web oficial que puede facilitar la tarea de encontrar nuestro destino deseado.

Vía: Expresso

04 agosto 2009

Argentina : Chaco leyendas y secretos del Impenetrable

Cae la tarde. Tras el monte, dispersos, van muriendo los colores del ocaso. En la penumbra se adivinan un par de pecaríes, corren algunos guazunchos. Y más allá, entre sombras, la fantasía me hace ver un yaguareté. Extinto hace ya tiempo en estas tierras de quebrachos, el animal me mira, me olfatea. Hasta que, al llegar fatalmente la noche, la utopía se desvanece.

En el Impenetrable, provincia de Chaco, conviven lo posible y lo imposible. Amparada por leyendas que la hicieron por largo tiempo inaccesible para la civilización, esta geografía se torna misteriosa, vedada como aquellas cosas que abruman por su desconocimiento. Entre árboles y tierras secas, entre arroyos y riachos, hay animales esquivos, historias perdidas de tobas y wichis, hombres de rostros curtidos y aldeas estaqueadas por el tiempo.

Asentado principalmente en la llanura occidental chaqueña, el Impenetrable es un enorme monte de más de 40 mil km2, que debe su nombre a su salvaje y cerrada vegetación. Salpicada por inmensas áreas en estado aún virgen, la región apenas tiene unos cuantos caminos que recorren sus rincones, un par de ellos asfaltados; el resto, carreteras de tierra consolidada o serpenteantes picadas en las que sólo transitan bicicletas o carros.

Uno de aquellos caminos asfaltados me permitió entrar al Impenetrable. A bordo de una 4x4 y junto a Luis, conocedor de la zona, salimos una mañana de Presidencia Roque Sáenz Peña, la segunda ciudad de Chaco. Rumbo al oeste, por la Ruta Nacional 16, llegamos a Pampa del Infierno. "A partir de aquí el paisaje lo hipnotiza a uno, porque ya no hay más que quebrachos y soledad", me dijo un anciano de sonrisa desdentada en la puerta de un almacén. Tenía razón: salir de Pampa del Infierno fue dejar atrás casi por completo todo rastro de civilización. El asfalto se fue haciendo cada vez más imperfecto hasta que, al llegar a Los Frentones, tomamos rumbo norte por un camino de tierra que serpenteaba entre campos de espesa vegetación.

A poco de andar, los quebrachos comenzaron a hacerse dueños de las postales, trastocando los contornos del horizonte. De tanto en tanto, alguna gallina montaraz se cruzaba frente al vehículo, despertando la quietud; a un lado y otro, un paraíso de sereno verde.

En estado puro

Comenzaba a consumirse la tarde cuando llegamos a la Reserva Tantanacuy, un encantador rincón de monte virgen ubicado en el corazón del monte chaqueño. Casi alejada del mundo, la reserva toma su nombre de una voz quechua que quiere decir "reunión de personas", algo que parece impensado en medio de esta soledad. "Es el reino de lo salvaje, de los tatúes, los osos mieleros, los zorros y las yararás", me explicó Luis, mientras llevaba las provisiones a una casa de colores vivos, donde dormiríamos esa noche. Preparada para recibir a turistas, ofrecía un par de habitaciones bien acondicionadas.

Una cena que comenzó con una tabla de quesos chaqueños y siguió con un estofado de cabrito fue la antesala para una caminata nocturna por senderos abiertos en la espesura a fuerza de machete. Bajo un cielo de estrellas, cobijados por una luna casi llena, nos dejamos perder en la huella del monte, como en un laberinto de hojas y troncos.

Río arriba, río abajo

Pasamos dos días en Tantanacuy, en medio de la más completa soledad, y el tercero volvimos a la camioneta para tomar nuevamente rumbo norte, primero hacia Juan José Castelli, siguiendo la larga senda arenosa de la ruta Juana Azurduy, y luego a Villa Río Bermejito. Ubicado en el cruce de los ríos Teuco y Bermejito, este pequeño poblado se transformó en los últimos años en uno de los sitios más visitados por el turismo que se aventura hasta aquí, en especial por la inagotable fauna que permite la proximidad del río. Yacarés, loros y monos están allí, al alcance de cualquiera, listos para ser fotografiados.

A la tarde, salimos a navegar por el río Bermejito. Desde el catamarán avistamos legiones de aves, y sobre las aguas, aquí y allá, flores de irupé flotaban a la deriva. Ya casi sin luz, amarramos en el mismo embarcadero del que habíamos partido horas atrás. Esa noche dormiríamos en Villa Río Bermejito y al día siguiente saldríamos hacia Fuerte Esperanza, histórica reserva natural dominada por formaciones boscosas en las que el palo santo y el guayacán se hacen omnipresentes. Y habría más monte, más verde, más misterios amparados por quebrachos. Como en cada leyenda de cada rincón del enorme Impenetrable chaqueño.

Por: Carlos Albertoni

Algunos consejos para salir de vacaciones “conectados”

Cada vez se impone más la tendencia de ir de vacaciones con el ordenador portátil y continuar “on line”, ya sea por cuestiones de trabajo o simplemente a través de las redes sociales, blogs y demás, en donde vamos dando cuenta de nuestros días de descanso.

La compañía informática Asus reveló, a partir de una investigación, que el 56% de los españoles salió de vacaciones con el ordenador en la maleta. Un 62% de ellos revelan que lo necesitan para navegar por la Red.

En principio, sería útil estar al tanto de las tarifas de conexión en los sitios en los que estemos – para evitar facturas siderales –, dejar el router desconectado cuando no está en uso y mantener el equipo actualizado.

Pero otro aspecto de este fenómeno tiene que ver con las redes sociales y con informar en las mismas que no estamos en casa. Si nuestros contactos saben la fecha de salida y llegada de nuestro viaje, o la dirección de nuestra casa porque lo informamos en la red social, podemos sufrir un disgusto ya que algún aprovechado podría aprovechar para robarnos: “La ocasión hace al ladrón”.

Otro dato a tener en cuenta es verificar la seguridad si usamos un ordenador público, para evitar que alguien se infiltre, por ejemplo, en nuestro correo electrónico o en la cuenta bancaria.

Mantener el router apagado evitará que alguien utilice nuestra conexión cuando no estamos, y lo que es peor, se infecte la red con software malicioso.

Mantener al día la seguridad del ordenador, realizando las tediosas actualizaciones puede evitar muchos problemas en el futuro.

Por último, hay que prestar atención a correos desconocidos que ofrecen vacaciones de ensueño a precios irrisorios, porque muchas veces tienen por finalidad solamente obtener nuestros datos o infectar nuestro equipo.

Vía: El Mundo

Argentina: El camino de las maravillas

Una duna gigante y blanca parece interrumpir la ruta. Unos metros más adelante, la ilusión óptica se desvanece al alcanzar una curva cerrada hacia la derecha. De lejos, parecía el portal de entrada a un mundo fantástico. Como muchos de los sitios escondidos en la misteriosa Puna catamarqueña, no tiene nombre. Es un buen augurio: los indicios que deparan grandes aventuras suelen presentarse así, de repente y sin nombre.

Ese recodo de la mítica ruta nacional 40 abre las puertas al rincón más remoto del noroeste de Catamarca, entre salares, volcanes, desiertos e inesperadas lagunas.

El pueblo El Peñón, un puñado de casas de adobe rodeadas de álamos ralos, es el punto de partida de este impactante recorrido. Para llegar hay que transitar 490 kilómetros desde San Fernando del Valle de Catamarca, en los que el terreno trepa hasta los 4.000 metros de altura.

Los altísimos cardones de la Quebrada de la Sébila dan la bienvenida a la aridez, apenas matizada por débiles cursos de agua de vertiente, que se esfuman entre las rocas al tomar la ruta 60.

En un tramo que se interna naturalmente en el norte de La Rioja, el camino lleva a los olivares de Aimogasta hasta el empalme con la ruta 40. Rumbo a Hualfin, donde haremos noche, comienzan a dibujarse las primeras constelaciones en el cielo rosado.

Por rincones secretos

Todavía es de noche cuando partimos hacia El Peñón por un sinuoso camino de ripio. Son las 7.30 y sólo la calefacción de las camionetas 4x4 nos devuelve el alma al cuerpo. Nuestra actitud aletargada se desvanece con el entusiasmo del guía, Fabrizio Ghilardi, un economista italiano que decidió abandonar Milán tras unas vacaciones en la Puna. Sus exploraciones en la zona hicieron posible el acceso a sitios deslumbrantes, aún no invadidos por el turismo masivo.

Al final del tramo no asfaltado está la ruta 137-36. Así son las cosas por aquí: o no tienen nombre o tienen más de uno. La cuestión parece esconder algún misterio o la intención de que unos pocos descubran las maravillas que esperan más adelante.

Es una sola ruta pero depende de la dirección que se tome -al oeste o al norte- se convertirá en una u otra. Elegimos la 36, que asciende hacia el norte hasta los 3.400 metros. Es el inicio de la Puna, el reino de las vicuñas, que nos vigilan a distancia.

El suelo llano y los cerros rosados quedan atrás cuando una duna de arena blanquísima domina el paisaje en un recodo de la ruta 40. Sin nombre en los mapas, los lugareños la llaman Cuesta de Randolfo, acaso en homenaje al primer hombre que se topó con este tótem de arena que, de no ser por unas pisadas que ascienden hasta la cima, podría decirse que es el límite entre este mundo y otro deshabitado. Algo de eso debe haber, porque al costado de la ruta se suceden las apachecas, piedras apiladas, una ofrenda de los viajeros a la Pachamama en agradecimiento por haber dejado atrás un sitio para llegar a otro. Así que cumplimos con el rito y seguimos viaje.

El suelo comienza a cubrirse de burbujas de sal. Primero, unos copos entre el pasto ralo hasta formar una capa blanca uniforme. Es el ingreso a Laguna Blanca, una Reserva de Biósfera creada para proteger a los cisnes de cuello negro, que flotan a lo lejos.

También se ven cisnes rosados, patos y guares pero es imposible acercarse porque el suelo, muy húmedo y resbaloso, hace que nuestros pies se hundan como si se tratase de un pantano. Todo el valle está cubierto de colpa -salitre muy denso-, a la que los pueblos originarios de la región le atribuían valores sagrados y curativos. La consideraban beneficiosa para conciliar el sueño y para armonizar ambientes donde la energía estaba "estancada".

El almuerzo en El Peñón es una buena pausa para aclimatarnos a la altura. Con un té de rica-rica, una hierba local, mitigamos los primeros síntomas del "soroche" o mal de altura.

Ciudad de arena y piedra

Poco después emprendemos una expedición hacia uno de los sitios más deslumbrantes de la Puna catamarqueña. El camino asciende hasta los 3.600 metros por una huella de arena y sal abierta por el espíritu explorador de Fabrizio. Y aparece un inesperado Sahara en plena Puna: dunas blancas, gigantes, se recortan en diagonales tajantes contra el cielo azul.

Este universo blanco, que unos pocos descubrieron para practicar sandboard, es también un exótico mirador desde el que se divisa un paisaje sorprendente o, acaso, un espejismo: un mar de crema en el que flotan copos de merengue. Arena y piedras calcáreas conforman esta ciudad fantasmal -de 25 km por 10 km de extensión- que es el Campo de Piedra Pómez.

Los últimos rayos del sol proyectan las sombras de las deidades porosas, que se multiplican hasta el infinito. Sin decir palabra, nos echamos a correr entre los médanos en distintas direcciones.

Desafío en zig zag

La luz de la mañana va ganando brillo en un nuevo día que en una prometedora excursión nos lleva hacia Antofagasta de la Sierra.

La altura, junto a la escasez de agua, hace que los árboles brillen por su ausencia en esta zona de la puna catamarqueña. Sólo unos hilos de agua de vertiente crean pequeños oasis, como un espejismo, donde el pasto ralo atrae a mulas y llamas que dejan de pastar y parecen posar para las fotos. A poco de andar, los modestos pastizales son reemplazados por roca volcánica. El suelo se viste de negro, apenas matizado con racimos de rica-rica, que visten de copos redondos y dorados el horizonte, donde se recorta la silueta triangular del volcán Antofagasta.

Tras atravesar a pie el campo de lava, el viento y las laderas empinadas del gigante avisan que llegar a los 3.500 metros de altura será un verdadero desafío. El recorrido está delineado por cinco zig-zag, una huella trazada por otros hombres, a fuerza de voluntad, en un suelo muy resbaloso, ya que está compuesto únicamente de pilis (pequeñas rocas de lava solidificada).

Esos senderos, que desde abajo parecen las pinceladas de un artista, deben respetarse de modo fiel, con pausas necesarias para recobrar el aire.

Al alcanzar la cima, apenas queda aliento para gritar ¡Eureka!. Sin embargo, además de las nubes, el viento parece haber borrado de un soplo el cansancio y el mal de altura: en primer plano se ven las lagunas azules del volcán, y lejos, el Campo de Piedra Pómez.

Final del juego

Bordeando hacia la derecha la cumbre -el volcán tiene dos picos, separados por una lomada ondulada, que indica la división del cráter en dos partes-, la vista se extiende hasta el volcán Alumbrera.

El último alto de esta travesía nos lleva a un pueblo donde los carteles que señalizan las calles sólo tienen impresos signos de interrogación. Desconcertados, preguntamos por los nombres, impulsados por la necesidad racional de colocarle a todo un rótulo.

¿Qué importa dónde estamos?

Las deliciosas casitas de adobe, las voces amables, el viento y ese aroma de la leña quemada nos provocan una extraña atracción de las cosas que nos resultan incomprensibles, pero que recibimos sin preguntar, porque hemos aceptado su misterio.

Noticias del mes (revisa por meses)